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Abrí la mano y encontré una ancha cinta negra. Me la llevé a los labios luchando por contener las lágrimas. No olía a él, pero igualmente evocaba todos los momentos que pasáramos juntos.

—No puede visitarte abiertamente, pero tal vez logre escabullirse inadvertido por la noche.

—Gracias —murmuré.

Brenan me alborotó el cabello riendo por lo bajo. Tilda regresó enseguida, con dos mujeres que traían nuestro almuerzo. No presté atención a lo que conversaron la sanadora y el joven lobo mientras comíamos, a pesar de que hablaban en voz alta por respeto a mí. Aquella cinta me había devuelto el alma al cuerpo, y por primera vez sentía verdadero apetito.

Más tarde, al ver que Tilda traía tablilla, estilete y libros, Brenan le indicó que se los diera.

—Yo me encargaré de la lección d

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