—Cambiaré antes que despiertes, para que no tengas que pasar el día con los ojos vendados.
Su susurro en mi oído pareció abrir mis ojos. Estaban descubiertos. El lobo estaba echado junto al fuego, su cabeza descansando en el jergón muy cerca de la mía. La irguió apenas me moví. Encontré sus ojos dorados y sonreí, descansando una mano sobre la sábana junto a mi cara. Me sorprendió que empujara mi mano con su trufa. Y cuando la alcé apenas, creyendo que quería que la apartara, deslizó el hocico bajo mis dedos.
—¿Qué necesitas, mi señor?
Volvió a frotarse contra mi mano y mis dedos resbalaron por su pelambre azabache hasta sus orejas. La forma en que inclinó la cabeza para seguir mi mano me arrancó una exclamación sofocada. Antes que pudiera darme cuenta de lo que hacía, acariciaba su hocico y s
Odiaba que se me llenaran los ojos de lágrimas a cada cosa que hacía o decía, pero no podía evitarlo. Hallé su pecho y apoyé en él mis manos. Sentir los latidos de su corazón era lo más tranquilizador que sintiera jamás. Me rodeó una vez más con sus brazos, dándome oportunidad de rehacerme, hasta que me obligué a alzar la cara hacia él.—Si haces los primeros cortes con el cuchillo, yo puedo despellejarlo —dije.Nunca había despellejado un conejo a ciegas, y me costó una buena dosis de tirones y gruñidos. Pero escucharlo reír por lo bajo de mis esfuerzos hizo que valiera la pena. Mientras yo luchaba con obstinación con el grueso pellejo, el lobo salió un momento acomodó el caldero entre las brasas, directamente bajo el espetón donde asó el conejo, para que el jugo y la grasa que goteaban le d
Ordenaba las provisiones cuando el lobo saltó del jergón, donde se había echado, para ir a pararse más allá del fuego, tenso y alerta, enfrentando la entrada de la cueva. Interrumpí lo que estaba haciendo y oí el sonido de pasos en la nieve. Un momento después, una alta figura oscureció la luz que llegaba del exterior.—¡Mírate nada más!Reconocí la voz de la princesa antes que su figura envuelta en un manto de pieles blancas. Se detuvo dos pasos dentro de la cueva, las manos en las caderas. Frente a ella, para mi gran sorpresa, el lobo bajó la cabeza con las orejas gachas.—¡Toda la guarnición preguntando por ti y tú aquí, tan tranquilo! ¡Jugando al cachorro enamorado! Vamos, sal. Tengo que hablar con Risa.La princesa se hizo a un lado y el lobo salió al trote, las orejas y la cabeza todavía bajas, a
Disfruté cada momento que duró el baño. Antes, tuve que vendarme los ojos un rato, porque quería preparar todo él mismo y explicarme qué hacer. Pero tan pronto recuperó su forma lobuna, me dejó seguir sus instrucciones como mejor me pareciera. Se había tendido cerca de la boca de la cueva, para que el agua escurriera hacia la cornisa sin convertir toda la cueva en un lodazal.Volqué todo el agua tibia del caldero a lo largo de su lomo con lentitud, poniendo más agua a calentar de inmediato, con otro chorrito de la loción que trajera la princesa. Entonces me arrodillé junto al lobo empapado y humeante, vistiendo sólo mi camisa arremangada, y me dediqué a frotarlo con un grueso cepillo desde las orejas hasta las ancas, cambiando cepillo por esponja para lavar su cara. Seguí echándole agua caliente y lavándolo, sus flancos y hasta su panza. La forma en qu
Me quité la cinta negra enjugando mis lágrimas, sus últimas palabras todavía resonando en mis oídos.—Si Dios quiere, regresaré mañana por la noche.Serían dos largos días. No tanto por su ausencia, sino porque no tendría forma de saber si estaba bien. Aunque nunca había visto las batallas que tenían lugar en la pradera, ni siquiera de lejos, ayudar a Tea a atender las heridas de los fugitivos sobrevivientes bastaba para darme una idea de lo brutales que debían ser.Jamás había dudado de la fuerza y la pericia de los lobos, pero esta batalla estaría teñida por el miedo de que algo malo le sucediera a él, el único lobo del Valle que me importaba.Una vez más, opté por mantenerme ocupada para distraerme. Limpié hasta el último rincón de la cueva, lavé toda mi ropa y la de é
El corazón me latió con fuerza al oír el sonido inconfundible de cuatro patas que se acercaban a un trote rápido. No precisé detenerme a observar al lobo que pronto apareció entre los árboles. Sabía que era él. Lo hubiera reconocido aunque todos los lobos de la manada fueran iguales. Solté una exclamación ahogada y corrí a su encuentro.El gran lobo negro llegó a largos saltos, para detenerse antes de embestirme y permitir que le arrojara los brazos al cuello llorando de alegría. Frotó su cabeza contra mi mejilla mientras yo lo estrechaba con todas mis fuerzas. Jamás había sentido una felicidad tan simple y tan plena.Cuando logré separarme de él, Brenan ya había llevado la leña y las cubetas a la cueva, y regresaba con su alforja al hombro.—Recuerda que queda un conejo listo para asar —me dijo, descendie
Entregarme a sus caricias así, exhausta tras permitirle jugar conmigo a su antojo, aún ebria de miel y madreselva, todas mis emociones y sensaciones a flor de piel, era placer en sí mismo. Un placer que sólo seguía incrementándose cada vez que estábamos juntos, y del que mi cuerpo parecía incapaz de saciarse.Descansé mi espalda contra su pecho y se me escapó un suspiro entrecortado al sentir que sus dedos resbalaban más allá de mi ombligo. Sentí la punzada en mi vientre como si acabáramos de reencontrarnos hacía un momento, no tres días atrás. Intenté tenderme de espaldas y hacerle lugar entre mis piernas, pero apartó su mano de mi cuerpo. Mi gruñido lo hizo soltar uno de sus siseos divertidos.Sujetó mi mano para guiarla a su ingle y regresó sus dedos a mi entrepierna, donde se movieron en círculos hasta hace
Febrero trajo más nieve y otras dos escaramuzas en la pradera. Brenan volvió a acompañarme en esas noches de angustia silenciosa. Llegó en ambas ocasiones con sus hermanos, trayendo provisiones y ropas en arcones que reemplazaron los que trajeran antes.—Si el invierno se prolonga, no tendremos lugar con todo lo que ya tienes aquí —bromeó Brenan cuando quedamos solos por tercera vez. Me observó un momento y frunció el ceño—. El amor te sienta bien, pequeña. Ya no pareces una liebre asustada. Pronto estarás hecha toda una mujer, y una muy hermosa.Enrojecí tanto que me ardían las orejas, haciéndolo reír.Mi corazón dio un vuelco cuando el lobo no regresó al día siguiente. Brenan intentaba distraerme cuando un cuervo enorme se posó a la entrada de la cueva. Brenan se apresuró a tenderle una mano y el cuervo s
Su beso impetuoso acalló cualquier pregunta, pero los ruidos de su estómago me hicieron reír.—Cocinemos, mi señor, que nos llevará un rato y temo que te me desvanezcas de hambre.—Tenemos un problema. Si sigo descalzo, pescaré un resfriado. Y créeme que no quieres cuidar a un lobo resfriado.—En el segundo arcón hay botitas de vellón para ti. Tráelas y yo te las pondré.Me llevó de la mano hasta la mesa y continuó solo.—Segundo arcón, segundo arcón —murmuró—. Imagino que te refieres a éste.—El que huele a tela, no a comida.—Ya, tiene sentido. ¿Y qué quieres del que sí huele a comida?—Lo que quieras echar al caldero, mi señor.—No creo que haya un oso aquí dentro, ¿no?—Me temo que no, m