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Disfruté cada momento que duró el baño. Antes, tuve que vendarme los ojos un rato, porque quería preparar todo él mismo y explicarme qué hacer. Pero tan pronto recuperó su forma lobuna, me dejó seguir sus instrucciones como mejor me pareciera. Se había tendido cerca de la boca de la cueva, para que el agua escurriera hacia la cornisa sin convertir toda la cueva en un lodazal.

Volqué todo el agua tibia del caldero a lo largo de su lomo con lentitud, poniendo más agua a calentar de inmediato, con otro chorrito de la loción que trajera la princesa. Entonces me arrodillé junto al lobo empapado y humeante, vistiendo sólo mi camisa arremangada, y me dediqué a frotarlo con un grueso cepillo desde las orejas hasta las ancas, cambiando cepillo por esponja para lavar su cara. Seguí echándole agua caliente y lavándolo, sus flancos y hasta su panza. La forma en qu

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