Me quité la cinta negra enjugando mis lágrimas, sus últimas palabras todavía resonando en mis oídos.
—Si Dios quiere, regresaré mañana por la noche.
Serían dos largos días. No tanto por su ausencia, sino porque no tendría forma de saber si estaba bien. Aunque nunca había visto las batallas que tenían lugar en la pradera, ni siquiera de lejos, ayudar a Tea a atender las heridas de los fugitivos sobrevivientes bastaba para darme una idea de lo brutales que debían ser.
Jamás había dudado de la fuerza y la pericia de los lobos, pero esta batalla estaría teñida por el miedo de que algo malo le sucediera a él, el único lobo del Valle que me importaba.
Una vez más, opté por mantenerme ocupada para distraerme. Limpié hasta el último rincón de la cueva, lavé toda mi ropa y la de é
El corazón me latió con fuerza al oír el sonido inconfundible de cuatro patas que se acercaban a un trote rápido. No precisé detenerme a observar al lobo que pronto apareció entre los árboles. Sabía que era él. Lo hubiera reconocido aunque todos los lobos de la manada fueran iguales. Solté una exclamación ahogada y corrí a su encuentro.El gran lobo negro llegó a largos saltos, para detenerse antes de embestirme y permitir que le arrojara los brazos al cuello llorando de alegría. Frotó su cabeza contra mi mejilla mientras yo lo estrechaba con todas mis fuerzas. Jamás había sentido una felicidad tan simple y tan plena.Cuando logré separarme de él, Brenan ya había llevado la leña y las cubetas a la cueva, y regresaba con su alforja al hombro.—Recuerda que queda un conejo listo para asar —me dijo, descendie
Entregarme a sus caricias así, exhausta tras permitirle jugar conmigo a su antojo, aún ebria de miel y madreselva, todas mis emociones y sensaciones a flor de piel, era placer en sí mismo. Un placer que sólo seguía incrementándose cada vez que estábamos juntos, y del que mi cuerpo parecía incapaz de saciarse.Descansé mi espalda contra su pecho y se me escapó un suspiro entrecortado al sentir que sus dedos resbalaban más allá de mi ombligo. Sentí la punzada en mi vientre como si acabáramos de reencontrarnos hacía un momento, no tres días atrás. Intenté tenderme de espaldas y hacerle lugar entre mis piernas, pero apartó su mano de mi cuerpo. Mi gruñido lo hizo soltar uno de sus siseos divertidos.Sujetó mi mano para guiarla a su ingle y regresó sus dedos a mi entrepierna, donde se movieron en círculos hasta hace
Febrero trajo más nieve y otras dos escaramuzas en la pradera. Brenan volvió a acompañarme en esas noches de angustia silenciosa. Llegó en ambas ocasiones con sus hermanos, trayendo provisiones y ropas en arcones que reemplazaron los que trajeran antes.—Si el invierno se prolonga, no tendremos lugar con todo lo que ya tienes aquí —bromeó Brenan cuando quedamos solos por tercera vez. Me observó un momento y frunció el ceño—. El amor te sienta bien, pequeña. Ya no pareces una liebre asustada. Pronto estarás hecha toda una mujer, y una muy hermosa.Enrojecí tanto que me ardían las orejas, haciéndolo reír.Mi corazón dio un vuelco cuando el lobo no regresó al día siguiente. Brenan intentaba distraerme cuando un cuervo enorme se posó a la entrada de la cueva. Brenan se apresuró a tenderle una mano y el cuervo s
Su beso impetuoso acalló cualquier pregunta, pero los ruidos de su estómago me hicieron reír.—Cocinemos, mi señor, que nos llevará un rato y temo que te me desvanezcas de hambre.—Tenemos un problema. Si sigo descalzo, pescaré un resfriado. Y créeme que no quieres cuidar a un lobo resfriado.—En el segundo arcón hay botitas de vellón para ti. Tráelas y yo te las pondré.Me llevó de la mano hasta la mesa y continuó solo.—Segundo arcón, segundo arcón —murmuró—. Imagino que te refieres a éste.—El que huele a tela, no a comida.—Ya, tiene sentido. ¿Y qué quieres del que sí huele a comida?—Lo que quieras echar al caldero, mi señor.—No creo que haya un oso aquí dentro, ¿no?—Me temo que no, m
No sabía si alegrarme o lamentar que el invierno resultara más breve que en años anteriores. La nieve se marchó al norte a fines de febrero, y a principios de marzo todo el bosque se veía como si ya hubiera comenzado la primavera. El brazo del lobo estaba sanando bien, y desde la última escaramuza pasaba conmigo tres o cuatro días seguidos. Aunque su lesión lo mantenía alejado de los enfrentamientos en la pradera, esa mañana un cuervo trajo un mensaje de la princesa para él: —Castillo. Urgente. De modo que tuvo que marcharse, a pesar de que había llegado sólo el día anterior, prometiendo regresar tan pronto pudiera. Lo echaba en falta como alma en pena cuando no estaba conmigo, pero su ausencia me permitiría ocuparme de los pequeños quehaceres cotidianos que su presencia dejaba en suspenso. La temperatura me permitió apagar el fuego apenas el sol subió un poco, dándome oportunidad de limpiar bien toda la cueva, incluidas las cenizas de la fogata. Lavé
LIBRO 2: PRIMAVERAAún recuperándose de sus heridas, Risa se enfrenta al desafío que ha temido todo el invierno: vivir en el castillo y lograr la aceptación de los lobos y las humanas que los sirven sin delatar su secreto.Ya no estará sola y aislada en la cueva con su misterioso amante.Ha llegado el momento de mostrarse, de exponerse, de demostrar quién es, tanto a su amante como quienes la rodean.Una experiencia que la obligará a lidiar con dificultades tanto previsibles como inesperadas, que pondrán a prueba su espíritu y sus sentimientos.Una temporada de descubrimientos y búsqueda internas para hallar su lugar y defender su amor, sus sue&n
Me levanté al alba, me las compuse para vestirme con una sola mano y agregué leña en el hogar. Estaba fatigada. El brazo me dolía. Hacía frío en la amplia habitación de piedra. Me eché una manta sobre los hombros para ir a sentarme frente al fuego, mirando sin ver las llamas, perdida en la tristeza y el vacío que amenazaban ahogarme.Tilda me encontró allí cuando el cielo comenzaba a aclararse al otro lado de las ventanas.—¿Acaso no dormiste?—Un poco —respondí con voz apagada.Lavó mi brazo antes de volver a entablillarlo y fajarlo contra mi costado.—Si fueras loba, diría que echas en falta a tu compañero —dijo, atando la pañoleta tras mi nuca.—Es el brazo —murmuré—. Y que me siento tan inútil.—Ven. Desayunaremos con mis hermanas.Me prece
Abrí la mano y encontré una ancha cinta negra. Me la llevé a los labios luchando por contener las lágrimas. No olía a él, pero igualmente evocaba todos los momentos que pasáramos juntos.—No puede visitarte abiertamente, pero tal vez logre escabullirse inadvertido por la noche.—Gracias —murmuré.Brenan me alborotó el cabello riendo por lo bajo. Tilda regresó enseguida, con dos mujeres que traían nuestro almuerzo. No presté atención a lo que conversaron la sanadora y el joven lobo mientras comíamos, a pesar de que hablaban en voz alta por respeto a mí. Aquella cinta me había devuelto el alma al cuerpo, y por primera vez sentía verdadero apetito.Más tarde, al ver que Tilda traía tablilla, estilete y libros, Brenan le indicó que se los diera.—Yo me encargaré de la lección d