Febrero trajo más nieve y otras dos escaramuzas en la pradera. Brenan volvió a acompañarme en esas noches de angustia silenciosa. Llegó en ambas ocasiones con sus hermanos, trayendo provisiones y ropas en arcones que reemplazaron los que trajeran antes.
—Si el invierno se prolonga, no tendremos lugar con todo lo que ya tienes aquí —bromeó Brenan cuando quedamos solos por tercera vez. Me observó un momento y frunció el ceño—. El amor te sienta bien, pequeña. Ya no pareces una liebre asustada. Pronto estarás hecha toda una mujer, y una muy hermosa.
Enrojecí tanto que me ardían las orejas, haciéndolo reír.
Mi corazón dio un vuelco cuando el lobo no regresó al día siguiente. Brenan intentaba distraerme cuando un cuervo enorme se posó a la entrada de la cueva. Brenan se apresuró a tenderle una mano y el cuervo s
Su beso impetuoso acalló cualquier pregunta, pero los ruidos de su estómago me hicieron reír.—Cocinemos, mi señor, que nos llevará un rato y temo que te me desvanezcas de hambre.—Tenemos un problema. Si sigo descalzo, pescaré un resfriado. Y créeme que no quieres cuidar a un lobo resfriado.—En el segundo arcón hay botitas de vellón para ti. Tráelas y yo te las pondré.Me llevó de la mano hasta la mesa y continuó solo.—Segundo arcón, segundo arcón —murmuró—. Imagino que te refieres a éste.—El que huele a tela, no a comida.—Ya, tiene sentido. ¿Y qué quieres del que sí huele a comida?—Lo que quieras echar al caldero, mi señor.—No creo que haya un oso aquí dentro, ¿no?—Me temo que no, m
No sabía si alegrarme o lamentar que el invierno resultara más breve que en años anteriores. La nieve se marchó al norte a fines de febrero, y a principios de marzo todo el bosque se veía como si ya hubiera comenzado la primavera. El brazo del lobo estaba sanando bien, y desde la última escaramuza pasaba conmigo tres o cuatro días seguidos. Aunque su lesión lo mantenía alejado de los enfrentamientos en la pradera, esa mañana un cuervo trajo un mensaje de la princesa para él: —Castillo. Urgente. De modo que tuvo que marcharse, a pesar de que había llegado sólo el día anterior, prometiendo regresar tan pronto pudiera. Lo echaba en falta como alma en pena cuando no estaba conmigo, pero su ausencia me permitiría ocuparme de los pequeños quehaceres cotidianos que su presencia dejaba en suspenso. La temperatura me permitió apagar el fuego apenas el sol subió un poco, dándome oportunidad de limpiar bien toda la cueva, incluidas las cenizas de la fogata. Lavé
LIBRO 2: PRIMAVERAAún recuperándose de sus heridas, Risa se enfrenta al desafío que ha temido todo el invierno: vivir en el castillo y lograr la aceptación de los lobos y las humanas que los sirven sin delatar su secreto.Ya no estará sola y aislada en la cueva con su misterioso amante.Ha llegado el momento de mostrarse, de exponerse, de demostrar quién es, tanto a su amante como quienes la rodean.Una experiencia que la obligará a lidiar con dificultades tanto previsibles como inesperadas, que pondrán a prueba su espíritu y sus sentimientos.Una temporada de descubrimientos y búsqueda internas para hallar su lugar y defender su amor, sus sue&n
Me levanté al alba, me las compuse para vestirme con una sola mano y agregué leña en el hogar. Estaba fatigada. El brazo me dolía. Hacía frío en la amplia habitación de piedra. Me eché una manta sobre los hombros para ir a sentarme frente al fuego, mirando sin ver las llamas, perdida en la tristeza y el vacío que amenazaban ahogarme.Tilda me encontró allí cuando el cielo comenzaba a aclararse al otro lado de las ventanas.—¿Acaso no dormiste?—Un poco —respondí con voz apagada.Lavó mi brazo antes de volver a entablillarlo y fajarlo contra mi costado.—Si fueras loba, diría que echas en falta a tu compañero —dijo, atando la pañoleta tras mi nuca.—Es el brazo —murmuré—. Y que me siento tan inútil.—Ven. Desayunaremos con mis hermanas.Me prece
Abrí la mano y encontré una ancha cinta negra. Me la llevé a los labios luchando por contener las lágrimas. No olía a él, pero igualmente evocaba todos los momentos que pasáramos juntos.—No puede visitarte abiertamente, pero tal vez logre escabullirse inadvertido por la noche.—Gracias —murmuré.Brenan me alborotó el cabello riendo por lo bajo. Tilda regresó enseguida, con dos mujeres que traían nuestro almuerzo. No presté atención a lo que conversaron la sanadora y el joven lobo mientras comíamos, a pesar de que hablaban en voz alta por respeto a mí. Aquella cinta me había devuelto el alma al cuerpo, y por primera vez sentía verdadero apetito.Más tarde, al ver que Tilda traía tablilla, estilete y libros, Brenan le indicó que se los diera.—Yo me encargaré de la lección d
Aine se presentó poco antes del mediodía, alegre y radiante como siempre.—¡Ven, Risa! —exclamó—. ¡Ven a ver tu habitación!—Te espero para almorzar —me dijo Tilda cuando salía tras Aine.La princesita tomó mi mano y me condujo a paso rápido por el corredor, más allá de las dependencias de las sanadoras, hasta una puerta antes de un recodo, a la que se accedía subiendo tres escalones de piedra. La empujó para abrirla de par en par y me invitó a entrar riendo. Me detuve tan pronto traspuse el umbral, mirando a mi alrededor incrédula.La habitación era tan amplia como la cueva, con dos altas ventanas de pesados cortinados dobles, recogidos con elegantes moños bordados, que dejaban entrar la luz del sol a raudales. El suelo de piedra desaparecía bajo las gruesas alfombras, que lo cubrían cas
Crucé la habitación en dos pasos para saltar sobre la cama y echarle el brazo sano al cuello riendo y llorando, pegada a su costado y aferrada a él como si fuera a desaparecer. El lobo frotó su cara contra mi mejilla, la cola golpeando la cama, dejándome hundir la nariz en su pelambre lustrosa.Cuando fui capaz de apartarme de él, sonriendo entre lágrimas, desaté con torpeza la cinta negra que me trajera Brenan, y que desde entonces llevaba anudada en torno a la muñeca de mi brazo lesionado. Me lamió la cara con ímpetu.—No puedo atármela sola, mi señor. Te daré la espalda y la sostendré ante mis ojos para que tú lo hagas.Lo hice sintiendo que el pecho me estallaría de felicidad. El corazón me latía con tanta fuerza que me zumbaban los oídos y no lo escuché transformarse. Me estremecí de pies a cabeza cu
Me despertó besando mi frente como un soplo.—Tengo que irme —susurró cuando alcé la cara hacia él—. Pero regresaré después de la cena.Encontré a tientas su pecho y me di cuenta que ya se había vestido. Tironeé de la pechera de su camisa para besarlo por última vez.—Te amo —murmuré.—Y yo a ti, mi pequeña. Que tengas un buen día.Me hizo volver a acostarme y me arropó como solía. Un momento después oí el panel de madera raspar el suelo de piedra. Una breve ráfaga de aire frío me alcanzó antes que volviera a cerrarse. Sus pasos firmes se alejaron subiendo una escalera de piedra a juzgar por el sonido. Me quité la cinta de los ojos y hundí la cara en la almohada que él había usado, aún tibia, y que ahora olía a él.El so