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Ordenaba las provisiones cuando el lobo saltó del jergón, donde se había echado, para ir a pararse más allá del fuego, tenso y alerta, enfrentando la entrada de la cueva. Interrumpí lo que estaba haciendo y oí el sonido de pasos en la nieve. Un momento después, una alta figura oscureció la luz que llegaba del exterior.

—¡Mírate nada más!

Reconocí la voz de la princesa antes que su figura envuelta en un manto de pieles blancas. Se detuvo dos pasos dentro de la cueva, las manos en las caderas. Frente a ella, para mi gran sorpresa, el lobo bajó la cabeza con las orejas gachas.

—¡Toda la guarnición preguntando por ti y tú aquí, tan tranquilo! ¡Jugando al cachorro enamorado! Vamos, sal. Tengo que hablar con Risa.

La princesa se hizo a un lado y el lobo salió al trote, las orejas y la cabeza todavía bajas, a

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