La verdad duele

Miguel se quedó ahí desesperado, sin saber qué hacer. Necesitaba ver ese video, pero no era muy diestro con esos menesteres; generalmente era su hija quien le ayudaba o Luis, pero ahora no estaban. Pensó en Jorge y entró corriendo a buscar su celular, llamando a su compadre.

—Compadre, por favor, necesito que me ayudes. Luzma se fue y me dejó. Necesito—

No pudo continuar porque Jesús gritó, felicitándolo.

—¡Qué felicidad, compadre! Ya sé que necesitamos festejar, pero yo creo que lo mejor será mañana. Aún no me repongo. Pero tú tranquilo, compadre. Usted merece algo mejor; seguro lo quiere dejar porque se va con su amante. No te lo quería decir, compadre, pero es muy rara su relación con tu consuegro.

Miguel, en ese momento, se dio cuenta de que no podía confiar en él. Empezó a caer en cuenta de que todo lo que le dijeron sus hijas y su mujer era cierto y que no habían exagerado. Optó por concluir la conversación.

—Sí, tiene razón. Yo también no me he repuesto. Lo llamo más tarde para ponernos de acuerdo.

—Sí, compadre, de verdad que felicidad. Por cierto, no habrás dejado que se llevara a Luz, ¿verdad? No vayas a dejar que la envenene contra ti.

—No, ¿cómo crees? Aunque sí se fueron con ella. Más tarde la traeré de vuelta y aclararé las cosas.

—Perfecto, compadre. Es más, si necesitas que mi rey te ayude, solo avísame y él con gusto va.

—No es necesario. Bueno, te dejo porque quiero dormir un rato más.

—Sí, compadre, descansa que mañana el festejo será a lo grande. No siempre se deshace uno de un alacrán como tu mujer.

Miguel no podía creer lo que acababa de escuchar. Fue un duro golpe de realidad darse cuenta de que había puesto su confianza en una persona desleal, mentirosa y traicionera. Estaba a punto de salir a buscar a su familia cuando sonó el timbre de su casa. Miguel salió corriendo pensando que era su familia, pero encontró a Luis detrás de la puerta, quien llevaba en las manos unos recipientes con comida.

—Buenos días, señor. La señora Luzma me pidió que le trajera algo para desayunar, ya que no estaría estos días.

—Pasa, hijo, por favor —le dijo Miguel a su yerno, quien entró receloso porque Luz le había comentado lo que don Jesús quiso hacer pensar a su papá.

—Hijo, discúlpame por mi comportamiento de anoche y de estos días. Si en algún momento te ofendí, necesito que me ayudes, por favor —le dijo Miguel, colocando en su mano la USB—. Quiero ver las imágenes.

—Claro, señor. ¿Tiene una computadora aquí? —preguntó Luis, dejando los recipientes de comida sobre la mesa.

—Está la de Elisa, supongo que Luz se llevó la de ella. Y también están las de la oficina.

—Yo creo que podemos usar la de Eli. ¿Puedo pasar por ella? —preguntó el muchacho, no quería molestar más a su suegro.

—Claro, ni siquiera tienes que preguntar. Es más, vamos, así lo vemos.

Ambos se dirigieron a la habitación de Elisa, donde, una vez conectado el dispositivo en la computadora, se empezó a reproducir la escena de la noche anterior. Miguel no hacía más que golpear el colchón y lanzar los peluches y almohadas de Elisa, conforme el video se reproducía. En ese momento, se estaba dando cuenta de que había permitido entrar un demonio a su casa. Luis no se quedaba atrás al escuchar lo que Jorge y don Jesús decían sobre su novia; tenía unas ganas inmensas de salir a buscarlos, pero se contuvo porque antes quería aclarar algo con su suegro.

—Señor, ¿es verdad lo que dicen ahí? ¿De verdad quiere a Jorge para novio de Luz?

—No, muchacho. No voy a negar que sí dije que hubiera deseado un hijo varón, pero ahora que estabas con Luz, confiaba en que tú me ayudarías a cuidarlas.

Esas palabras dieron alivio a Luis, pero aumentaron su resentimiento hacia Jorge y su padre. Miguel, viendo todo, no iba a esperar más. Optó por darse un baño y, junto con Luis, salió en busca de su familia. Eso era lo primero de lo mucho que tenía que arreglar.

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