Tengo un problema. Estoy obsesionado con su apariencia, obsesionado con su forma de vestir. La forma en que habla de sus intereses favoritos. La forma en que sonríe cuando la elogio. Cuando sabe cuánto la deseo... Imaginando que agarró sus pechos, su cintura, su cuello. Simplemente cada parte de ella que no puedo resistir la tentación de tocar. Gimotea, lloriquea, hazlo todo mientras dices mi nombre mientras lo haces. Eres mía...
Leer más“Resístelo un poco más…” murmuró. Tras acariciar lentamente su sensible capullo, Thomas sintió las caderas de Anfisa arquearse en su mano que masajeaba su rosado nudo, buscando más. Podía ver las perlas de sudor brillantes formándose en su piel, oír sus gemidos de placer. Su aroma era embriagador, llevándolo al borde de la locura; casi sentía que era otro de sus sueños húmedos, verla así. Thomas no pudo contener un gemido al ver cómo los muslos temblorosos de Anfisa se estremecían con la creciente tensión. Podía sentir su creciente sequedad cubriendo sus dedos, su cuerpo delatando su desesperada necesidad de liberación. Inclinándose, su aliento rozó su piel caliente, provocándola sin piedad. “Estás lista”, susurró con la voz ronca por el deseo. “Déjame saborear tu dulzura”. Sopló suavemente sobre su sensible hendidura, observándola temblar y gemir bajo él. Thomas sabía que estaba jugando con fuego, pero verla retorcerse de placer era embriagador. Anfisa sentía un torbellino de e
Anfisa sonreía mientras observaba la escena. El aire estaba lleno de risas y música, y aunque no entendía cada palabra de lo que decían, la atmósfera era tan animada que no necesitaba saber más. Los hombres morenos y carismáticos se movían al ritmo de la música, algunos de ellos ya un poco borrachos, haciendo bromas y bailes torpes pero divertidos. La vista era tan distinta de lo que estaba acostumbrada. En la mansión de Thomas, todo era tan silencioso, tan contenido. Pero aquí, el bullicio, la risa, los colores de la noche la hacían sentirse parte de algo más grande, más libre. Sus ojos se encontraron con los de Thomas, quien parecía observarla con la misma intensidad con la que la veía en esos momentos tranquilos de la mansión. La mezcla de emociones en su pecho le hizo sonreír. Pero entonces, uno de los chicos guapos de la fiesta, el más carismático de todos, se acercó a ella con una sonrisa encantadora y extendió la mano. “¿Bailas?” le preguntó, con una voz profunda y cáli
“La mansión sigue en calma, señor. No ha habido movimientos sospechosos en los alrededores, y la seguridad sigue reforzada. Sin embargo…” Henry hizo una breve pausa, y Thomas sintió que venía algo más. “He hablado con los detectives esta mañana. No hay avances concretos sobre la nota, pero creen que podría tratarse de alguien con acceso a información privada.” Thomas frunció el ceño, tensando la mandíbula. “¿Acceso a información privada? ¿Eso significa que alguien dentro de nuestros círculos podría estar detrás de esto?” “Es una posibilidad que no descartan,” continuó Henry. “No encontraron huellas en la nota, lo que indica que quien la dejó sabía lo que hacía. Y lo más inquietante… no fue una simple amenaza.” Thomas entrecerró los ojos, sintiendo el peso de esas palabras. “¿Qué quieres decir?” “La redacción de la nota… no advertía de un peligro inminente. Más bien, parecía una declaración de intenciones. Como si la persona que la dejó no quisiera asustarlo, sino que estuvi
Thomas la miró en silencio, fijamente. Sin apartar la vista de sus ojos que, a pesar de lo que intentaba ocultar, revelaban un anhelo evidente. Era el mismo deseo que él sentía, pero había algo en ella que lo hacía aún más intenso. La calma de la noche se había desvanecido, reemplazada por la creciente tensión entre los dos. Anfisa no lo apartaba de sí, y eso le hizo entender algo que no había querido aceptar hasta ahora: Ella estaba lista, y lo que más le aterraba de la idea de tomarla, era de no ser lo suficientemente cuidadoso. A medida que sus ojos recorrían su rostro, una parte de él quería ceder a la tentación y poseerla. La cercanía de su cuerpo le hablaba más que cualquier palabra. Pero había algo más en juego aquí. No era solo el deseo que lo quemaba, sino la sensación de responsabilidad que sentía por ella. No era un deseo egoísta. Quería que ella se sintiera como una princesa, que fuera un acto de adoración a ella. No solo un deseo saciado. Sin decir una palabra,
El sonido de los cubiertos chocando suavemente contra los platos era lo único que llenaba el aire mientras cenaban. Por primera vez, no había largas mesas de lujosas ni la formalidad opresiva de la mansión Hammond. La pequeña mesa de madera en la cocina apenas dejaba espacio entre ellos, un contraste total con los grandes comedores a los que Anfisa estaba acostumbrada. Aquí, Thomas estaba cerca. Demasiado cerca. Las dos mujeres encargadas de la casa se acercaron a la puerta, listas para retirarse. “Señor Hammond, señorita, nos vamos. Si necesitan algo, estaremos temprano en la mañana.” Thomas asintió sin dejar de lado su porte imponente. “Bien. Descansen.” Las mujeres salieron, y la puerta se cerró con un leve sonido sordo. La casa quedó en completo silencio. Anfisa bajó la mirada a su plato, girando distraídamente el tenedor entre los dedos. El ambiente se sentía distinto. No solo porque era la primera vez que cenaban fuera del frío lujo de la mansión, sino porque ah
Thomas exhaló lentamente mientras ajustaba los puños de su camisa. La luz tenue del estudio proyectaba sombras suaves en su rostro, resaltando el cansancio en su expresión. No estaba preocupado, pero tampoco era algo que pudiera ignorar. “¿Ya está todo listo?” preguntó, sin apartar la vista de los documentos sobre su escritorio. “Sí, señor,” respondió Alfred con la precisión de siempre. “El equipaje está en el auto y la casa ya fue preparada para su llegada.” Thomas asintió con un leve movimiento de cabeza. No solía huir, no era su estilo. Pero después de encontrar esa nota en su auto, prefirió mantener a Anfisa fuera del peligro hasta que la policía pudiera rastrear su origen. Se pasó una mano por el rostro, sintiendo la tensión acumulada en su cuerpo. No estaba preocupado por él mismo. Estaba acostumbrado a las amenazas, a los mensajes velados. Pero Anfisa… Ella no tenía idea de en qué tipo de mundo estaba pisando. “¿Está lista?” preguntó finalmente. “Subió a cam
Anfisa estaba en su habitación, de pie frente al enorme espejo de cuerpo entero. La tenue luz de la lámpara de su tocador iluminaba el espacio con un resplandor dorado, reflejándose en los brocados de las cortinas y en los muebles de madera oscura. A su alrededor, las bolsas de compras estaban apiladas sobre la cama, un recordatorio de la tarde que había pasado con Thomas. Con los dedos recorrió la tela satinada de la lencería blanca que había escogido en secreto. Era delicada, con un corsé ajustado que marcaba su cintura y una falda corta que caía con una gracia casi inocente. Las ligas a juego descansaban sobre sus muslos, esperando ser colocadas. No era vulgar ni descarada, pero había algo en la prenda que la hacía sentir… diferente. Se miró en el espejo y se obligó a no apartar la vista. Últimamente, había notado feliz la forma en que Thomas la observaba. No con la mirada analítica de él o la protección de un tutor. Era otra cosa. Algo contenido, intenso, como si en cualqu
El golpe en la espalda le quitó el aire. Thomas apenas tuvo tiempo de girarse antes de que otro impacto lo derribara por completo contra el suelo. El concreto frío y áspero le rasgó la piel bajo la tela de su camisa, y el olor a lluvia reciente mezclado con humo de escape impregnaba el aire. No había sido un error. La había subestimado. Todavía con el cuerpo tenso por la caída, sintió el peso sobre él antes de ver su rostro. Era una mujer joven, de piel pálida con un matiz nacarado que resaltaba bajo la luz tenue de las farolas. Sus facciones eran finas, con pómulos altos y una mandíbula suavemente esculpida, pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: grandes, de un azul gélido que destellaba con una mezcla entre diversión y peligro. Su boca, de labios carnosos y perfectamente delineados con un rojo profundo, se curvó en una sonrisa pícara mientras se inclinaba sobre él, dejando caer mechones de su cabello rubio platino. No era completamente liso; se deslizaba en ondas s
El comedor estaba tranquilo, iluminado por la luz cálida de la lámpara colgante. Henry servía el té con la precisión de siempre, su presencia aportando un aire de calma a la habitación. Anfisa jugueteaba con el borde de su servilleta, su mirada bajando a su plato sin apenas tocar la comida. Se mordió el labio, respirando hondo antes de atreverse a hablar. “Um… Thomas.” Su voz salió más baja de lo que esperaba. Se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo. “¿Puedo salir esta tarde? Quería ir a un salón.” Thomas dejó su taza sobre el platillo con un suave clink, alzando la vista hacia ella. Sus ojos dorados brillaban con curiosidad. “¿Un salón?” repitió con calma, llevándose una mano a la barbilla. “¿Algo en especial?” Anfisa se removió en su asiento, sintiendo un leve calor subirle a las mejillas. Se llevó un mechón de cabello tras la oreja, sin mirarlo directamente. “Solo… quería hacerme un cambio.” Henry, que estaba sirviendo más té, alzó ligeramente una ceja pero no dijo