CAPITULO LII

Anfisa dormía profundamente. Su respiración era suave, templada, rozando apenas la piel de su clavícula desnuda. Y Thomas la sostenía sin moverse, como si cualquier movimiento en falso pudiera romper el hechizo que flotaba sobre la habitación.

La luz que se colaba entre las rendijas de las cortinas era escasa, pero suficiente para ver cómo su piel tan pálida, tan suave brillaba en algunos puntos, aún humedecida por el sudor del placer compartido. Una de sus piernas seguía enganchada a su cadera, como si incluso dormida se negara a soltarlo.

Thomas no dormía.

Y no porque no pudiera.

No quería.

Quería sentirla.

Su fragancia aún estaba impregnada en la cama, en su pecho, en sus dedos. Era dulce, suave, con ese deje cálido que solo aparece cuando una mujer se ha rendido por completo. Y eso le golpeaba más fuerte que cualquier pensamiento racional.

No se había corrido dentro de ella. No lo haría. No todavía.

Y sin embargo, su cuerpo la reclamaba como si sí lo hubiera hecho. Su entrep
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