La morgue estaba silenciosa, el aire denso, casi pesado. Thomas caminaba por el pasillo con su rostro impasible, pero por dentro sentía una mezcla de incomodidad y curiosidad. Los detectives que lo acompañaban murmuraban entre sí mientras avanzaban hacia la mesa de autopsias. Allí, tendido bajo una sábana blanca, estaba el cadáver de alguien que conocía de sobra. Pero algo no cuadraba. El hombre que antes había sido conocido por su cabello versátil y su sonrisa maníaca, ahora presentaba un cambio radical. Su cabello, que en vida había sido su sello distintivo, estaba teñido de un rubio cenizo, casi blanco, y la mitad de su rostro estaba quemada, las cicatrices y marcas dejando al descubierto la desfiguración. El color que antes dominaba su personalidad ahora era un gris sombrío que parecía más una mofa de su propia existencia. "¿Qué diablos ocurrió aquí?", preguntó uno de los detectives, observando las quemaduras que marcaban la piel del hombre de manera tan grotesca. Thomas p
El suave resplandor de la pantalla iluminaba el rostro de Thomas en el estudio, sus ojos fijos en el monitor mientras observaba a Anfisa. Ella no sabía que estaba siendo observada, y Thomas apenas respiraba, atento a cada movimiento suyo. El brillo de la luz en su rostro reflejaba una tensión que solo él podía sentir. No podía apartar la vista, pero cuando vio que Anfisa comenzaba a desvestirse lentamente, una sacudida interna lo hizo reaccionar. Cerró los ojos por un momento, como si intentara despejarse de la imagen, y sin decir palabra, apagó el monitor.El silencio de la habitación era denso, como si todo lo que acababa de ver se quedara suspendido en el aire. Thomas giró lentamente hacia Henry, que había permanecido callado en la esquina del cuarto, observando a su joven amo con discreción. Henry, siempre tan meticuloso y serio, no parecía sorprendido.Henry, siempre sereno, se acercó al escritorio con la calma que le caracterizaba, sin mostrar ninguna reacción ante el incómodo s
Thomas sintió esas palabras hundirse en su pecho como un disparo silencioso. Un segundo bastó para que todo lo que creía tener bajo control comenzara a desmoronarse, lentamente, como una estructura que hubiera resistido su propio peso durante demasiado tiempo. Al principio no la miró. Mantuvo la mirada fija en el suelo, en un punto invisible, como si ignorarla bastara para evitar que reaccionara. Pero el calor que le subía por el cuello, su pulso acelerado, su respiración agitada... gritaban lo contrario. Alzó la vista y la encontró de pie frente a él. Pequeña. Dulce. Inocente. Y al mismo tiempo, más temeraria que cualquiera de las mujeres con las que se había acostado. Su Anfisa. Su perdición. La luz de la luna se filtraba por la ventana, bañándola en un resplandor casi irreal. Sus ojos brillaban con esa silenciosa determinación que solo ella poseía. Nada de gestos vulgares, nada de juegos baratos. Solo la verdad. Thomas dio un paso hacia ella, sin pensar. La tomó por
La puerta se cerró con un clic suave, y el silencio volvió a llenar la habitación.Anfisa abrió los ojos lentamente, como si temiera que el mundo hubiera cambiado mientras fingía dormir. Aún podía sentir el olor de él en las sábanas, el calor de su cuerpo en la piel, el cosquilleo en sus labios donde la había besado al despedirse cuando Henry lo llamó. Thomas había intentado despertarla con susurros y caricias, pero ella se mantuvo inmóvil, fingiendo estar demasiado agotada para responder. No era del todo mentira.Ahora que estaba sola, se atrevió a moverse. Se incorporó con cuidado, sintiendo una leve punzada entre las piernas. Un dolor nuevo, íntimo, pero más que físico. Bajó la mirada, sus mejillas encendidas incluso estando sola, y entonces lo vio.Una mancha tenue, rojiza, marcaba las sábanas blancas. Pequeña. Irrefutable.Su garganta se apretó.No sabía por qué, pero verla le provocó una mezcla extraña entre tristeza, vergüenza… y algo parecido al miedo. Se cubrió el pecho con l
Anfisa dormía profundamente. Su respiración era suave, templada, rozando apenas la piel de su clavícula desnuda. Y Thomas la sostenía sin moverse, como si cualquier movimiento en falso pudiera romper el hechizo que flotaba sobre la habitación.La luz que se colaba entre las rendijas de las cortinas era escasa, pero suficiente para ver cómo su piel tan pálida, tan suave brillaba en algunos puntos, aún humedecida por el sudor del placer compartido. Una de sus piernas seguía enganchada a su cadera, como si incluso dormida se negara a soltarlo.Thomas no dormía. Y no porque no pudiera. No quería.Quería sentirla.Su fragancia aún estaba impregnada en la cama, en su pecho, en sus dedos. Era dulce, suave, con ese deje cálido que solo aparece cuando una mujer se ha rendido por completo. Y eso le golpeaba más fuerte que cualquier pensamiento racional.No se había corrido dentro de ella. No lo haría. No todavía.Y sin embargo, su cuerpo la reclamaba como si sí lo hubiera hecho. Su entrep
Anfisa se mantenía sentada en uno de los sillones exteriores, envuelta por el cálido resplandor de las lámparas del jardín. Desde su lugar, podía ver cómo Thomas se deslizaba entre sus colegas, saludando con la precisión social que lo caracterizaba. Su copa de champán descansaba en la mesita a su lado, olvidada, mientras sus ojos lo seguían sin perder detalle.La brisa le movía apenas los mechones sueltos que no había recogido del todo, y aunque el vestido que llevaba no era provocativo, tenía algo en la tela y en la forma en que caía sobre su cuerpo que remarcaba sus curvas de una manera exquisita.Estaba tranquila. O lo estuvo, hasta que una voz dulce y firme rompió el silencio a su lado."Vaya, no esperaba encontrar a una Bellerose sentada tan… discretamente."Anfisa giró el rostro, y la vio. Selina Bensón. Vestía un vestido negro de satén que le abrazaba el cuerpo con la misma naturalidad con la que sonreía, pero era una sonrisa que no llegaba a los ojos.Se inclinó levemente haci
“¿Cuántas veces más vas a hacer eso…?”susurró Anfisa, sin mirarlo directamente, apenas dejando escapar la pregunta entre sus labios mientras aún sostenía la flor blanca que William le había dado.Thomas seguía con el brazo rodeándole la cintura. No respondió de inmediato. Solo la miró de perfil, examinando la suavidad de su voz, lo frágil del momento… y la maldita flor.Extendió una mano con calma, tomándola con dos dedos. No fue brusco, pero tampoco amable. La retiró de entre los dedos de Anfisa como si quitara algo indebido.“¿Esto?” preguntó, sin levantar la voz.No esperó respuesta. Observó la flor un segundo, como si lo que más le disgustara fuera que ella la hubiera aceptado. Luego, simplemente la soltó. Cayó al suelo, blanca y perfecta, manchada apenas por el polvo del mármol.“No necesitas eso.” Dijo al fin. Y entonces la miró, por primera vez en ese instante. Con dureza. Con celos mal contenidos. Con una oscuridad suave, pero muy presente en la mirada. “Y él tampoco tie
Thomas la dejó recostada en la cama como si la depositara ahí para observarla, no para protegerla. Su chaqueta cayó al suelo sin apuro, como si no tuviera prisa por desnudarse... pero sí por desarmarla a ella.La miró con esa calma afilada suya. Esa que no gritaba, pero se sentía como un cuchillo contra el cuello."¿De verdad quieres jugar a la hija ahora?"Su voz era baja, casi un susurro. No por dulzura, sino porque lo que decía no necesitaba volumen para herir. Caminó lento hasta el borde de la cama, con esa elegancia suya que hacía temblar más que cualquier brutalidad.Ella apenas podía moverse. Lo miraba con los labios entreabiertos, la respiración rota, como si cada palabra suya fuera un dedo que le apretaba el pecho.Thomas se inclinó, tomó una de sus piernas con una soltura sensual. Su pulgar se hundió apenas en la carne blanda de su pantorrilla mientras se la alzaba, como si evaluara su resistencia. Luego, con una devoción oscura, le besó el pie.Un beso seco. Lento. Marcado.