CAPITULO III

Anfisa golpeó suavemente la puerta de su estudio.

“¿Estás ocupado?”, preguntó mientras permanecía de pie en el medio de la puerta, lista para irse si él decía que sí.

No quería molestarlo.

Thomas estaba sentado detrás de su escritorio en su oficina cuando escuchó los suaves golpes en la puerta, lo que le hizo levantar la vista, sorprendido por su presencia.

Cuando la vio parada en la puerta, dejó el expediente de ella que estaba revisando y la miró.

“No, en realidad no. Adelante”, respondió con calma, haciéndole un gesto para que entrara.

“¿Interrumpo algo?” preguntó al pasar. Era la primera vez que entraba al estudio de Thomas. Tenía grandes estanterías llenas de libros, y eso fue lo primero que le llamó la atención.

Caminó hasta situarse a una distancia prudencial de él.

Thomas la observó mientras entraba en la habitación, viéndola mirar todos los libros en los estantes, que él había reunido a lo largo de los años.

Sacudió la cabeza cuando ella le preguntó si estaba interrumpiendo algo.

“No, no estaba haciendo nada importante”, respondió con calma, mirándola.

Notó que estaba un poco nerviosa y que mantenía cierta distancia con él, y eso lo llevó a preguntarse sobre el motivo de su visita.

“Tienes una colección bastante grande.” Dijo, acercándose a una de las estanterías pegadas a la pared. Sin duda eran muchos libros para una sola persona.

No pudo evitar levantar la mano para tocar la tapa de uno. Sin duda, su pequeña colección de libros era una broma comparada con la suya.

El olor también era agradable.

Thomas asintió, con los ojos fijos en ella mientras la observaba admirar su colección.

“Soy un lector ávido”, admitió asintiendo levemente. “He estado coleccionando libros durante mucho tiempo”.

Observó cómo ella pasaba la mano por la tapa de uno de los libros, su toque suave y ligero.

Anfisa sacó un libro al azar y miró la portada. «Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevsky«, leyó en la portada mientras miraba los otros que también parecían tentadores a la vista.

“¿Autor favorito?”, preguntó mientras sacaba otro libro.

Thomas siguió observándola, con expresión todavía neutral y tranquila, mientras ella hojeaba la portada del libro, que era de uno de los grandes clásicos.

Se dio cuenta de que tenía otro libro en sus manos.

Cuando ella le preguntó cuál era su autor favorito, se reclinó ligeramente en su silla, pensando por un momento.

“Hmm, tengo varios autores favoritos. Están Tolstoi, Nietzsche, Dostoievski, Poe y muchos otros”, respondió finalmente, enumerando los nombres de algunos de los escritores que más admiraba.

Podía ver cómo sus finos dedos tocaban las t***s ásperas y duras de los libros, su cabello dorado contrastaba con toda la gama de colores de sus libros.

Aunque Anfisa era más una lectora romántica, podía apreciar su buen gusto en la lectura, su librería parecía un sueño.

Se giró para mirarlo.

“Es impresionante”, dijo, solo había ido a verlo para preguntarle si tenía algunos libros que pudiera leer, ya que ya había leído los suyos un par de veces, pero no esperaba encontrar semejante colección.

Thomas la miró cuando ella se giró para mirarlo.

Podía ver en sus ojos lo sorprendida que estaba por su colección, pero no pudo evitar encontrarla encantadora.

“Gracias”, respondió, con el atisbo de una suave sonrisa, su expresión volviendo a su habitual expresión seria y estoica. “Me gusta leer. Siempre ha sido parte de mi vida”.

Thomas la vio con una pequeña sonrisa, definitivamente había heredado algunas características de su madre, y su amor por la lectura era sin duda una de ellas.

Anfisa abrazó los libros y quiso acercarlos a su nariz para olerlos pero se contuvo, le encantaba el aroma de los libros y aún a la distancia podía oler las páginas que lucían nuevas, muy bien cuidadas y sin señales de uso, pues solía marcar sus momentos favoritos con resaltadores y anotaciones.

“¿Tienes algo más… romántico?” Preguntó intentando contener su emoción, no dudaba que tuviera algo así en esa enorme colección.

Thomas notó su impulso de acercar los libros a su nariz para olerlos.

Rió levemente al escuchar su pregunta sobre un libro más romántico y se inclinó un poco hacia adelante en su silla, apoyando los codos en el escritorio frente a él.

“Romántico, ¿eh…?” dijo, fingiendo pensar por un momento.

Tal vez ese era su momento para llevarse mejor con ella, para interactuar un poco más ya que no solían tener un tema de conversación en común.

“¿Algo como Orgullo y prejuicio de Jane Auste o Cumbres borrascosas de Emily Brontë?” preguntó, esos eran sus libros favoritos y eran de su colección privada, tenía 4 libros en total y esos eran los que más le gustaban.

Thomas asintió al oír los títulos que ella mencionó.

“Sí, algo así”, respondió, su tono siempre calmado y serio, su expresión permaneciendo neutral.

Después de todo, Anfisa tenía los gustos de una chica de su edad, le gustaban los libros de moda y parecía tener conocimiento de algunos escritores de su gusto, parecía una chica inteligente.

Se reclinó en su silla nuevamente, cruzó una pierna sobre la otra y la miró fijamente por un momento, como si la estuviera estudiando.

“Creo que podría tener algo que te gustaría”, dijo después de una breve pausa, con expresión aún seria.

Anfisa se acercó al escritorio y dejó los libros que llevaba encima, mientras le prestaba atención.

“¿Es demasiado cliché?” preguntó al ver su reacción, de pequeña había visto muchas películas románticas y por eso le había cogido gusto a los libros, solía leer mucho en internet pero de manera ilegal.

Thomas la vio acercarse a su escritorio y dejar los libros que llevaba, y notó cómo lo miraba, curiosa y expectante.

Cuando ella le preguntó si era un cliché, él se rió levemente, encontrando la pregunta bastante ingenua pero también encantadora.

“Un poco”, respondió, su tono era burlón. Pero luego agregó rápidamente: “Pero los clichés no siempre significan algo malo. A veces, la simplicidad es lo que necesitamos".

Anfisa sonrió levemente y tocó los libros que había dejado sobre el escritorio, ya no se sentía tan incómoda.

“Me gustan los clásicos y el romance, cuando vivía con mi tía Susan no tenía mucha oportunidad de salir, así que me hacía sentir mejor poder imaginarme siendo la protagonista”. Confesó, su tía tenía la película Orgullo y Prejuicio, por lo que solía verla todos los días.

Thomas siguió escuchándola atentamente, estudiando sus gestos.

Podía ver que ella se sentía un poco más cómoda ahora que interactuaban, algo que era bueno considerando la intención de Thomas de acercarla un poco más a él.

Asintió en silencio mientras ella hablaba de su vida con su tía Susan, de cómo se entretenía imaginando ser un personaje de una película, ya que no tenía la oportunidad de salir mucho.

Al parecer Lorena la había escondido toda su infancia con su hermana, al menos ahora sabía dónde lo había escondido y por qué nadie lo había descubierto.

“Es comprensible que hayas encontrado consuelo en los libros y las películas, teniendo en cuenta tu situación”, respondió con un tono serio pero no frío. “A veces es más agradable estar cerca de personajes imaginarios que de personas reales”.

Anfisa pareció pensarlo un momento. No había tenido la sensación de vivir sola gracias a su gran imaginación, pero cuando su madre iba y venía sí que lograba sentir su ausencia.

“¿Has conocido a mucha gente como mi madre?”, preguntó, apoyándose en el escritorio. No conocía el lado peor de su madre, pero hasta donde ella sabía, él sí.

Thomas se reclinó en su silla una vez más, cruzó los brazos sobre el pecho y la estudió.

“Tu madre es una persona muy… particular”, respondió, eligiendo cuidadosamente sus palabras.

“Siempre ha sido un misterio”, continuó, “impredecible y difícil de descifrar. He conocido gente como ella, pero ella es diferente”.

Thomas conocía bien a Lorena, pero aún no la entendía, lo que la hacía peligrosa.

Anfisa no podía evitar pensar en su madre, pero no quería pensar en ella todavía, aún se sentía abandonada por lo que no quería sentirse triste en ese momento.

“¿Crees que soy igual a ella?” Preguntó Anfisa con vaga curiosidad, dispuesta a todo, era hija de dos criminales, sabía que estaba bien resguardada por todo el personal de la mansión.

Thomas permaneció en silencio por un momento, con los ojos fijos en ella, estudiándola con atención.

“Te pareces mucho a ella”, respondió Thomas, en tono bajo y serio, “tienes sus ojos y su cabello, pero… creo que tienes un corazón mejor que el de ella".

Descruzó los brazos y los apoyó en el borde del escritorio, sin dejar de mirarla fijamente.

“Tienes una calma y cierta madurez que no parece provenir de ella, al menos a primera vista”, continuó, recorriendo su rostro con la mirada.

Anfisa levantó una ceja y giró la cabeza mientras la examinaba.

“Tú das miedo a primera vista”, dijo mirándolo de cerca, todavía recordaba el primer día que llegó a la mansión Hammond . “Tienes una mirada como si me odiaras”. Incluso ese primer día cuando llegó, dudó si quedarse o irse, pero su madre fue clara con sus instrucciones.

Thomas sintió una ligera irritación cuando ella dijo que él daba miedo y que parecía que la odiaba, pero trató de no demostrarlo.

“No te odio”, dijo en voz baja y seria. “Simplemente siempre he sido un poco… reservado”.

La miró fijamente, notando cada gesto y expresión que hacía.

“No es personal”, agregó después de una breve pausa, como si intentara tranquilizarla.

Anfisa enarcó una ceja y se alejó del escritorio. “¿La ves a ella cuando me ves a mi?” preguntó con curiosidad, podía atribuir su actitud a su parecido físico con su madre, se alejó del escritorio para caminar de regreso a otro estante de libros.

Thomas no respondió de inmediato a su pregunta, en cambio, la observó mientras se alejaba del escritorio y comenzaba a caminar hacia otro estante con libros.

Se reclinó en su silla, con la mirada todavía fija en ella. Era cierto que una parte de su actitud hacia ella tenía que ver con el parecido con su madre, pero no sabía si era un buen momento para revelarlo.

La observó durante unos segundos mientras permanecía de pie frente a la estantería, mirando los lomos de los libros.

Finalmente habló, en voz baja y seria.

“Cuando te miro…” comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras, “creo… creo que te pareces a ella”.

Dejó que esas palabras flotaran en el aire por un momento antes de continuar.

“Pero tú también tienes tu propia… esencia, supongo”.

Anfisa miró los libros que había en ese estante y cogió uno, “El silencio de los inocentes”, leyó en la portada mientras lo miraba y se giró para verlo. “¿Mi esencia?”, preguntó para ver qué quería decir.

Thomas la observó mientras ella miraba la portada del libro que había cogido, “El silencio de los inocentes”. Se inclinó ligeramente hacia delante en su silla, apoyando los antebrazos en el borde del escritorio, sin dejar de estudiarla.

“Sí, tu esencia”, respondió con voz tranquila y seria. “Eres hermosa y tranquila, tus ojos no tienen ese brillo malicioso, en todo este tiempo no has causado ningún problema y nunca sales de tu habitación, nunca he conocido a alguien tan tranquila como tú”.

Anfisa apartó la vista del libro y lo miró, no era tan común que alguien le dijera esas palabras ya que no solía juntarse con mucha gente, no pudo evitar sentir una extraña sensación en el estómago cuando él le dijo que pensaba que ella era bonita.

“Nunca lo había pensado de esa manera.” Dijo sin saber qué decir, no sabía cómo reaccionar ante ese tipo de cumplido.

Thomas siguió mirándola, notando que parecía un poco avergonzada y que no sabía cómo reaccionar ante su cumplido. Lo encontró… un poco encantador.

“No mucha gente lo hace”, dijo con un ligero dejo de ironía en su tono, pero de una manera sutil.

Luego se reclinó en su silla y cruzó una pierna sobre la otra, sin dejar de mirarla con una mirada intensa y penetrante.

Anfisa no supo qué responder a eso y volvió su mirada hacia el libro, aunque esta vez no le prestó mucha atención.

“¿Puedo venir aquí de vez en cuando?” preguntó en voz baja, lo entendía, si ese lugar era un lugar muy privado para él y si no quería, lo respetaría, pero quería seguir mirando su colección de libros, había quedado encantada con toda su colección y él parecía ser más agradable.

Thomas permaneció en silencio por un momento, analizando su pedido y estudiando su lenguaje corporal. Normalmente no permitía que la gente entrara a su biblioteca porque era parte de él, pero había algo en ella que no podía negar.

“Sí, puedes venir aquí cuando quieras”, respondió en voz baja. “Siéntete como en casa”.

Anfisa lo miró, su rostro serio era difícil de descifrar y no lograba entender si él aceptaba su pedido solo por cortesía o por lástima, quiso preguntar pero decidió no hacerlo.

“¿Puedo… llevarlos a mi habitación?” Señaló los libros que había dejado sobre el escritorio y en sus manos, quería leer en la tranquilidad de su habitación.

Thomas la observó y notó su inseguridad, probablemente preguntándose si aceptaba su pedido por obligación o por lástima. Sabía, en el fondo, que era un poco de ambas cosas, pero también había una fascinación por ella que no podía negar.

“Claro”, asintió, con expresión seria. “Puedes llevártelos a tu habitación, solo asegúrate de cuidarlos y devolverlos cuando hayas terminado”.

Anfisa asintió y caminó de nuevo hacia el escritorio para tomar los libros en sus manos, lo miró por unos segundos antes de apartar la mirada.

“Gracias, los traeré en cuanto termine…” los abrazó contra su pecho, sin saber qué más decir, el ambiente se sentía diferente.

Thomas la observó en silencio mientras ella tomaba los libros y los acercaba a su pecho, sus delgadas manos tocando los lomos.

Notó que la atmósfera en la habitación parecía un poco diferente, más pesada, pero no podía explicar por qué.

“De nada”, respondió finalmente, su voz baja y seria, su intensa mirada todavía fija en ella. “Si necesitas algo más, ya sabes dónde encontrarme”.

Thomas la observó mientras asentía y luego se daba la vuelta para irse. No sabía por qué parecía tener la repentina necesidad de irse, pero no intentó detenerla.

“Anfisa”, dijo de repente, su voz profunda la detuvo en seco.

Ella se detuvo al oír que la llamaba por su nombre y se giró para mirarlo, sus ojos se encontraron con los de él.

“¿Sí?”, preguntó con una mezcla de curiosidad y nerviosismo en su voz.

Thomas la miró fijamente durante unos segundos, la atmósfera en la habitación de repente se volvió densa. Pero decidió hablar, rompiendo el silencio.

“Descansa, ven a verme si necesitas cualquier cosa” Se despidió en voz baja y seria.

Ella asintió lentamente en respuesta, sintiendo como si se le apretara el pecho. Sintió una extraña sensación en el estómago y no podía entender muy bien por qué.

“Lo haré”, logró decir, con la voz ligeramente temblorosa. Le dirigió una última mirada antes de salir de la biblioteca.

Mientras ella se alejaba, Thomas no pudo evitar fijar su mirada en ella, contemplando su esbelta figura y su cabello rubio balanceándose suavemente.

Había algo inexplicablemente cautivador en ella, algo que lo hacía querer saber más, pero no quería ceder a ese tipo de pensamientos.

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