Cuando la vida de Lois comienza a ir mejor, luego de muchos trancazos, descubre que ha encontrado a su pareja. ¿Otra vez? Solo que había un problema. Siendo una loba de apenas veinte años de edad, recién cumplidos, no podía lidiar con que tenía dos mates. ¡Y Alfas! Emmanuel y Ezequiel estaban dispuestos a convencerla de que no debía rechazarlos. ¿Podrían los gemelos Alfas persuadirla de eso? Entre la vida universitaria rodeada de Alfas y Betas, Lois se enfrenta día a día a múltiples desafíos, pero sus compañeros Alfas siempre estarán a su lado para ayudarla a sobrepasarlos. Su futuro como Luna en una gran manada se nota cada vez más cercano. ¿Podrá Lois estar a la altura de lo que espera de ella?
Leer másEMMANUELSé que esto no es buena idea, pero ni siquiera pude negarme, sé que esto es lo que Lois necesita, que al menos lo intente y no que me quede de piedra, solo diciéndole que no se puede.¡Pero es que no se puede!Si ya mi padre lo tiene, no lo dejará ir.Lo peor que pudo haber pasado fue lo que atraparan de nuevo. Y esta vez mi padre.Quizás… Tal vez no debimos dejarlo allí, a lo mejor irnos sin él no fue la mejor de las ideas, pero Lois corría peligro y él no podía venir con nosotros. Lo más gracioso de todo es que de igual manera terminó en la manada. ¿Cómo lo encontraron? Es decir, sé que tenían su rastro, del mismo modo en el que lo obtuvimos nosotros, pero pensé que se movería, escondería, no sé, que haría algo.Al parecer se quedó donde mismo lo dejamos y allí lo atraparon.Los rumores no dejan de correr de un lado a otro.El vampiro está aquí, eso es lo que se dice.Aidan no está aquí. Mi pecho se aprieta, la rabia creciendo, y confronto a un guardia en el ala restringida
LOISEl dolor no es mío, pero lo siento, un fuego que me quema el pecho, un golpe que me corta la cabeza. Es Aidan. Lo veo en mi mente, su cuerpo cayendo, llamas apagándose, sangre goteando de su frente. Thorne lo golpea, su puño como una roca, y Aidan grita, un sonido que me atraviesa aunque esté a kilómetros. Está capturado, atado, su respiración débil, y mi corazón se aprieta, un nudo que no suelto. Quiero correr, encontrarlo, pero estoy aquí, atrapada en esta maldita habitación, tubos en mis brazos, máquinas pitando a mi lado, el olor a sangre y metal ahogándome.Me siento en la cama, mis manos temblando, y miro la puerta. Emmanuel y Ezequiel están ahí, de pie como guardianes, sus figuras altas bloqueando la salida. Sus ojos me siguen, duros, preocupados, pero no me dejarán ir. No puedo soportarlo. Aidan está ahí, sufriendo, y yo estoy aquí, inútil, rota.— ¡Sé que Aidan está aquí! —grito, mi voz quebrándose, las lágrimas quemando mis mejillas—. ¡Lo siento, lo sé!Ellos se miran,
THORNEEl bosque plateado arde en mi visión, las llamas de Aidan lamiendo los árboles, hojas doradas cayendo como cenizas.No es vampiro, no es lobo, pero no me importa qué es. Es una amenaza, una mancha en mi territorio, y no lo dejaré correr más. ¿Se cree que puede entrar y salir cuando quiere?Mi cuerpo se enciende, fuego rugiendo en mis venas, y salto sobre él. Aidan retrocede, su collar brillando, pero es lento, torpe, no rival para mí. Mi puño lo alcanza, un golpe brutal en su cabeza que lo arroja al suelo, su fuego apagándose como una vela bajo la lluvia. Un quejido sale de sus labios, sangre goteando de su frente, y su cuerpo se queda quieto, malherido, apenas consciente.¿Creía que íbamos a pelear? No tiene la más mínima posibilidad contra mí.Enzo se mueve, rápido, sus colmillos brillando bajo la luz plateada, acercándose al chico como un buitre. Mi gruñido lo detiene, profundo, animal, y me planto entre él y Aidan, mi sombra cubriendo el cuerpo roto.— No te acerques al muc
ENZOEl bosque plateado brilla bajo un cielo que no debería existir, los troncos reluciendo como si sangraran luz, las hojas doradas cayendo lentas, atrapadas en un tiempo roto. El olor de Aidan está aquí, ceniza y sangre, un rastro que me guía desde que probé la sangre de esa omega, Lois, y vi este lugar en mi mente. Runas rojas, Aidan ardiendo, los gemelos borrosos. No sé qué significa, pero lo encontraré. Lo cazaré.Lo siento antes de verlo, una sensación de calor que no pertenece a los lobos. Está cerca. Mis ojos recorren los árboles, y ahí está, una sombra moviéndose rápido, su figura encorvada, corriendo entre las raíces plateadas. Aidan.Pobre conejo, pensando que puede escapar de mí. Mis piernas se mueven, más rápidas que el viento, y lo sigo, el aire cortándose a mi paso. Salta una raíz, su respiración pesada, pero estoy sobre él en un instante, mi mano rozando su espalda antes de que gire, sus ojos tan llenos de pánico.— ¿Vas a hacer ese truco de nuevo? —pregunto, mi voz su
LOISEl mundo es oscuro, pesado, un bosque plateado que me ahoga. Árboles altos brillan, sus hojas doradas cayendo lentas, pero no tocan el suelo. Estoy atada, cuerdas cortándome, y la sangre sale, goteando en frascos que brillan rojo. Voces susurran, un cántico que me quema, y las sombras se mueven, veinte figuras, sus ojos violetas, grises, verdes, clavándose en mí. Quiero gritar, pero mi voz no sale. Aidan, pienso, y su rostro aparece, ardiendo, sus ojos oscuros buscándome. Pero no está aquí. Estoy sola, y la sangre sigue cayendo, llevándome con ella.Despierto con un jadeo, mi pecho subiendo rápido, el aire cortándome la garganta. Todo duele. Mi cuerpo es un peso muerto, mis brazos pesados, y siento cosas pegadas a mí, tubos, cables, una máquina pitando a mi lado. Estoy en una cama, una habitación blanca, fría, y el olor a metal y sangre me llena la nariz. Mi corazón late fuerte, demasiado fuerte, y mi voz sale, débil, rota.— Aidan… —susurro, y las lágrimas queman mis ojos.Abro
ENZONo entiendo qué pintan los humanos aquí. Sus fronteras están cerradas, cazadores con armas brillando bajo el sol, y ese olor a muerte que no se va. No han abandonado la línea, ni siquiera después de que apagaron el fuego que cruzaba de mi territorio al suyo por donde cruzó Aidan, el maldito Aidan en fuego, un fuego que no debería haberse detenido, al menos no como parecía… No parecía que iba a apagarse.No me gusta. Hay algo en ellos, en esa mujer rubia, Valyerek, con sus tatuajes que no son tatuajes. No son humanos, no del todo, y mi piel lo sabe, aunque mi mente no lo descifre.Solo bastó verlos una vez para saber que algunas cosas ya han cambiado con ellos. ¿De qué me estoy perdiendo?Camino hacia el territorio de Thorne, el olor a lobo llenándome la nariz. La manada está tensa, sus patrullas moviéndose en las sombras, y el cielo gris pesa como una losa. Thorne está aquí, lo sé, aunque no quiere verme.Se abre paso entre sus lobos y se acerca a mí.—Sé que todo esto es un fast
EMMANUELCorremos, el bosque quedando atrás, el peso de Lois en los brazos de Ezequiel sobre mi lomo. Mi forma de lobo corta el aire, garras clavándose en la tierra, el olor a sangre seca de Lois llenándome la nariz. No pienso en Aidan, no pienso en las brujas, solo en ella, su respiración débil, su cuerpo colgando como si ya no estuviera aquí. La manada está cerca, el olor familiar de lobos y madera quemada tocándome, y acelero, Ezequiel aferrándose a mi pelaje mientras cruzamos el último claro.Llegamos al borde, el hospital al pie de las colinas, un edificio bajo de piedra y metal que nunca me gustó. Me transformo, el pelaje dando paso a mi piel, y Ezequiel baja con Lois, su rostro duro pero sus manos temblando mientras la sostiene. Corremos dentro, las puertas abriéndose con un chirrido, y los doctores nos ven, sus ojos abriéndose al ver el estado de Lois.— ¡Por aquí! —grita una, de pelo corto y bata blanca, señalando una camilla.Ezequiel la pone con cuidado, y los doctores se a
El bosque de troncos plateados temblaba bajo una luz tenue, las hojas doradas cayendo lentas en un silencio roto por el crujir de la tierra. Aidan estaba en el centro, su cuerpo golpeado, sangre goteando de un corte en el brazo, su camisa rasgada colgando en jirones. Las brujas lo rodeaban, unas veinte figuras etéreas, sus túnicas blancas y grises ondeando como niebla viva, sus ojos brillando en tonos de gris, verde, violeta y azul. No sabían qué era él, una criatura que no encajaba en sus runas ni en sus cánticos, pero lo querían muerto.Una de ellas, de pelo negro como tinta, lanzó un látigo de sombras que cortó el aire, azotando el pecho de Aidan. Él gruñó, retrocediendo un paso, pero levantó un puño y golpeó, su fuerza pura estrellándose contra el rostro de otra, de pelo rojo brillante. La cabeza de la bruja se torció con un crujido seco, cayendo al suelo, su cuerpo desplomándose como un títere roto. Las demás sisearon, un sonido que llenó el aire de espinas invisibles, y atacaron
La pequeña casa olía a madera húmeda y ceniza, un refugio improvisado tras la destrucción del castillo. Las paredes crujían bajo el peso del viento, y las ventanas, apenas cubiertas con tablas, dejaban pasar hilos de luz gris. Thorne estaba sentado en una silla tallada, la única pieza que sobrevivía del esplendor perdido, su figura imponente inclinada por el cansancio. No lucía en su mejor momento: el pelo despeinado, las manos marcadas por cortes recientes, y un brillo opaco en sus ojos. Pero allí estaba, presidiendo el consejo, porque debía. El castillo podía estar en ruinas, destrozado por la furia de sus hijos, pero su autoridad no se doblegaba.Enzo no estaba. Su ausencia pesaba en la sala, un hueco que nadie mencionaba, pero todos sentían. En su lugar, frente a Thorne, estaba ella: Valyerek, la nueva representante de los humanos. Era joven, demasiado joven para un cargo así, con el pelo rubio cayendo suelto sobre los hombros, su cuerpo envuelto en cuero marrón ajustado, cubierto