Cuando la vida de Lois comienza a ir mejor, luego de muchos trancazos, descubre que ha encontrado a su pareja. ¿Otra vez? Solo que había un problema. Siendo una loba de apenas veinte años de edad, recién cumplidos, no podía lidiar con que tenía dos mates. ¡Y Alfas! Emmanuel y Ezequiel estaban dispuestos a convencerla de que no debía rechazarlos. ¿Podrían los gemelos Alfas persuadirla de eso? Entre la vida universitaria rodeada de Alfas y Betas, Lois se enfrenta día a día a múltiples desafíos, pero sus compañeros Alfas siempre estarán a su lado para ayudarla a sobrepasarlos. Su futuro como Luna en una gran manada se nota cada vez más cercano. ¿Podrá Lois estar a la altura de lo que espera de ella?
Leer másEl bosque de troncos plateados temblaba bajo una luz tenue, las hojas doradas cayendo lentas en un silencio roto por el crujir de la tierra. Aidan estaba en el centro, su cuerpo golpeado, sangre goteando de un corte en el brazo, su camisa rasgada colgando en jirones. Las brujas lo rodeaban, unas veinte figuras etéreas, sus túnicas blancas y grises ondeando como niebla viva, sus ojos brillando en tonos de gris, verde, violeta y azul. No sabían qué era él, una criatura que no encajaba en sus runas ni en sus cánticos, pero lo querían muerto.Una de ellas, de pelo negro como tinta, lanzó un látigo de sombras que cortó el aire, azotando el pecho de Aidan. Él gruñó, retrocediendo un paso, pero levantó un puño y golpeó, su fuerza pura estrellándose contra el rostro de otra, de pelo rojo brillante. La cabeza de la bruja se torció con un crujido seco, cayendo al suelo, su cuerpo desplomándose como un títere roto. Las demás sisearon, un sonido que llenó el aire de espinas invisibles, y atacaron
La pequeña casa olía a madera húmeda y ceniza, un refugio improvisado tras la destrucción del castillo. Las paredes crujían bajo el peso del viento, y las ventanas, apenas cubiertas con tablas, dejaban pasar hilos de luz gris. Thorne estaba sentado en una silla tallada, la única pieza que sobrevivía del esplendor perdido, su figura imponente inclinada por el cansancio. No lucía en su mejor momento: el pelo despeinado, las manos marcadas por cortes recientes, y un brillo opaco en sus ojos. Pero allí estaba, presidiendo el consejo, porque debía. El castillo podía estar en ruinas, destrozado por la furia de sus hijos, pero su autoridad no se doblegaba.Enzo no estaba. Su ausencia pesaba en la sala, un hueco que nadie mencionaba, pero todos sentían. En su lugar, frente a Thorne, estaba ella: Valyerek, la nueva representante de los humanos. Era joven, demasiado joven para un cargo así, con el pelo rubio cayendo suelto sobre los hombros, su cuerpo envuelto en cuero marrón ajustado, cubierto
AIDANCorro, el bosque abriéndose bajo mis pies, ramas rasgándome los brazos. La frontera humana está cerca, y no miro atrás. No puedo. El aire quema mis pulmones, el ruido de la ciudad todavía zumbando en mis oídos. Tengo que salir de aquí, llegar a Lois. Mis piernas empujan, rápidas, más de lo que deberían, y el collar en mi cuello vibra, frío, manteniéndome oculto.Llego al borde, árboles altos dándome sombra, y me detengo, agachado tras un arbusto. Miro. Al este, el territorio vampírico arde, llamas vivas devorando todo, un muro rojo que ilumina el cielo con humo negro. Pero adelante, la frontera humana está cerrada. Hombres como los de la ciudad forman líneas, armaduras oscuras brillando bajo el sol, armas largas apuntando al bosque. Resguardan su perímetro, máscaras reflejando la luz, pasos firmes. No me asustan. Lo que me inquieta es el olor. Fuerte, como incienso quemado, pero más pesado. Huele a muerte.Me quedo quieto, mis ojos barriendo su formación. Busco una brecha, un hu
ENZOVuelvo con la rabia latiendo en mis venas, el recuerdo de las llamas de ese mocoso, Aidan, quemándome la mente como un insulto. Se escapó. Un intento de lobo insolente que osa arder bajo el sol y desafiarme. ¿Cree que puede huir de mí? Patético. No hay rincón en este mundo que me oculte lo que es mío.Mi dominio me espera, un imperio de sombras y sangre que doblego con un chasquido.Mi granja. Mi trono.Que tiemble quien ose cruzarme.El sendero se retuerce entre colinas áridas, un laberinto que ningún lobo tiene el valor de profanar. El aire lleva mi aroma, un perfume de muerte y poder que doblega incluso al viento. Llego al borde del valle, mi mano rozando el arco de piedra negra, runas que brillan rojas como sangre fresca bajo mi toque. El collar en mi cuello vibra, un juguete encantado que me deja reírme del sol. Soy más que ellos. Siempre lo he sido.— Ábrete —ordeno, y la piedra obedece, deslizándose con un gemido que suena a súplica.El valle se despliega ante mí, una joya
AIDANCamino con pasos pesados, el suelo bajo mis botas duro como piedra pulida. El bosque quedó atrás hace horas, y la camisa que encontré en una cabaña abandonada me cubre el pecho, áspera, marrón, oliendo a polvo y tiempo. La robé de un tendedero roto, junto con unos pantalones negros que rasgué para que me entraran. No es mucho, pero tapa las cenizas y los tatuajes que serpentean por mis brazos, marcas de una vida que no explico. El amanecer pinta el cielo de naranja, y el sol me calienta la piel, fuerte, vivo, un latido que no entiendo pero que me sostiene. Delante de mí, el mundo humano se abre en un rugido que nunca he visto.Edificios altos, más altos que cualquier árbol, se alzan como gigantes de cristal y acero, reflejando la luz en miles de colores. Coches rugen por las calles, bestias de metal que escupen humo, y el aire está lleno de sonidos: bocinas, voces, pasos. Todo es demasiado. Mis ojos saltan de un lado a otro, tratando de entender. Hay gente por todas partes, más
LOISNo sé cómo llegué aquí. Mis pies me trajeron, huyendo, siempre huyendo, como si correr pudiera borrar lo que soy. El bosque se abrió hace rato, y ahora el aire es diferente, más pesado, dulce, como si alguien hubiera derramado miel sobre la tierra. Estoy en un lugar que no conozco. El territorio prohibido, supongo, aunque nunca lo he visto en los mapas de la manada. Nadie habla de él. Nadie viene. Mucho menos yo, una omega.Y yo, estúpida, débil, pensé que aquí podría esconderme. Que aquí no me encontrarían. Todo lo que deseaba era alejarme lo más que pudiera de ellos, soy la razón de sus desgracias, soy el motivo de lo que está pasando, incluso con Aidan.Aidan…El suelo cruje bajo mis pies, cubierto de hojas doradas que brillan, aunque no hay sol. Los árboles son altos, más altos de lo normal, con troncos plateados que parecen brillar desde dentro. Todo es demasiado quieto. No hay viento, no hay pájaros. Solo el sonido de mi respiración, rápida, entrecortada. Me detengo junto a
EZEQUIELNo aguanto más. Su voz me taladra los oídos, esa calma podrida mientras Emmanuel sigue hablando como si palabras pudieran detener a este monstruo. Thorne está ahí, de pie, una maldita montaña de músculo y furia tranquila, mirándonos como si fuéramos mierda en sus botas. Mi sangre hierve, mis puños tiemblan, y el sol dentro de mí ruge como una bestia enjaulada. No voy a dejar que nos quite lo que es nuestro. No voy a dejar que la arranque de mí.Mientras más dura esto, más se alarga la distancia entre Lois y nosotros, no puedo soportarlo más. Vinimos a arreglar eso, no a perder el tiempo.Mi orgullo es un incendio, y voy a quemarlo todo.— ¿El círculo? —bramo, dando un paso que hace crujir el suelo—. ¡No necesito tu maldita prueba, viejo! ¡Soy un alfa! ¡Y no te dejaré pisarme!Thorne me clava los ojos, y su boca se tuerce en una mueca que no llega a sonrisa.— ¿Tú? —Su voz es un latigazo, seca y afilada—. Eres un cachorro rabioso. Siéntate antes de que te rompa.Eso es todo. E
EMMANUELSoy el primero en verlo entrar. El portón del castillo cruje bajo su fuerza, y el eco de sus pasos retumba como un tambor de guerra. Mi padre, Thorne, no camina: aplasta el suelo con cada zancada, su furia contenida en los hombros anchos que podrían derribar montañas. Ezequiel está a mi lado, rígido, con los puños apretados, pero soy yo quien debe hablar. Siempre he sido yo. El aire huele a hierro y ceniza, y mi pecho se tensa como si algo dentro quisiera romperse. No puedo dejar que lo haga.Estamos aquí porque necesitamos cambiar las cosas, necesitamos a Lois y para eso las condiciones deben ser mejores para ella, para nuestra relación.— ¿Vienen a rendirse? —Su voz corta el silencio, grave, un gruñido disfrazado de pregunta. Sus ojos, duros como el acero, nos barren a mí y a Ezequiel como si fuéramos cachorros insolentes. No se sienta en su trono; se queda de pie, imponente, una torre de músculo y voluntad que nos recuerda que él es el alfa. Siempre lo ha sido—. ¿O creen q
THORNEEl aire estaba lleno de desconfianza, espeso como una tormenta a punto de estallar. Enzo me miraba con esa expresión de calculada indiferencia que no engañaba a nadie. Sus ojos lo traicionaban, una grieta en su máscara habitual de superioridad. No me fiaba de él. Nunca lo había hecho del todo, pero ahora tenía más razones que nunca para no hacerlo. Un vampiro en llamas había cruzado hacia territorio de los humanos, al menos esa era la versión que Enzo me daba y la cual me costaba creer. ¿Un vampiro en llamas? Sonaba a los típicos cuentos de terror que se les contaba a los niños… todo ficción. No podía haber un vampiro en llamas, la frase en sí misma se contradecía, a menos que fuese un vampiro en llamas… muriendo, no escapando.Y ese problema, uno que aún no terminaba de entender, era ahora también mío. —Llévame a la frontera —ordené con voz firme, sin dejar espacio a discusión. Estaba cansado de perder tiempo con esto.Enzo alzó una ceja, su sonrisa ladina apenas disimu