Capítulo 4
—¿Se puede pagar a plazos? —preguntó Catalina, forzándose a mantener la compostura.

La empleada de la ventanilla no cedió, con una expresión fría, como si hubiera visto esto muchas veces.

—Somos un hospital privado, no podemos dar crédito. O se traslada a otro hospital o consigue el dinero rápido.

—¿Va a pagar o no? Si no va a pagar, deje el lugar, todos estamos esperando. —dijo alguien detrás.

—Sí, está ocupando el espacio de los demás. —Se quejó otro. La gente en la fila ponía los ojos en blanco.

—Si no tiene dinero, ¿para qué viene al hospital? ¿No sería más rentable llevárselo a casa a morir?

Catalina levantó la mirada, se disculpó y se apartó de la ventanilla. Tenía pocos amigos, pedir prestado no era una opción. El único que podía ayudarla era Mateo. Lo llamó, pero no contestó. Le envió un mensaje.

—Es un asunto muy importante, por favor conteste, señor Herrera.

Era la primera vez que lo llamaba de esa manera. La primera llamada, sin respuesta. La segunda, la tercera, tampoco. Su teléfono casi echaba humo, y aunque su corazón se desmoronaba, seguía llamando sin desanimarse. A la llamada número treinta, él finalmente contestó. Sus primeras palabras fueron como un puñal más para su doloroso corazón.

—¿Es que te estás muriendo?

Ella se quedó perpleja por un segundo. ¿Cómo sabía que iba a morir? ¿Acaso había investigado... todavía se preocupaba por ella?

—Señor Herrera, ¿por qué dice eso? —Catalina reprimió su alegría interior, pero la voz al teléfono se echó a reír con frialdad.

—Hablas con tanta energía, parece que aún no te estás muriendo. Cuando realmente necesites a alguien para recoger tu cadáver, llámame.

La alegría que apenas brotada se extinguió, pero ahora no era momento de preocuparse por estas cosas.

—Señor Herrera, présteme quinientos mil dólares. Mi padre tuvo un accidente de coche y necesito el dinero de manera urgente.

—¿Ahora inventas que tu padre tuvo un accidente para retrasar el divorcio?

—Señor Herrera, si no me cree, puede comprobarlo.

—No tengo tiempo para eso. ¡Esto debe ser el karma por negarte descaradamente al divorcio!

La voz fría y despectiva del hombre era como un cuchillo que atravesaba el corazón de ella. La llamada se cortó bruscamente. Fuera del quirófano, Catalina caminaba con la espalda recta, pero con la mente confusa. Su madre corrió hacia ella, preguntando.

—¿Pagaste el dinero?

Catalina miró a su padre en la camilla, con el rostro envejecido y el pelo canoso teñido de rojo por la sangre. Ella lloraba mirando a su padre, y él igual sin dejar de mirarla.

— ¿Qué pasa? ¡Habla de una vez!

—Buscaré otra forma de conseguir el dinero.

—Si no tienes suficiente, ¿por qué no le pides a tu marido? ¿Dónde está Mateo?

Fernanda se sorprendió primero y luego exigió una respuesta. Su hija se mordió el labio. Su esposo la había herido tanto, si quería conseguir dinero de él, no podía enemistarse.

—Está ocupado. —Su madre no se lo creyó. Palideció de rabia y resopló.

—Este marido tuyo se da cada vez más aires. —Con enojo sacó su teléfono y llamó a su yerno, fingiendo una sonrisa.

—Mateo, ¿estás muy ocupado con el trabajo?

—¿Qué pasa? —, respondió con indiferencia.

La sonrisa de Fernanda se congeló, pero por el bien de los gastos médicos de su marido, siguió fingiendo.

—Hoy, mientras paseaba a tu padre, lo atropelló un camión grande. Es bastante grave. ¿No podrías venir a verlo?

—Soy huérfano, ¿cómo voy a tener padre?

La voz del hombre era burlona. Los prejuicios que ella había reprimido durante tantos años estallaron al final.

—¿Qué quieres decir con eso? Tu suegro ha sido tan bueno contigo todos estos años, ¿no es tu padre? Ha tenido un accidente, ¿no deberías aparecer? Nosotros, los Jiménez, te dimos de comer, te alojamos, te educamos, te convertimos en una persona decente, e incluso te dimos en matrimonio a nuestra preciosa hija. ¿Es así como nos lo pagas? ¿Y encima quieres divorciarte de mi hija? No tienes corazón...

—Tengo cosas que hacer, adiós.

Con esas palabras ligeras, colgó el teléfono. Las palabras de Fernanda no parecieron conmoverlo en absoluto. Catalina tampoco esperaba que él ni siquiera respetara a su madre. Fernanda temblaba de rabia, llorando y limpiándose las lágrimas con la mano. Justo cuando iba a consolarla, recibió una bofetada de su parte. El golpe la dejó aturdida, incapaz de ver con claridad a su alrededor.
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