Mateo tomó la copa y bebió un sorbo, esbozando una sonrisa fría:—Vine aquí por un proyecto y de paso para ver si seguías viva. No te hagas ilusiones pensando que me preocupo por ti.Una intensa amargura invadió el corazón de Catalina, dificultándole la respiración. Sintió como si le hubieran dado un martillazo en el pecho, haciendo temblar su cuerpo.Así que Mateo había dejado a Paula y venido aquí por un proyecto, por interés. No era por preocupación, ni por cariño, mucho menos por amor.Las pestañas de Catalina temblaron, con lágrimas atrapadas entre ellas, olvidando incluso caer.Se sentía como una payasa. ¿De qué servía expresar sus sentimientos? Aunque le ofreciera su corazón sangrante, Mateo lo pisotearía sin piedad.—Al fin y al cabo, sigues siendo mi esposa en el papel. Recoger tu cadáver es mi responsabilidad —añadió Mateo.Recoger su cadáver era su responsabilidad. Protegerla y cuidarla, no lo era...Catalina se sirvió una copa, aferrándose al vaso con fuerza. Con los ojos e
Mateo contemplaba a la mujer hermosa debajo de él. Sus mejillas sonrojadas reflejaban timidez. Sus labios carnosos eran como la rosa más delicada y radiante de primavera. La suave piel de la mujer hacía que Mateo perdiera el control.Algo se rompió en su mente. En ese momento, todo el amor, el odio y los rencores quedaron olvidados. Solo quería poseer y destrozar a la mujer debajo de él.Con una mano en su nuca, presionó ansiosamente sus labios contra los de ella, profundizando el beso. Hacía un año que no hacía esto. La sensación familiar lo hacía perderse cada vez más.El beso se volvió dominante y pesado, como si quisiera devorar a Catalina.Catalina se dejó llevar por las provocaciones de Mateo.Antes del accidente de Diego, su mayor placer era la intimidad, un raro momento de armonía.Ahora no quería pensar en nada, solo quería sumergirse brevemente con Mateo, poseerse mutuamente. Este año de distanciamiento la había agotado. La amargura y el dolor se desvanecieron en ese momento.
La mente de Catalina quedó en blanco. Le había abierto su corazón y él le preguntaba si no tenía vergüenza.Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras preguntaba:—¿Entonces me besaste solo para humillarme?Mateo se sorprendió al ver sus lágrimas. Por supuesto que no era así, en ese momento había deseado poseerla locamente. Pero cuando ella respondió, ese breve momento de pasión se volvió inalcanzable.Mateo recordó a su madre cayendo al suelo, sangrando profusamente, haciéndole señas para que no hiciera ruido mientras él se escondía bajo la cama.Esos zapatos negros pateando brutalmente a su madre, que escupía sangre.El odio y la razón disiparon cualquier compasión en los ojos de Mateo, reemplazándola con burla:—¿O acaso crees que fue por amor?Esta mujer era demasiado astuta, difícil de descifrar. No podía ablandarse con la hija de su enemigo. Mateo se recordaba constantemente que no debía tocarla. Se dirigió al baño, planeando apagar el fuego con agua fría.Catalina se secó las l
Catalina salió del hotel en busca de una farmacia para comprar la medicina. A las tres de la madrugada, las calles estaban frías y desiertas.El viento helado envolvía el cuerpo delgado de Catalina, haciéndola parecer aún más frágil y dificultando su respiración.Con dificultad, encontró una farmacia antigua y entró:—Buenas noches, necesito comprar un medicamento —dijo al farmacéutico.Cuando Catalina explicó lo que necesitaba, el farmacéutico la miró como si fuera un bicho raro:—No tenemos ese tipo de medicamentos aquí. Pruebe en otra farmacia.Al salir, Catalina usó su teléfono para buscar otras farmacias. Estaban muy lejos, así que intentó pedir un taxi mientras la nieve caía copiosamente.A las 3:30 de la madrugada había pocos autos circulando y nadie aceptaba su pedido. Siguiendo las indicaciones del GPS, Catalina caminó hasta las farmacias. Las primeras tres no tenían el antídoto, pero en la cuarta lo consiguió. Sin poder conseguir un taxi, regresó caminando al hotel.Al abrir
En el consultorio del médico.—Señora Jiménez, lamento informarle que sus células cancerosas se han extendido al hígado. Ya no hay nada que podamos hacer. Le sugiero que disfrute lo que le queda de vida, coma lo que le apetezca y haga lo que desee. No se quede con nada pendiente.—¿Cuánto tiempo me queda?—Un mes como máximo.Catalina Jiménez salió del hospital con frialdad. Sacó su celular y llamó a su esposo Mateo Herrera. Pensó que, aunque ya no se amaban, debía informarle sobre su inminente muerte. El teléfono sonó varias veces antes de que la llamada fuera cortada. Volvió a intentar, pero ya estaba bloqueada. Decidió enviar un mensaje por WhatsApp, pero también la había bloqueado por ese medio. Su corazón se llenó de desesperación. Qué triste era ver como un matrimonio llegara a este punto. Sin rendirse, fue a comprar una nueva tarjeta SIM y volvió a marcar el número de su esposo. Esta vez, él contestó de manera rápida. —¿Quién habla?—Soy yo. —dijo Catalina.Sosteniendo el telé
Catalina clavó la mirada en la foto, con una mirada matadora que parecía querer atravesarla. Se odiaba a sí misma por haber sido tan ciega, por no haber visto la verdadera cara de esas personas malas. Mateo era su esposo y Paula su mejor amiga, ambos juraron alguna vez que le devolverían el favor que ella les había dado.Pero ahora le clavaban un puñal por la espalda, y encima, tenía el descaro de presumir su papel de amante frente a la esposa legítima. Era el colmo. Catalina era orgullosa. Aunque los Jiménez hayan caído en las manos de Mateo, ella seguía siendo la única heredera. Paula no era más que una aduladora que antes la seguía a todas partes buscando su favor.Por eso bloqueó todos los medios de comunicación con su supuesta amiga. No quería que sus alardes siguieran lastimándola. Por esperarlo, no cenó, solo tomó los analgésicos recetados por el médico. El reloj en la pared marcaba las once. Catalina volvió a llamarlo desde su nuevo número, pero él no contestó.A las doce en pu
—Lanzaré fuegos artificiales durante días y noches en tu funeral, ¡para celebrar tu pronto ascenso al paraíso!¿Celebrar su pronto ascenso al paraíso? El corazón de Catalina se desplomó y se hizo añicos. Cada fragmento sangraba y era imposible volver a unirlos. Mateo era realmente despiadado. Su vida, en boca de él, era tan insignificante, tan risible.—Mateo, si quieres casarte con ella, espera a que yo muera.No podía tragar el hecho de que el hombre que ella misma había formado fuera arrebatado de manera tan descarada. Si estaban destinados a sufrir, que sufrieran los tres juntos.—Catalina, ¡llegará el día en que me supliques el divorcio!La mirada penetrante del hombre estaba llena de frialdad, y luego se fue dando un portazo. No durmió en toda la noche. No era que no quisiera, simplemente no podía. Su mente estaba llena de recuerdos con su esposo. En realidad, cuando se conocieron, él ni siquiera se atrevía a mirarle a los ojos. Para él, ella solo era una afortunada niña rica. C
—¿Se puede pagar a plazos? —preguntó Catalina, forzándose a mantener la compostura.La empleada de la ventanilla no cedió, con una expresión fría, como si hubiera visto esto muchas veces. —Somos un hospital privado, no podemos dar crédito. O se traslada a otro hospital o consigue el dinero rápido.—¿Va a pagar o no? Si no va a pagar, deje el lugar, todos estamos esperando. —dijo alguien detrás.—Sí, está ocupando el espacio de los demás. —Se quejó otro. La gente en la fila ponía los ojos en blanco. —Si no tiene dinero, ¿para qué viene al hospital? ¿No sería más rentable llevárselo a casa a morir?Catalina levantó la mirada, se disculpó y se apartó de la ventanilla. Tenía pocos amigos, pedir prestado no era una opción. El único que podía ayudarla era Mateo. Lo llamó, pero no contestó. Le envió un mensaje. —Es un asunto muy importante, por favor conteste, señor Herrera.Era la primera vez que lo llamaba de esa manera. La primera llamada, sin respuesta. La segunda, la tercera, tampoco.