Capítulo 46
Catalina pensó que estaba viendo mal. ¿Cómo podía estar él aquí? ¿No estaba ocupado duchándose y enredándose con su mejor amiga Paula? Parpadeó varias veces, pero los zapatos seguían siendo de Mateo.

La había traicionado y aún tenía el descaro de usar el regalo de bodas que ella le había dado. ¿Acaso lo usaba para sus aventuras? ¿Le resultaba más excitante, más satisfactorio?

Catalina se quitó las botas para la nieve. Estaban empapadas y sus dedos estaban hinchados como melocotones.

Atravesó el vestíbulo hasta la sala de estar. Un hombre robusto, vestido con chaleco, camisa blanca y corbata negra, estaba sentado despreocupadamente en el sofá. Sus largos dedos tamborileaban distraídamente en el reposabrazos.

Llevaba las pantuflas grises del hotel.

Catalina curvó sus labios en una sonrisa burlona:

—Señor Herrera, ¿no estaba ocupado expandiendo nuevos negocios? ¿Cómo es que tiene tiempo para visitarme?

Paula había dicho que él deseaba que ella muriera pronto. ¿Entonces por qué estaba aquí
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