AlbaEn medio del sexo pueden decirse demasiadas cosas, pero lo que le dije a Gian era inexcusable, un error del que debía ver cómo deshacerme. No podía vivir con él. No podía dejar que me controlara y se cargara en mis planes. Ver a Cristel era parte de todo; debía arreglármelas para lograrlo.—Gian, ¿por qué no vivimos juntos hasta que nos casemos? —musité cuando nos quedamos acostados.—¿Por qué, Alba? —preguntó un poco alterado.—Porque me gustaría disfrutar de los preparativos, estar con Gabi, con mamá y papá también.—¿No te basto yo? —preguntó con desilusión. —Lo que más anhelo es estar contigo, pero esto es importante para mí —expliqué con calma. Él frunció el ceño y se quedó un momento pensando.—¿Es esto lo que quieres de verdad? —Todavía no sonaba muy convencido.—Sí…, es decir, me ilusiona despedirme de mi familia, pasar tiempo de calidad con ellos.—Bueno, mi amor, no te lo negaré —sonrió—. Solo debes respetar las reglas: no puedes salir sin mí ni sin mi permiso.—Gian,
Cristel—Me pidió matrimonio y acepté.Escucharla decir eso me dolió más de lo que imaginaba. Me repetí mucho que todo sería falso, pero me causaba un malestar terrible, como si se fuese a llevar a cabo de verdad. Aun así, mi expresión no se alteró y, al cabo de unos segundos, sonreí.—Genial, ya lo tienes, mi amor —respondí, y ella asintió.—Sí, sí, ya pronto podremos regresarle lo que nos hizo —dijo emocionada, y yo la abracé.—Preferiría que solo nos fuéramos, pero admito que me gusta la idea de hacerle pagar —murmuré—. Me encantaría ver su cara cuando no llegues a la boda.—A mí igual, pero no podemos. Tenemos que huir; no puedo dejar que nos atrape.—No. Conozco bien a Gian y sé que, por orgullo, nunca te dejaría escapar.— Suspiré.—Exactamente. Tenemos que irnos. No sé adónde, pero debemos irnos.—No te preocupes por eso —dije para calmarla—. En Londres tengo un departamento que está a mi nombre.—¿Qué?—Herencia de papá —confesé—. Pero, como me gusta estar aquí, no lo utilizo.
AlbaLa fecha de la boda pronto se decidió: dos de mayo. Sería demasiado pronto, lo que me daba ventaja. Mi embarazo no se notaría en tres meses. La desventaja era mi falta de atención prenatal. Fue por eso que tuve que escaparme a una clínica cercana a mi casa. Tal vez no fuese el mejor sitio para llevar mi control, pero era mejor que nada.La amable doctora me mostró a mi bebé en la pantalla y no pude evitar derramar lágrimas. La emoción y el sufrimiento fueron los sentimientos que se disputaron dentro de mí, pero si algo tenía muy claro era que él o ella sería lo más importante en mi vida y que, si mi embarazo hubiera corrido riesgo, me habría marchado en ese momento.Pero no lo estaba. El embarazo marchaba muy bien; el corazón de mi pequeño latía muy fuerte y estaba muy bien sujeto a mí. No se iría, se quedaría conmigo para siempre y se convertiría en el centro de mi mundo. Ya lo era.Al salir, regresé muy deprisa y, por suerte, no hubo ningún testigo de mi ausencia. Papá seguía e
GianSalí corriendo de aquella casa y no me dirigí a ningún lugar concreto, sino que deambulé por varias calles sin apartar la vista de la ecografía. Las semanas de embarazo coincidían perfectamente con el tiempo que Alba debería haber tenido de no haber perdido a nuestro hijo.¿Por qué me había mentido? El bebé era mío, de eso no había dudas; me había acostado con ella cientos de veces. La duda que asaltaba mi mente era el motivo. ¿Acaso tenía miedo de mi reacción? ¿Estaba pasando algo? ¿Cristel la tenía amenazada? ¿Ella lo sabría siquiera? Muchas posibilidades asaltaban mi cerebro, pero de todos modos me sentía herido. No podía creer que Alba me hubiese ocultado algo tan maravilloso, algo que nos uniría para siempre.Una vez que conseguí calmarme un poco, volví al apartamento. No tenía caso retrasar la conversación, aunque me sintiera furioso. No podía permitirme darle tiempo para inventar una excusa; tendría que responderme hoy mismo. De cualquier manera, me negaba a dejarla, mucho
Cristel—¿De nuevo no vendrás? —resoplé con decepción.—Lo siento, mi amor; Gian no me deja ni a sol ni a sombra, estamos con los últimos preparativos de la boda.—Pero…—Paciencia, mi amor, ya casi estamos juntas —dijo con tono meloso que me tranquilizó.—Está bien, preciosa, tienes razón —respondí—. Lo que pasa es que ansío tocarte, besarte, creo que me hiciste más adicta a hacerte el amor.Alba soltó una hermosa carcajada que me llenó el corazón de dicha.—Yo también pienso en ti. Cada vez que él se corre en mí, pienso en cuanto te fascinaría probarme.Mi boca se llena de saliva y, sin dudarlo un instante, llevo la mano a mi palpitante sexo.—Quiero verte —gemí mientras me dejaba caer en la cama.—Yo igual —susurró—. Ya que nos vayamos, lo haremos todo. No puedo esperar, amor, quiero meter mi lengua dentro de ti.—Alba, basta —dije muy excitada y abriéndome de piernas.—No, no, mi amor, es que de verdad quiero hacerlo, quiero comerte.Su voz sonaba más ronca de lo usual, así que me
Cristel—¿En qué estabas pensando? —me reclamó mamá al venir a verme.—¿Qué haces aquí? —le pregunté confundida.—¿En serio me lo estás preguntando? —resopla.—Me refiero a que llamaron a Gian y…—Él no vendrá, así que tuvo la gentileza de avisarme —refunfuña, pero luego suaviza su expresión y se acerca a donde estoy recostada con un collarín—. ¿Cómo te sientes, cielo?—Bien —respondí secamente.Mamá soltó un suspiro y me tomó de la mano. Durante unos minutos se limitó a escudriñar mi rostro, cosa que me puso nerviosa. Seguro que ella ya sospechaba de mis intenciones.—Esto te lo provocaste tú, ¿no es así? —preguntó finalmente.—No, choqué —gruñí.Ella arqueó una ceja; no me creía ni un carajo.Siempre fuiste una buena conductora, Cristel. No quieras engañarme, querías llamar la atención de Alba.—No habría pedido que llamaran a Gian —farfullé, en un vano intento de defenderme.—Sabes que ellos casi siempre están juntos y que Alba cambió su número.—Alba y yo estamos juntas de nuevo,
AlbaCasi no pude dormir por los nervios de este día, el cual comenzó soleado y deslumbrante. Papá me despertó con un suave beso en la frente y me dijo que desayunáramos. Había preparado tortitas, tocino, huevos y todo lo que me gustaba para comenzar bien el día. Yo, en realidad, no tenía mucha hambre; el pánico me invadía por lo que iba a hacer.Las cartas para ambos hermanos ya estaban listas, y Nerea había contratado a alguien para que se las entregara a sus correspondientes destinatarios. Yo no podría ir al hotel, simplemente iría a casa de mi madre (quien ya lo sabía todo y me apoyaba) y luego de ahí al aeropuerto, rumbo a mi nuevo destino: España. Lucrecia me estaría esperando en su isla, donde tendría a mi bebé y todo estaría bien. A pesar de que el plan era perfecto para no fallar, algo dentro de mí dolía de manera desgarradora y deseaba renunciar. Sin embargo, no dejaría que el sentimentalismo lo arruinara todo; Gian y Cristel se irían a la mierda con toda y su locura, y yo
CristelLa llamada de Alba, aunque alegre, me había dejado con una sensación de nerviosismo. No me gustaba nada la idea de que me tuvieran que entregar algo. ¿Qué cosa era tan importante que no podía esperar a que nos fuéramos? Mi ansiedad crecía cada vez más y de pronto temí que las cosas no fueran a salir bien, que Gian se diera cuenta de todo y que se dañara nuestro plan.«No, no puede pasar. Alba es cuidadosa», pensé para calmarme.—Señorita Lefebvre. —La voz de una chica me hizo voltear. Mi corazón se aceleró un poco al reconocer a la hermosa rubia a la que confundí con un chico el otro día. Ella también pareció sorprendida, pero pronto se recompuso y carraspeó.—Hola, ¿eres vecina de Alba, cierto? —le pregunté.—Sí, lo soy. Mi nombre es Scarlett —sonrió avergonzada—. También trabajo como repartidora, y bueno, Alba me pidió que te trajera algo. No sé qué sea, solo me dijo que te lo entregara. De su mochila negra sacó un sobre blanco, que no me dio buena espina. ¿Para qué carajo