39.

Gian

Alba derramó lágrimas de felicidad cuando la alcé en mis brazos y las personas a nuestro alrededor aplaudieron. Luego, le coloqué el anillo, el que había elegido con mucho cuidado. Para nada hacía justicia a la belleza de Alba; tampoco sabía si era digno de ella, pero puse todo mi amor en encontrarlo.

—Es precioso —dijo feliz, pero luego me miró—. Aunque yo me casaría contigo sin anillo. Te amo, Gian.

—Y yo más, Alba —declaré, feliz y temblando de alivio—. Estoy ansioso por pasar toda mi vida contigo.

—Espera un poco —se rio—. Disfrutemos del presente.

—Pues en mi presente voy a intentar que tengamos un hijo —le advertí.

—Estoy ansiosa por el proceso —bromeó, aunque notaba que lo decía en serio.

—Vamos…

—Oh, no, tenemos que disfrutar del postre.

Alba se alejó de mí y se sentó. Yo apreté los puños, pero terminé sonriendo y me senté junto a ella para ordenar lo que quisiera.

—Pide lo que tú quieras, má chère —le dije contento—. Hoy celebraremos, ¿quieres vino ahora?

—No, gracias,
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