— Hazlo, mátame, Elizabeth Romano, y acabemos con esto porque nunca te irás de mi lado, nunca te dejaré ir —gruñe mi esposo mientras se viste con furia contenida. Odio que me volvió a tomar cuando se le dio la gana, su posesión sobre mí es como una cadena ardiente. — ¿Por qué, si no me quieres? Puedes tener a cualquiera —le suplico, mi voz quebrándose por la desesperación. — No te quiero, pero no se me da la gana —murmura contra mi cuello, dejando pequeños besos que me queman—. Este cuerpo y esta piel son míos. Fui el primero y seré el único. — Podrás tener mi cuerpo, pero nunca mi corazón —le espeto, mi voz llena de desafío. — Con tu cuerpo me conformo, Ellie —susurra con intensidad, apretándome contra él—. Eres mía, y solo matándome estarás con alguien más. Elizabeth Romano está profundamente enamorada de Rodrigo Montalban, pero su felicidad se ve truncada cuando es obligada a casarse con su hermano gemelo, Ricardo Montalban, un hombre perverso y siniestro. En la noche de bodas, un giro inesperado ocurre: Ricardo es asesinado y Rodrigo toma su lugar con Elizabeth. Movido por el deseo de venganza, Rodrigo planea hacer de la vida de Elizabeth un infierno. Sin embargo, mientras busca castigarla, una lucha interna surge en él, pues también desea hacerla suya. ¿Podrá el amor prevalecer sobre la venganza, o se destruirán mutuamente en el proceso?
Leer másLuciana estaba tranquilamente intentando calmarse. Habían pasado varias horas desde que la habían amarrado, y apenas le permitían comer o ir al baño, siempre acompañada por una mujer que la vigilaba con atención.Sus pensamientos estaban en caos, luchando por mantener la esperanza. De repente, salió de su ensimismamiento cuando Raúl se acercó. Con su cabello dorado que brillaba bajo la tenue luz de la habitación y sus ojos color cielo, parecía un ángel, pero ella sabía que ese hombre era un asesino. Su corazón latía rápido, pero decidió que no le demostraría miedo. Jamás se sometería ante él.—Hola, Luciana —dijo Raúl, su voz suave y seductora—. ¿Cómo te encuentras?Ella mantuvo la mirada fija en él, su expresión imperturbable.—No voy a permitir que me asustes —respondió con firmeza, su voz firme como una roca, desafiando su poder.Raúl sonrió, una sonrisa que no alcanzó sus ojos.—Oh, pero no estoy aquí para asustarte, querida —dijo, acercándose un poco más—. Solo quiero que entiend
Gala se encontraba inquieta, caminando de un lado a otro en la habitación. El reloj en la pared marcaba las tres de la madrugada, y Christhopher no había llegado a casa. Apretaba su teléfono entre las manos, revisando cada pocos minutos si había algún mensaje o llamada perdida, pero la pantalla seguía en blanco.Decidió servirse un vaso de agua en la cocina, pero el líquido apenas calmaba su creciente ansiedad. Christhopher jamás se había comportado así, y la idea de que algo grave hubiera sucedido comenzaba a atormentarla.Mientras bebía, escuchó el sonido de una llave girando en la cerradura. Gala dejó el vaso sobre la encimera con brusquedad y corrió hacia la puerta principal, su corazón latiendo rápidamente.—¡Chris! —exclamó, aliviada, cuando lo vio entrar. Pero su alivio se desvaneció al ver el estado en el que estaba.Christhopher tenía el rostro tenso, los ojos rojos como si hubiera estado llorando o como si apenas hubiera dormido. Su ropa estaba arrugada, y su expresión no mo
Christopher llegó a su casa destrozado. Sus padres, Rodrigo y Elizabeth, ya estaban allí. Elizabeth, al ver a su hijo deshecho en lágrimas, sintió un golpe en el pecho. Hacía años que no veía a Chris llorar de esa forma. —¿Qué pasa, cariño? Tranquilízate —le dice Elizabeth mientras se acerca con preocupación en la mirada. —Mamá, papá, soy un idiota… tenían razón en todo —confiesa Chris, su voz rota por la angustia. Rodrigo, siempre distante en su relación con su hijo, se sintió desconcertado por la forma en que Christopher lo había llamado "papá". Esa cercanía inesperada solo aumentaba su preocupación. —¿Qué es lo que pasa, Christopher? —pregunta Rodrigo, tratando de mantener la calma—. Si tienes algún problema con la empresa, no te preocupes, lo solucionaremos. —Es Raúl… Él está vivo. Hace un año que he estado en contacto con él —revela Chris, mientras el silencio pesa en la sala. —Eso no puede ser, ese miserable no puede estar vivo… —dice Elizabeth, incrédula, con los oj
Luciana despertó completamente desorientada, con un fuerte dolor de cabeza que nublaba sus pensamientos. Apenas podía recordar lo que había sucedido antes de ser secuestrada, y al intentar moverse, sintió la presión de las cuerdas que la mantenían atada a una silla. Su cuerpo estaba rígido, y el frío del lugar la envolvía, aumentando su incomodidad. Al levantar la mirada, se encontró con un hombre rubio que la observaba con una sonrisa torcida, su mirada recorriéndola de arriba a abajo como si ella no fuera más que un objeto. —Bienvenida, Luciana —dijo el hombre con una voz grave y burlona, inclinándose hacia ella. Luciana tragó saliva con dificultad. El miedo comenzaba a instalarse en su pecho, pero intentó mantenerse firme. —¿Tú quién eres? —preguntó, su voz débil pero desafiante, intentando que el temblor en sus manos no fuera visible. El hombre soltó una carcajada fría y se enderezó, caminando a su alrededor como un depredador acechando a su presa. —Yo soy Matt, el hijo
Chris estaba completamente enojado. Sin dudarlo, llamó a Raúl para reunirse con él. Al llegar al lugar acordado, se habría abalanzado sobre su padre, pero en ese momento lo detuvieron los hombres de Raúl, formando un círculo a su alrededor. —Dime dónde está Luciana —exigió Chris, la rabia vibrando en su voz—. Dímelo, miserable. Raúl soltó una risa burlona, disfrutando del desespero de su hijo. —Me encanta verte así, hijo, suplicando —respondió con desdén—. Pero yo no tengo nada que ver con el secuestro de tu amorcito. —Eres un mentiroso. Me manipulaste, me usaste desde que era un niño —dijo Chris, apretando los puños, su voz cargada de impotencia. —Yo te hice fuerte, Christhopher —replicó Raúl, cruzándose de brazos—. Desde que eras un bebé y te cargué entre mis brazos, te elegí para ser mi heredero. Debes aprender que en este mundo, o aplastas a otros o te aplastan. Chris sintió una oleada de ira recorrerlo. —Es cierto todo lo que has hecho: mataste a mi tío Ricardo y in
Christhopher se encontraba en los puertos con Serkan, observando cómo los barcos con la mercancía se alejaban lentamente, dejando una estela en el agua. La brisa marina acariciaba su rostro, pero no podía evitar sentir una mezcla de satisfacción y ansiedad. Sabía que este acuerdo era solo el comienzo de algo más grande.—Me encantó hacer negocios contigo, este solo fue el primero... —comentó Serkan, con una sonrisa astuta que reflejaba su confianza.Christhopher asintió, manteniendo una expresión seria mientras miraba el horizonte. Había algo en la forma en que Serkan hablaba que le hacía sentir incómodo, como si el turco tuviera un plan oculto tras esa fachada amistosa.—Sí, es un buen inicio —respondió Christhopher, tratando de sonar entusiasta, pero su mente estaba en otra parte. Los problemas con su familia y la situación con Luciana le pesaban en el corazón.Serkan, sin embargo, parecía leer sus pensamientos.—Te veo pensativo, amigo. No deberías dejar que asuntos personales inte
Christopher estaba de pie frente a su familia, con Gala a su lado. La tensión en el ambiente era evidente; sus padres intercambiaban miradas de desaprobación. Aunque Chris era un adulto y, por lo tanto, tenía el derecho de tomar sus propias decisiones, la idea de su inminente boda no era algo que pudieran aceptar con facilidad. —La boda será dentro de un mes —anunció Chris, su voz firme, pero una ligera ansiedad se podía notar en sus ojos. —Definitivamente tú estás loco —dijo Mariana, su tono lleno de incredulidad. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, como si intentara protegerse de lo que estaba a punto de escuchar. —¿Por qué no pueden apoyarme en esto? —respondió Chris, un poco frustrado, sin poder entender la resistencia de su familia. —Gala es la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida. Elizabeth, preocupada, frunció el ceño. —Chris, no se trata de que no apoyemos tu decisión, es solo que… —comenzó, su voz suave, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
Luciana se abrazaba a su madre con fuerza, sus lágrimas empapaban el suéter de Ximena, quien la rodeaba con sus brazos, intentando calmar su angustia. El rostro de Luciana estaba desencajado, pálido y sus ojos reflejaban un dolor profundo, casi insoportable. Se sentía destrozada, traicionada, con el alma rota por lo que Christhopher le había hecho. Ximena, a su lado, estaba llena de desconcierto y dolor. No lograba entender cómo alguien podía lastimar tanto a su hija. La desesperación de ver a Luciana así la consumía. —Jamás debí decirte que hables con ese tipo, perdón, amor... —se disculpó Ximena, su voz entrecortada, casi ahogada por la culpa. Sus dedos acariciaban el cabello de Luciana, intentando consolarla, aunque sabía que nada podría aliviar el sufrimiento de su hija en ese momento. Luciana negó suavemente, sin despegarse del abrazo de su madre, sintiendo cómo el peso de la tristeza la hundía cada vez más. —No es tu culpa, mamá —respondió con un hilo de voz, temblando—.
Luciana no entendía en lo más mínimo la actitud de Gala el día anterior, pero decidió no prestarle demasiada atención. Sabía que tenía que enfocarse en su futuro y en su hijo. Ahora se encontraba en la oficina de Santiago, quien le había pedido hablar con ella de manera urgente. Al entrar, notó que él se veía raro, demasiado raro.—Gracias por venir, Lu —dijo Santiago, su voz algo apagada, mientras cerraba la puerta detrás de ella.Luciana lo observó con una ligera sensación de inquietud. Santiago siempre había sido una figura constante y confiable en su vida, pero hoy algo en él parecía estar fuera de lugar.—De nada... —respondió ella, sentándose lentamente en una de las sillas frente al escritorio—. ¿Todo está bien, Santi? Te ves... preocupado.Santiago suspiró, pasándose una mano por el cabello con evidente nerviosismo. Caminó de un lado a otro de la habitación, como si estuviera buscando las palabras adecuadas. Finalmente, se detuvo y la miró con una expresión que mezclaba preocu