Se acabo

Elizabeth estaba sentada en una cama sencilla, sus muñecas aún marcadas por las esposas que le habían quitado hacía poco. A través de la ventana apenas podía ver los campos abiertos, pero aquello no le transmitía paz; la sensación de encierro la aplastaba. Su corazón estaba roto al pensar que nunca volvería a ver a sus hijos ni a Rodrigo. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no podía dejarse vencer; tenía que encontrar una manera de escapar.

Desde la habitación contigua se escuchaban risas y voces. La voz de Serkan, fuerte y dominante, sobresalía entre todas. Elizabeth apretó los puños al escucharlo hablar una vez más de su sobrina Luciana, con una obsesión que le revolvía el estómago.

—Esa mujer será mía tarde o temprano —dijo Serkan con un tono macabro, como si lo que estaba diciendo fuera una simple verdad y no un acto atroz. Su risa era desquiciante—. Cuando la tenga frente a mí, sabrá lo que es estar con un hombre de verdad.

Elizabeth cerró los ojos con fuerza, inten
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