Banquete doloroso

La fiesta es un verdadero infierno para mí. Sonrío mecánicamente mientras las felicitaciones me llueven de todas partes. Me duele la cara de tanto fingir. Bailo con Ricardo, acepto sus besos y caricias, y todo el tiempo siento que estoy interpretando un papel en una obra macabra. Él me presume frente a todos, irradiando felicidad, pero no por amor, sino por lo que represento: dinero y poder. Haberle ganado a su hermano es su mayor triunfo.

Hace solo unos meses, yo era una mujer feliz. Estaba lejos de ser la heredera millonaria que soy hoy. Jamás tuve nada en la vida más que a mi madre y mis sueños de convertirme en una famosa bailarina.

Crecí en una pequeña isla, siendo hija de una madre soltera y teniendo que aprender a ganarme cada peso. Cuando cumplí dieciocho años, mi mamá lo vendió absolutamente todo para que pudiéramos mudarnos a la ciudad. Había ganado una beca en una academia de baile prestigiosa y, con trabajo y sacrificio, ambas pagábamos la otra mitad.

Sin embargo, todo cambió cuando conocí a la familia Romano. Soy la nieta de Osvaldo Romano, un hombre poderoso y muy enfermo, que me había buscado durante toda su vida. Mis padres biológicos murieron en un accidente hace dieciocho años, y yo me perdí en el caos. Crecí con Marina, mi madre adoptiva, sin tener idea de que pertenecía a una familia millonaria.

Me dolió profundamente descubrir que era adoptada, pero encontrar a mi abuelo Osvaldo fue un bálsamo para mi corazón. Él es lo más hermoso del mundo, una luz en medio de tanta oscuridad. Sin embargo, mi llegada no fue bien recibida por todos. La señora Lucrecia Montalbán, sobrina de mi abuelo, creía que ella y sus hijos serían los herederos de la fortuna de Osvaldo. Mi regreso lo cambió todo.

Desde la primera vez que vi a Rodrigo, supe que había encontrado algo especial. Me enamoré profundamente de él, y en pocos días comenzamos una relación. Su calidez y dulzura eran un contraste refrescante con el ambiente frío y calculador de la familia. Sin embargo, Ricardo siempre nos observaba desde las sombras, con esa mirada oscura y posesiva que me daba escalofríos.

Recuerdo varias veces en las que me acosó. Se las arreglaba para estar cerca de mí en los momentos más inoportunos. Una vez, incluso me espió en la ducha. Sentí su mirada desde la ventana y, al girarme, lo vi allí, con una sonrisa perturbadora en su rostro. En otra ocasión, durante una cena familiar, intentó tocarme las piernas por debajo de la mesa. Me paralicé de miedo, incapaz de reaccionar mientras él se deleitaba con mi incomodidad.

Pero lamentablemente, Doña Lucrecia me obligó a dejar a Rodrigo y comprometerme con Ricardo. Si no lo hacía, mi madre pagaría las consecuencias. Fue una decisión desgarradora, pero no podía arriesgarme a perder a Marina, la mujer que me había criado y que había sacrificado tanto por mí.

En el banquete de la boda me sentía fuera de lugar, con el corazón roto y una sensación de vacío. Traté de mantener la compostura, pero no pude evitar buscar a Rodrigo con la mirada. Fue entonces cuando lo vi en un rincón, besándose con otra mujer, su secretaria. Mis puños se cerraron con fuerza, y aunque quise gritar, ningún sonido salió de mi garganta.

Ella siempre le había coqueteado, pero él me aseguro que ellos no eran nada.

Observé impotente cómo Rodrigo, al notar mi presencia, intensificó el beso, metiendo deliberadamente su lengua en la boca de la secretaria, quien respondió con más fervor. Sentí como si una daga se clavara en mi pecho, pero me obligué a mantenerme en silencio.

No contuve mi ira y me marché al jardín donde deje caer un par de lágrimas. Sin embargo, él no tardo en seguirme y tomar mi brazo. Me miraba con rabia, como jamás me había mirado.

—Vaya, cuñada. ¿Que ocurre deberías estar feliz?—dijo con una sonrisa cruel.

Limpie mis lágrimas y me reí amargamente, tratando de mantener la fachada que había construido para alejarlo.

— Por supuesto que estoy feliz.— Respondí con frialdad — No quise lastimarte.

Rodrigo fingió endurecer su corazón y sus palabras me golpearon como una tormenta.

—¿Lastimarme tú a mí?— Se ríe sin dejar de mirarme con frialdad —Nunca te amé del todo, Elizabeth. Estuve contigo tres meses solo para pasar el rato. Lo único de lo que me arrepiento es de no haber conseguido tu virginidad.

— No puedes estar hablando enserio —Me negaba a creerlo.

—Es verdad. ¿Tú crees que me enamoraría de una mujer sin educación como tú?.. Solamente deseaba quitarte la virginidad y contradecir a mi madre. Mi hermano me hizo un gran favor a sacarte de mi vida.

Sentí que la rabia me invadió al escuchar sus palabras, pero no permitiría que se diera cuenta que me estaba rompiendo el corazón.

— Quién te uso he sido yo, Rodrigo.Solo quería tu dinero. Después de dieciocho años de pobreza, estaba aterrada de ser pobre. Elegí casarme con tu hermano para heredar la fortuna de mi abuelo más rápido. Olvídate de mí, apresúrate a seguir con tu vida, adelante ve y sigue acostándote con tu secretaria.

— Por supuesto no tienes una idea, los fogosas que son las mujeres experimentadas.

Ricardo nos miró a Rodrigo y a mí, la confusión y el enojo evidentes en su rostro.

—¿Qué están haciendo aquí solos? —preguntó con voz firme.

—Nada, allí te dejo mis sobras. Felicidades, hermano —respondió Rodrigo, con una sonrisa sarcástica, antes de golpear el hombro de Ricardo y marcharse.

Ricardo, visiblemente molesto, tomó mi brazo con firmeza pero sin lastimarme, guiándome hacia su despacho donde podríamos estar a solas.

—Ellie, ¿qué demonios está pasando? —dijo Ricardo cerrando la puerta —Si vas a actuar como una zorra, al menos espera un poquito y no en nuestro banquete de bodas. Con Rodrigo podías hacer lo que querías, pero conmigo es diferente

—¡No me grites, cobarde!. ¡Tú sabes perfectamente que lo amo y tú únicamente me inspiras asco y lástima!— Grité enfadada porque jamás me dejaría amedrentar por ese cobarde.

Ricardo centró su mirada en mí, su rostro se contorsionó de furia, y levantó su puño, dispuesto a golpearme. Sin pensarlo, agarré una botella de whisky que estaba en la mesa y la rompí contra el borde, apuntando los restos afilados hacia él.

—¡Nunca en tu vida me vas a tocar! —le grité con toda la firmeza que pude reunir—. Que te quede claro que antes de tocarme, yo te mato.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe y su madre entró, horrorizada por la escena.

—¿Cómo te atreves a amenazar a mi hijo? —gritó, su rostro reflejando una mezcla de shock y furia.

—¡Su hijo me amenazó primero! —respondí, sin bajar la botella rota—. Y usted también lo ha hecho. Pero déjeme aclararle algo: acepté esta boda para salvar a mi madre, pero no seré su sumisa y mucho menos me dejaré pisotear por ninguno de ustedes.

La madre de Ricardo miró a su hijo y luego a mí, su expresión pasando del enojo a la incredulidad.

—Esto es inaceptable —dijo, su voz temblando—. No puedes comportarte así.

—Inaceptable es que intenten controlarme y amenazarme —dije, bajando un poco la botella pero sin dejar de estar en guardia—. No me dejaré intimidar por ninguno de ustedes.

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