Christhopher no podía controlar su furia. Su respiración era errática, y sus puños caían con fuerza una y otra vez sobre la enfermera, cuyos sollozos desesperados llenaban la habitación. La mujer intentaba cubrirse el rostro, pero sus manos temblaban tanto que apenas podía moverse.—¡Habla! —gritó Christhopher, con los ojos encendidos por la rabia—. ¿Qué sabes de mi madre? ¡Dilo ya!—¡No sé nada! ¡Por favor, ya basta! —imploró la enfermera, su voz quebrada por el llanto.Santiago, apoyado contra la pared, observaba con el ceño fruncido. Miraba alternativamente a su hermano y a la puerta, claramente inquieto. Ninguno de los dos jamás habían golpeado a una mujer, pero la situación había pasado todos los límites.—Chris, cálmate. Vas a matarla antes de que diga algo útil —dijo finalmente, aunque su tono carecía de verdadera convicción.Christhopher no respondió. Solo apretó los dientes y volvió a alzar el puño, listo para golpear de nuevo, pero se detuvo al escuchar pasos firmes acercánd
Elizabeth estaba sentada en una cama sencilla, sus muñecas aún marcadas por las esposas que le habían quitado hacía poco. A través de la ventana apenas podía ver los campos abiertos, pero aquello no le transmitía paz; la sensación de encierro la aplastaba. Su corazón estaba roto al pensar que nunca volvería a ver a sus hijos ni a Rodrigo. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no podía dejarse vencer; tenía que encontrar una manera de escapar. Desde la habitación contigua se escuchaban risas y voces. La voz de Serkan, fuerte y dominante, sobresalía entre todas. Elizabeth apretó los puños al escucharlo hablar una vez más de su sobrina Luciana, con una obsesión que le revolvía el estómago. —Esa mujer será mía tarde o temprano —dijo Serkan con un tono macabro, como si lo que estaba diciendo fuera una simple verdad y no un acto atroz. Su risa era desquiciante—. Cuando la tenga frente a mí, sabrá lo que es estar con un hombre de verdad. Elizabeth cerró los ojos con fuerza, inten
Elizabeth no dejaba de soltar a Santiago, su hijo menor, quien estaba sentado junto a ella, sosteniéndose el brazo herido. Aunque el disparo no había causado un daño grave, verla limpiarle la herida con tanto cuidado reflejaba cuánto había sufrido al no poder protegerlo antes. A pocos pasos, Rodrigo abrazaba a Chris con fuerza, en un gesto cargado de orgullo y alivio. Habían superado el infierno juntos, y él sabía lo mucho que todo aquello había pesado en su hijo mayor. Elizabeth los observaba con una cálida sonrisa, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Me encanta verlos juntos —dijo, su voz cargada de ternura mientras miraba a Chris y Rodrigo. Chris bajó la mirada, claramente emocionado pero también arrepentido. —Mamá, fui un idiota. Ya le pedí perdón a papá, pero ahora quiero disculparme contigo y con Santiago —dijo con voz baja, pero firme, dirigiendo una mirada de sinceridad a su hermano menor. Elizabeth le tomó el rostro con ambas manos, sus ojos reflejando puro
Habían pasado varias semanas desde que la calma había vuelto a sus vidas. En ese tiempo, Christhopher y Luciana habían recibido el mayor regalo: sus dos pequeños hijos, dos varones que llenaban su hogar de felicidad. Ambos bebés tenían el cabello oscuro como el de sus padres, y sus ojos eran una mezcla peculiar entre azul y verde, un tono tan raro como hermoso. En este momento, la familia estaba reunida en una gran sala, con una atmósfera cálida y animada. Luciana sostenía a uno de los bebés, mientras Christhopher tenía al otro en brazos. Los padres primerizos no podían dejar de sonreír mientras los pequeños dormían plácidamente. —Son idénticos —comentó Mariana, acercándose para mirar de cerca a sus sobrinos—. Aunque creo que este será más travieso —dijo señalando al bebé que Chris cargaba, quien había fruncido ligeramente el ceño mientras dormía. —Por supuesto que no —respondió Chris, riendo suavemente—. Mis hijos serán perfectos en todo sentido, como su madre. Luciana lo miró co
Último capítuloEl sol bañaba con su luz dorada el amplio jardín donde se celebraba la boda. Los arreglos florales llenaban el aire con una mezcla de aromas dulces, mientras los invitados ocupaban sus lugares. Todos estaban ahí, familiares y amigos, listos para ser testigos de un día lleno de amor, risas y esperanza. Después de todo lo vivido, este era el final feliz que todos merecían.Christopher y Santiago, de pie en el altar junto a sus novias, compartían miradas cómplices. Gala, con un vestido que resaltaba su belleza audaz, le lanzaba miradas pícaras a Santiago, mientras Luciana, serena y radiante, sostenía la mano de Christopher con una dulzura que parecía infinita.El oficiante pidió silencio, y Christopher tomó la mano de Luciana. Su voz tembló al principio, pero pronto se llenó de fuerza.—Luciana, toda mi vida fui de bronce, frío, cerrado, impenetrable… hasta que llegaste tú. Tú me diste la luz que ni siquiera sabía que buscaba. Tal vez siempre te amé, pero no lo entendí ha
Mientras camino al altar del brazo de mi abuelo, siento que mi corazón se destroza con cada paso que doy. Las flores blancas y la música suave no logran aliviar el nudo en mi garganta. Mi vestido, que debería hacerme sentir como una princesa, se siente como una cárcel de seda. Hoy es el peor día de mi vida. Casarse con un hombre que no amas debe ser horrible, pero mi situación es aún peor: me estoy casando con un hombre que desprecio, el hermano del amor de mi vida, quien me está obligando a ser su esposa. Mis amigos y familiares sonríen y susurran emocionados. Ellos piensan que me caso por amor, que este es el día que siempre soñé. No se imaginan que estoy siendo obligada, que cada paso que doy es una lucha contra el impulso de salir corriendo. Cuando finalmente llego al altar, lo veo a él, a Ricardo Montalbán . Con su cabello oscuro y esos ojos azules profundos, la misma mirada que siempre me ha intimidado. Ricardo y Rodrigo son gemelos idénticos, pero mientras Rodrigo tiene un
La fiesta es un verdadero infierno para mí. Sonrío mecánicamente mientras las felicitaciones me llueven de todas partes. Me duele la cara de tanto fingir. Bailo con Ricardo, acepto sus besos y caricias, y todo el tiempo siento que estoy interpretando un papel en una obra macabra. Él me presume frente a todos, irradiando felicidad, pero no por amor, sino por lo que represento: dinero y poder. Haberle ganado a su hermano es su mayor triunfo. Hace solo unos meses, yo era una mujer feliz. Estaba lejos de ser la heredera millonaria que soy hoy. Jamás tuve nada en la vida más que a mi madre y mis sueños de convertirme en una famosa bailarina. Crecí en una pequeña isla, siendo hija de una madre soltera y teniendo que aprender a ganarme cada peso. Cuando cumplí dieciocho años, mi mamá lo vendió absolutamente todo para que pudiéramos mudarnos a la ciudad. Había ganado una beca en una academia de baile prestigiosa y, con trabajo y sacrificio, ambas pagábamos la otra mitad. Sin embargo,
Viajamos varias horas hasta llegar al hotel. Ricardo tiene negocios que atender aquí en Houston, y nos vamos a hospedar en un lujoso hotel. Al llegar a la recepción, Ricardo se adelanta para registrarnos. La recepcionista le sonríe amablemente mientras él le entrega nuestros documentos. —Necesitamos dos habitaciones—digo, aprovechando un momento de silencio, aunque mi voz suena insegura. Ricardo se vuelve hacia mí con una mirada afilada. —Ni lo sueñes, Elizabeth. Eres mi mujer—responde con una sonrisa fría—. No me digas que mi hermano no te entrenó bien. Siento un nudo en la garganta, pero no quiero mostrarle mi miedo. Yo deseaba entregarle mi virginidad a Rodrigo, pero él siempre me respeto. Era todo un príncipe. Ricardo se vuelve hacia la recepcionista. —Una habitación—dice con firmeza, y la mujer asiente, procesando la solicitud rápidamente. Subimos al ascensor en silencio. Ricardo se apoya contra la pared, observándome con una expresión que mezcla arrogancia y