Luna de miel

Viajamos varias horas hasta llegar al hotel. Ricardo tiene negocios que atender aquí en Houston, y nos vamos a hospedar en un lujoso hotel.

Al llegar a la recepción, Ricardo se adelanta para registrarnos. La recepcionista le sonríe amablemente mientras él le entrega nuestros documentos.

—Necesitamos dos habitaciones—digo, aprovechando un momento de silencio, aunque mi voz suena insegura.

Ricardo se vuelve hacia mí con una mirada afilada.

—Ni lo sueñes, Elizabeth. Eres mi mujer—responde con una sonrisa fría—. No me digas que mi hermano no te entrenó bien.

Siento un nudo en la garganta, pero no quiero mostrarle mi miedo. Yo deseaba entregarle mi virginidad a Rodrigo, pero él siempre me respeto. Era todo un príncipe.

Ricardo se vuelve hacia la recepcionista.

—Una habitación—dice con firmeza, y la mujer asiente, procesando la solicitud rápidamente.

Subimos al ascensor en silencio. Ricardo se apoya contra la pared, observándome con una expresión que mezcla arrogancia y satisfacción.

—Será mucho más excitante ganarle—murmura, más para sí mismo que para mí. — Jamás he estado con una virgen.

Cuando llegamos a la habitación, siento que el aire se vuelve más denso. La suite es enorme y lujosa, pero todo lo que veo son las paredes que me rodean, cada vez más cerradas.

—Relájate,Ellie—dice Ricardo, dejando su maleta a un lado y acercándose a mí—. Esto es solo el comienzo.

—No me toques—le digo, retrocediendo hasta quedar contra la pared.

—Eres mi esposa y seguramente el viejo de tu abuelo quiere herederos.—responde, con un tono burlón.

Me doy la vuelta y camino hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad parpadear en la noche. Mi mente trabaja frenéticamente, buscando una salida. Sé que no puedo confiar en nadie aquí.

—Las reglas no las pones tú, Elizabeth. ¿O quieres que tu madre pague las consecuencias? — Ricardo me miraba con frialdad.

Me acerqué a él e intenté pegarle una cachetada, pero sostuvo mi brazo con fuerza.

—No te atrevas a golpearme. No soy el imbécil de mi hermano; puedo destrozar tu linda carita —dijo, con una sonrisa amenazante.

—Toma el dinero y déjame tranquila —le respondí, tratando de mantener la calma.

—No, chiquita. Primero te haré mía todas las veces que quiera —susurró, acercándose más.

—Ve con una de tus amantes... quítate las ganas con ellas y a mí déjame en paz —intenté alejarme, pero él me mantenía firmemente sujeta.

—Tú eres mía, Elizabeth. Mi esposa —declaró, con un tono posesivo.

—Yo soy de Rodrigo—dije, con la voz quebrada.

Ricardo me pegó una cachetada tan fuerte que caí en la cama. No pude evitar llorar. De inmediato, se colocó encima de mí. Era increíble el odio y la oscuridad que percibía en su mirada.

—Yo soy mejor que ese imbécil —dijo, con desprecio.

—¿Por qué lo odias? Podrías conseguir el dinero sin llegar a esto —le pregunté, intentando razonar con él.

—En verdad, no lo necesito, mi amor. Con mi negocio multipliqué las ganancias de la empresa. Apuesto a que el viejo de tu abuelo no nos dejará sin nada. Pero, ¿sabes? Rodrigo siempre me ha quitado todo, y ahora es mi turno de quitarle algo a él.

Ricardo comenzó a besar mi cuello efusivamente mientras rompía mi blusa en un rápido movimiento.

—Suéltame —intenté empujarlo, pero no pude. Era demasiado fuerte y sostuvo mis manos a la altura de mi cuello, impidiendo que las moviera.

—Grita todo lo que quieras, pero te haré mía. Eres mi esposa —dijo con una sonrisa torcida.

—No soy nada tuyo —dije, llorando sin poder controlarme.

Odiaba no poder moverme y sentir su asquerosa erección en mi vientre. Intenté buscar algún objeto para defenderme mientras él desabotonaba su camisa, pero no encontré nada.

—Ya no dices nada, Elli. No sabes cuánto he deseado este momento —dijo, disfrutando de mi sufrimiento.

—No tiene que ser así —dije, limpiando mis lágrimas con mis manos.

—No soy imbécil. Cierra la boca y abre las piernas. No es muy difícil. Si escucho un grito o un llanto, lastimaré esta carita —me besó suavemente en los labios, y su mirada me aterraba.

—Está bien, por las buenas. No quiero que me hieras —dije, resignada.

—Termina de desnudarte —me ordenó, apartándose un poco y desabrochando su pantalón.

Me quité la blusa rota y, en un rápido movimiento, se la tiré en la cara. Corrí hacia el baño, pero no logré llegar a la puerta. Ricardo me alzó en brazos, jaló mi cabello y me acorraló contra una mesa. Luego, me empujó boca abajo.

—Ellie, parece que quieres que sea por las malas —dijo, desabrochando mis shorts. Ya sentía su asquerosa erección en mi espalda.

Esta vez, no estaba aislada como en la mesa. Logré golpearlo con un florero y, sin dudarlo, corrí hacia el baño, logrando encerrarme con seguro y colocando un mueble contra la puerta.

Todo fue demasiado rápido. Sentía mi corazón acelerado y unas inmensas ganas de llorar.

—¡Abre, m*****a zorra! — Ricardo no dejaba de golpear la puerta. Gracias al cielo, el mueble era algo pesado.

No sé cómo logré moverlo. Supongo que fue la adrenalina. Los humanos hacemos cosas increíbles cuando estamos en peligro.

—No seas infantil, Ellie. Sabes que las esposas tienen sexo con sus esposos en las lunas de miel —dijo, con tono burlón.

—Lárgate. No voy a abrir —respondí, con voz temblorosa.

—Como quieras. Tarde o temprano, serás mía, te lo juro. Odio los dramas. Mejor me voy a conseguir una mujer de verdad —gritó, antes de irse.

Escuché que la puerta se cerró de un portazo, pero no me confié. Tal vez era una trampa para que saliera y pudiera abusar de mí.

Estuvo demasiado cerca. Solo espero poder defenderme hasta que logre liberarme de él.

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