Rodrigo Montalbán:Estuve reflexionando sobre lo que me dijo Elizabeth con respecto a nuestra discusión en la luna de miel, o más bien su discusión con mi hermano.Debo encontrar la forma de obtener información sin que sospechen que no soy el mismo.Salí de mis pensamientos en cuanto una de las empleadas entró a mi oficina. Es increíble el terror en su mirada; todos los empleados me observan con temor, como si fuera una especie de asesino o algo parecido.Sé muy bien que mi hermano era estricto con los empleados, pero no creí que tanto.— No quiero interrumpirlo, señor. Sé que está ocupado. — Dice la empleada al entrar.— Si soy amable, sospecharían — dije con calma —. Solo habla así, me quitas menos tiempo.— Disculpe, quería decirle que tendré que renunciar porque estoy embarazada, pero yo conseguiré un reemplazo rápido.— Pronuncia con la voz temblorosa sin mirarme a los ojos.— Felicidades, pero no tienes por qué renunciar. Puedes trabajar por un tiempo; incluso hay una guardería a
Anoche llegamos a mi amada Villa del Carmen. Está exactamente como la recordaba: el mar, la isla, el pueblo donde crecí feliz. Es el tipo de lugar que permanece inmutable en el tiempo. Durante los quince años que viví aquí, todo ha permanecido igual; la única diferencia son las personas. Los niños han crecido y algunas han fallecido, mientras se han formado nuevas parejas. La madre de Antonio nos está poniendo al día con los chismes en este momento. Mamá y ella son como el periódico; en un lugar tan pequeño, todos saben de la vida de todos. Por suerte, nunca vendimos nuestra casa, aunque ahora tenemos que limpiarla y ordenarla. Anoche, apenas cambiamos las sábanas porque estábamos agotados. Viajamos unas ocho horas en autobús, además de las horas en lancha.Mamá me preguntó que había pasado con Ricardo y le mentí diciendo que él jamás me tocó. Esta mañana, después de desayunar, nos dedicamos a limpiar la casa: abrir las ventanas para ventilar y otras tareas. Antonio y su famili
Elizabeth: No puedo creer que mi esposo, Ricardo, esté frente a mí. Huí de él y el miserable me ha seguido. —¿Qué haces acá? —le pregunto en cuanto me recupero de mi sorpresa. —No es obvio, mi amor. ¿Me extrañaste, chiquita? —me responde con esa sonrisa arrogante que tanto odio. —Deja tu juego —le digo, tratando de mantener la calma. —No es obvio, Ellie. Vine por lo que es mío —responde, acercándose más. Me tomó por sorpresa cuando unió sus labios a los míos, besándome efusivamente. Subió sus manos a mi cabello sin permitirme apartarme. Como es de costumbre, su beso fue invasivo y adentró su lengua en mi boca. No pude evitar dejarme llevar por la intensidad del beso y corresponderle hasta quedarme sin aire. —¡Suéltala! —escuché el grito de Antonio, quien venía con Paco, Coral y otros amigos, más que nada los maleantes. —Siempre me haces lo mismo, Elizabeth. Me robas a Antonio y a todos los hombres —me reclama Coral, con los ojos llameantes de rabia. Reí fuerte, sin poder cont
Elizabeth Ricardo no deja de quejarse mientras curo sus heridas. Tiene el labio roto y la mejilla hinchada, enrojecida y con una leve inflamación que palpita bajo mis dedos. Cada vez que aplico el algodón empapado en antiséptico, él gruñe, lanzándome miradas de reproche mezcladas con un dolor que apenas puede disimular.—No seas bebé, Ricardo —le digo, tratando de ocultar mi preocupación tras un tono de ligera burla.—¡Duele, Ellie! —protesta, su voz gruesa cargada de impaciencia.No puedo creer que mi esposo se haya golpeado con mi mejor amigo y todo por celos. Los hombres son unos salvajes. Mientras limpio la sangre seca alrededor de su labio, me invade una mezcla de rabia y tristeza. Sus ojos azules oscuros, normalmente fríos y calculadores, ahora brillan con una intensidad diferente, casi infantil.—Esto no debería haber pasado —murmuro, más para mí que para él.Ricardo me observa en silencio por un momento, su expresión suavizándose levemente. —Él empezó, Ellie. Con más cuidado.
Elizabeth Me despertaron unos besos en el cuello, cálidos y persistentes, que poco a poco se movieron hacia mis labios. Aún medio dormida, los seguí sin pensar. —Chiquita, debería estar muy enfadado, pero prefiero que me des lo que me debes —dijo Ricardo con su voz ronca, sus palabras vibrando en mi piel. —¿Y qué te debo? —pregunté, tratando de enfocarme, pero su cercanía hacía difícil pensar con claridad. —Dos días de sexo, preciosa —respondió con una sonrisa que no presagiaba nada bueno. —Es verdad lo que te dije anoche —intenté recordarle, aunque mi voz sonaba menos segura de lo que quería. —Los problemas entre nosotros se arreglan en la cama. No le diré nada a mi madre —declaró, su tono autoritario dejando claro que no aceptaría un no por respuesta. —Debo ir por mis cosas —dije, intentando cambiar de tema y alejarme de su insistencia. —Debemos, no me arriesgaré a que mi palomita vuele —replicó, sin dejarme opción. —Ya no huiré, no tiene caso. Por cierto, ¿cómo
—Estás muy raro, ¿te sientes bien? Estás demasiado amable —le dije a Ricardo.Él ríe. —¿Sabes lo que es fingir, Ellie? Además, si te tengo contenta, me dejarás hacértelo toda la noche.—Ya eres tú, el maldito ninfómano.— Rodeé los ojos —Esa palabra no existe para referirse a los hombres.— Explica.—Perdón, no sabía que te habías tragado la RAE.— Me burle.—Me sorprende que conozcas esa palabra.—Ser mesera no me hace ignorante.— Le aclaré.—Vamos, se hace tarde.Me deslicé en un vestido blanco que fluía alrededor de mis piernas, adornado con delicadas flores bordadas. Dejé mi cabello largo y suelto, cascadas de ondas que caían libremente por mi espalda.Él había optado por un enfoque más informal pero elegante: una camisa blanca que contrastaba con su piel bronceada y unos jeans ajustados de color negro que resaltaban su complexión atlética. Me percataba de que las mujeres jamás dejaban de verlo y él disfrutaba de la atención.—¿Siempre tienes que mostrar tanto? —preguntó, mirándome
Elizabeth —Yo no quería —dice Paco, temblando. —¡Tú eres un imbécil! —le grito, llena de rabia y desesperación. Comencé a gritar con todas mis fuerzas en busca de ayuda. Ricardo simplemente cayó al suelo y no deja de sangrar. Nunca me he sentido tan preocupada en mi vida. —Ellie, amor —pronuncia él, su voz débil y entrecortada. Me acerqué a él, rompí un pedazo de mi vestido para envolver su herida, que es en su hombro. —Tranquilo, estarás bien, mírame, amor —no pude evitar llorar mientras trataba de detener el sangrado. —Ellie —él no deja de repetir mi nombre, sus ojos fijos en los míos. En pocos minutos llegaron mi madre y mi madrina junto con Javier. Seguramente mi madre estaba en el restaurante y no la vi, y ahora la acompañan a casa debido a que vivimos cerca. —¿Ellie, qué pasó? —me pregunta mamá, con los ojos llenos de preocupación. —Fue Paco, ayúdenme, se me muere —no logro dejar de sollozar, siento un gran dolor en el corazón. Su madre comienza a llorar, y
Rodrigo Montalban. El cinismo de Elizabeth es demasiado. Se atrevió a buscarme y casi me encuentra. Lo bueno es que la suerte está de mi lado, al parecer. En la isla me debilité; más bien, ella me debilita. Pero eso no volverá a ocurrir. Debo centrarme en mi venganza. Ella me debilita. Sus besos y su cuerpo... por eso decidí que no me volveré a acostar con ella. Ya la tuve varias veces como mujer. Debería haber sido suficiente para quitarme el antojo. Si quiero concentrarme en olvidarla, debo verla solo como lo que es: la persona que me destruyó y a la cual debo destruir. Esta es la primera noche que estuve con Flavia. A pesar de que es una excelente amante y tiene un cuerpo hermoso, no siento absolutamente nada. Supongo que debo acostumbrarme a ella. Es ella o la loca de mi ex, y no quiero caer en su juego. Flavia no me pide nada; es solo una relación física. Una relación física, lo que intenté con Ellie, pero fracasé terriblemente. En cambio, con su prima, lo lograré f