El golpe fue directo. Lucrecia sintió cómo su rostro ardía de vergüenza y furia. ¿Cómo se atrevía ese hombre a hablarle así? Iba a protestar, pero Carla la sujetó del brazo y murmuró: — Lucrecia, ya hay gente mirando. Vámonos.Un grupo de curiosos se había reunido en la acera, observando el espectáculo. Consciente de las miradas, Lucrecia se retiró, pero no sin antes lanzar una última mirada de odio hacia Rogelio y el conserje.Una vez en el coche, Carla trató de calmarla.— Es mejor dejarlo, Lucrecia. No puedes ganarles a todos.Pero Lucrecia no estaba dispuesta a rendirse.— Ese hombre... — dijo entre dientes —. Voy a averiguar todo sobre él. Nadie me humilla así.Mientras tanto, Anaís observaba la escena desde una ventana en el piso superior. No podía evitar sentir una mezcla de satisfacción y lástima. Conocía bien a Lucrecia, su impulsividad y su orgullo desmedido. Pero Anaís ya no era la misma mujer que su prima había conocido. Había aprendido a jugar el juego, y ahora estaba gan
Mientras tanto, Jorge, que también estaba presente, no pudo evitar fijar su mirada en Anaís desde el otro lado del salón. Aunque se había prometido mantenerse al margen, algo en su interior lo impulsaba a acercarse. Sin embargo, cuando finalmente se dirigió hacia ella, Ernesto ya estaba allí, inclinándose ligeramente para susurrarle algo.— Mi señora, ¿cómo se encuentra en su noche especial? — susurró Ernesto con voz aterciopelada, inclinándose lo justo para que solo Anaís lo escuchara.Anaís lo miró con una sonrisa sutil, esa que sabía que podía desarmar a cualquiera, y respondió con un tono igual de calmado: — Mucho mejor ahora que ha llegado alguien interesante. Tú.El comentario, aunque dicho con ligereza, hizo que Ernesto soltara una risa baja. La complicidad en sus miradas era evidente. Fue justo en ese momento que Jorge llegó hasta ellos, su ceño ligeramente fruncido al ver la proximidad entre los dos.— Disimula, Anaís — dijo Jorge con un tono seco, aunque cuidando que nadie
El sol de la mañana se colaba a través de las persianas del despacho de Anaís, bañando con luz tenue el escritorio impecable. Sentada en su silla de respaldo alto, revisaba meticulosamente un conjunto de documentos que requerían su atención inmediata. Su mirada era concentrada, pero su mente viajaba constantemente entre los números y los recientes sucesos en su vida.Jorge, impulsado por la necesidad de respuestas y contarle sus ideas de negocios, fue directamente a la empresa Wes, donde trabajaba Anaís. Sin embargo, no era el único en ese lugar.El asistente de Anaís al ver a través de su Tablet la presencia de dicho hombre, ingresa de inmediato a la oficina de la empresaria.— ¿Sucede algo? — preguntó al verlo nervioso.— En el ves… vestíbulo hay dos personas. — Se acercó con pasos apresurados hasta ella y le enseñó la Tablet —. Tiene cita en diez minutos con el señor Lorenzo.— ¿Y con el señor Guerrero?— No… no ha quitado cita — explicó. Anaís le sonrió.— Entonces que espere que
Jorge se marchó del edificio con la mente hecha un caos. Ahora resulta que Anaís era la víctima.— ¡Mis cojones! ¿Anaís la víctima? — masculló para sí mismo.Él aún recuerda cuando debía casarse, y que la única forma de obtener la ayuda para salvar la empresa era casándose con ella. Aunque había varias lagunas que no entendía, su familia le había asegurado que debían casarse para ser beneficiados. Ella había hecho todo para estar con él y separarlo de su amor.Anaís por su parte, estaba enojada por tal atrevimiento. Después de todo, el que deseaba casarse para obtener la ayuda fueron la familia Guerrero. Ella igual hubiese bajado el mundo con o sin matrimonio, y ahora, después de todo lo que aguantó, dice que ella manipuló la situación.— ¡Calumnias! — musitó.Lo cierto es que ambos están envueltos en una red de mentiras. Ambos creían en algo, cuando lo cierto es que fueron manipulados y pronto sabrían que los dos fueron parte de un plan horrible de personas que ya no están en este mun
El amor y la intriga luchaban dentro de él, y aunque no lo admitiera, Anaís era su debilidad. Pero había una pregunta que lo atormentaba: ¿Qué haría ella cuando supiera la verdad? Que él no era Ernesto Salinas, sino Ernesto Santos, el lobo Blanco que habita en la oscuridad. El hombre sin rostro conocido por tantos por su peligrosa forma de hacer negocios. Aquel que siempre ha estado obsesionado con su bella flor y que ahora era su prometido, bajo una identidad que no era suya.Ella era tan víctima como lo es él. Ambos habían perdido tanto por culpa de unos pocos, y ella había sacrificado tanto por esos malditos para que la pagaran de la manera tan brutal.Lo que hubiera dado de tan solo haber ocupado el lugar que Jorge ocupó en su corazón. Si tan solo hubiera llegado un poco antes… si tan solo…Pero ahora, él era un hombre diferente, con el poder en sus manos, y tenía su amor. Anaís era suya, no iba a perderla.Más tarde, Ernesto llegaba a la empresa de Anaís para buscarla, sin embarg
La imponente mansión Guerrero se alzaba como un emblema de poder y tradición en medio de jardines perfectamente cuidados. Lucrecia bajó de su coche con un porte impecable, pero su mente era un torbellino. Su vestimenta era meticulosamente elegante, diseñada para impresionar, pero en su interior bullía la frustración. No deseaba quedarse atrás, por lo que ha publicado a los medios su compromiso con Jorge, pese a que él no lo sabía. Jorge, últimamente distante, estaba obsesionado con esa maldita negociación con el enigmático señor Wes. Mientras tanto, su empresa tambaleaba al borde de la quiebra, y su necesidad de dinero se regresaba urgente. No perdería. No podría permitirse quedar sin poder.Empujó las pesadas puertas dobles de la mansión, sabiendo que encontraría a la abuela Matilde allí. Aunque despreciaba a la anciana, necesitaba obtener información y su aprobación, y si Jorge no aparecía pronto, se encargaría de sacar ventaja por otros medios.Al entrar, Matilde, sentada en un sil
La sala del lujoso departamento de la señora Estefanía Santos estaba impecable, decorada con un estilo clásico y refinado que reflejaba la riqueza y el estatus de su familia. Sobre la mesa de mármol descansaba un servicio de té de porcelana fina, mientras Estefanía levantaba su taza con movimientos calculados, proyectando una imagen de perfección que había perfeccionado a lo largo de los años. Frente a ella, Bianca, la joven hija de una de sus amigas más cercanas, se sentaba con la espalda perfectamente recta, su vestido blanco inmaculado y su expresión dulce como la de un ángel.Bianca era la encarnación de lo que Estefanía consideraba ideal para su hijo: joven, hermosa, educada y, sobre todo, moldeable. Sin embargo, detrás de esa fachada angelical, Estefanía sabía que el corazón de Bianca era oscuro. Pero, ¿acaso importaba? Un corazón negro era mucho más manejable que un espíritu rebelde como el de esa mujerzuela, Anaís Santana. Aunque Estefanía debía admitirlo a regañadientes, Anaís
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo con matices anaranjados y púrpuras cuando Anaís salía de la empresa. Ese día salía un poco más tarde y tenía la intención de tomar un taxi para ir a su apartamento. Fue un día lleno de emociones, sin embargo, cuando iba a cruzar la calle para llegar junto a la parada, escuchó el chillido de una llanta. Estaba a mitad de camino, cuando su cuerpo se paralizó ante la gigantesca camioneta 4x4 que se aproximaba a ella. Cerró sus ojos, esperando el impacto, rezándole a todos los santos que existía y despidiéndose mentalmente de las pocas personas que amaba.No obstante, de repente sintió que unos enormes brazos la estaban rodeando, y lo último que sintió fue como revotaba sobre el cuerpo fornido de alguien. Conocía ese perfume. Era él. ¿Estaba muerta? Nunca sintió el impacto.Levantó el rostro, aún temblorosa. La sangre resonaba con fuerza en sus oídos, y su respiración entrecortada era un eco constante de su reciente encuentro