Por otra parte, Anaís estaba acostada sobre el pecho de Ernesto.— Fue asombroso — susurró ella.— Lo fue… Realmente lo fue — respondió, dejando un beso en su cabeza.— Bueno, debemos ponernos de pie. Debo revisar algunos documentos para ver si encuentro alguna cosa en contra de mi prima.Ernesto guardó silencio por un momento, como si estuviera evaluando su respuesta.— Yo te los conseguiré, si no te molesta.— Eso sería de mucha ayuda, bebe… — respondió.«¿Bebé?» Pensó Ernesto. Es un hombre imponente, poderoso y peligros, y se encuentra derretido porque su mujer lo llama bebé.— Bien. Recuerda que tienes aliados, Anaís. No estás sola en esto.— Lo sé. Gracias, Ernesto.— Y no olvides que mañana inicia la construcción y hoy tienes una cena conmigo.— Es imposible hacerlo si me lo recuerdas con ese tono. — Ernesto soltó una risa leve y se despidió —. Por cierto, Abba se contactó conmigo. Los socios no están contentos con lo que circula y planean vender sus acciones.— Eso es algo buen
El golpe fue directo. Lucrecia sintió cómo su rostro ardía de vergüenza y furia. ¿Cómo se atrevía ese hombre a hablarle así? Iba a protestar, pero Carla la sujetó del brazo y murmuró: — Lucrecia, ya hay gente mirando. Vámonos.Un grupo de curiosos se había reunido en la acera, observando el espectáculo. Consciente de las miradas, Lucrecia se retiró, pero no sin antes lanzar una última mirada de odio hacia Rogelio y el conserje.Una vez en el coche, Carla trató de calmarla.— Es mejor dejarlo, Lucrecia. No puedes ganarles a todos.Pero Lucrecia no estaba dispuesta a rendirse.— Ese hombre... — dijo entre dientes —. Voy a averiguar todo sobre él. Nadie me humilla así.Mientras tanto, Anaís observaba la escena desde una ventana en el piso superior. No podía evitar sentir una mezcla de satisfacción y lástima. Conocía bien a Lucrecia, su impulsividad y su orgullo desmedido. Pero Anaís ya no era la misma mujer que su prima había conocido. Había aprendido a jugar el juego, y ahora estaba gan
Mientras tanto, Jorge, que también estaba presente, no pudo evitar fijar su mirada en Anaís desde el otro lado del salón. Aunque se había prometido mantenerse al margen, algo en su interior lo impulsaba a acercarse. Sin embargo, cuando finalmente se dirigió hacia ella, Ernesto ya estaba allí, inclinándose ligeramente para susurrarle algo.— Mi señora, ¿cómo se encuentra en su noche especial? — susurró Ernesto con voz aterciopelada, inclinándose lo justo para que solo Anaís lo escuchara.Anaís lo miró con una sonrisa sutil, esa que sabía que podía desarmar a cualquiera, y respondió con un tono igual de calmado: — Mucho mejor ahora que ha llegado alguien interesante. Tú.El comentario, aunque dicho con ligereza, hizo que Ernesto soltara una risa baja. La complicidad en sus miradas era evidente. Fue justo en ese momento que Jorge llegó hasta ellos, su ceño ligeramente fruncido al ver la proximidad entre los dos.— Disimula, Anaís — dijo Jorge con un tono seco, aunque cuidando que nadie
El sol de la mañana se colaba a través de las persianas del despacho de Anaís, bañando con luz tenue el escritorio impecable. Sentada en su silla de respaldo alto, revisaba meticulosamente un conjunto de documentos que requerían su atención inmediata. Su mirada era concentrada, pero su mente viajaba constantemente entre los números y los recientes sucesos en su vida.Jorge, impulsado por la necesidad de respuestas y contarle sus ideas de negocios, fue directamente a la empresa Wes, donde trabajaba Anaís. Sin embargo, no era el único en ese lugar.El asistente de Anaís al ver a través de su Tablet la presencia de dicho hombre, ingresa de inmediato a la oficina de la empresaria.— ¿Sucede algo? — preguntó al verlo nervioso.— En el ves… vestíbulo hay dos personas. — Se acercó con pasos apresurados hasta ella y le enseñó la Tablet —. Tiene cita en diez minutos con el señor Lorenzo.— ¿Y con el señor Guerrero?— No… no ha quitado cita — explicó. Anaís le sonrió.— Entonces que espere que
Jorge se marchó del edificio con la mente hecha un caos. Ahora resulta que Anaís era la víctima.— ¡Mis cojones! ¿Anaís la víctima? — masculló para sí mismo.Él aún recuerda cuando debía casarse, y que la única forma de obtener la ayuda para salvar la empresa era casándose con ella. Aunque había varias lagunas que no entendía, su familia le había asegurado que debían casarse para ser beneficiados. Ella había hecho todo para estar con él y separarlo de su amor.Anaís por su parte, estaba enojada por tal atrevimiento. Después de todo, el que deseaba casarse para obtener la ayuda fueron la familia Guerrero. Ella igual hubiese bajado el mundo con o sin matrimonio, y ahora, después de todo lo que aguantó, dice que ella manipuló la situación.— ¡Calumnias! — musitó.Lo cierto es que ambos están envueltos en una red de mentiras. Ambos creían en algo, cuando lo cierto es que fueron manipulados y pronto sabrían que los dos fueron parte de un plan horrible de personas que ya no están en este mun
El amor y la intriga luchaban dentro de él, y aunque no lo admitiera, Anaís era su debilidad. Pero había una pregunta que lo atormentaba: ¿Qué haría ella cuando supiera la verdad? Que él no era Ernesto Salinas, sino Ernesto Santos, el lobo Blanco que habita en la oscuridad. El hombre sin rostro conocido por tantos por su peligrosa forma de hacer negocios. Aquel que siempre ha estado obsesionado con su bella flor y que ahora era su prometido, bajo una identidad que no era suya.Ella era tan víctima como lo es él. Ambos habían perdido tanto por culpa de unos pocos, y ella había sacrificado tanto por esos malditos para que la pagaran de la manera tan brutal.Lo que hubiera dado de tan solo haber ocupado el lugar que Jorge ocupó en su corazón. Si tan solo hubiera llegado un poco antes… si tan solo…Pero ahora, él era un hombre diferente, con el poder en sus manos, y tenía su amor. Anaís era suya, no iba a perderla.Más tarde, Ernesto llegaba a la empresa de Anaís para buscarla, sin embarg
La noche caía en la ciudad, y la mansión de Anaís y Jorge se alzaba como un reflejo de poder y frialdad. Los muebles perfectamente ordenados, las luces cálidas y los detalles elegantes no lograban esconder el vacío y la distancia que se respiraba entre esas paredes.Anaís observó su reflejo en el enorme espejo de su habitación. El vestido color esmeralda caía con gracia sobre su figura, y el maquillaje impecable acentuaba sus facciones delicadas. Se había esmerado en parecer perfecto, pero ese esfuerzo no era para ella. Era para él, el hombre que una vez había jurado amarla. Anaís imitaba el estilo de Lucrecia, su prima, con la absurda esperanza de que Jorge pudiera verla, de que la atención que le dedicaba a los fantasmas de su pasado se volviera hacia ella, aunque fuera por una noche.Escuchó el eco de la puerta principal cerrarse con brusquedad, y sintió una mezcla de ansiedad y resentimiento. Sabía que Jorge había llegado, aunque la probabilidad de que subiera a verla era escasa.
Anaís observó cómo la empleada entraba en la habitación con un vestido claro, de esos que había acumulado a lo largo de los años. El tono perlado del vestido era angelical, insinuando pureza, lealtad y sumisión, virtudes con las que había intentado envolver su vida matrimonial, esperando que su devoción lograra transformar un matrimonio vacío en algo verdadero. Pero hoy, ese vestido representaba la ingenuidad y las cadenas de un pasado que estaba decidida a dejar atrás.La empleada, acostumbrada a verla en ese tipo de atuendos, le sonrió con cordialidad, extendiéndole el vestido sobre el sillón junto a la ventana.— Este parece perfecto para hoy, señora — dijo la mujer, con amabilidad —. Es clásico, elegante… seguro le gustará al señor Jorge.Anaís observó el vestido, pero en su mente no sentía ningún tipo de apego por esa prenda, ni por lo que significaba. Era como si de repente todo aquello que la había retenido en un papel subordinado le resultara ajeno, como si esa versión de sí m