Jorge se marchó del edificio con la mente hecha un caos. Ahora resulta que Anaís era la víctima.— ¡Mis cojones! ¿Anaís la víctima? — masculló para sí mismo.Él aún recuerda cuando debía casarse, y que la única forma de obtener la ayuda para salvar la empresa era casándose con ella. Aunque había varias lagunas que no entendía, su familia le había asegurado que debían casarse para ser beneficiados. Ella había hecho todo para estar con él y separarlo de su amor.Anaís por su parte, estaba enojada por tal atrevimiento. Después de todo, el que deseaba casarse para obtener la ayuda fueron la familia Guerrero. Ella igual hubiese bajado el mundo con o sin matrimonio, y ahora, después de todo lo que aguantó, dice que ella manipuló la situación.— ¡Calumnias! — musitó.Lo cierto es que ambos están envueltos en una red de mentiras. Ambos creían en algo, cuando lo cierto es que fueron manipulados y pronto sabrían que los dos fueron parte de un plan horrible de personas que ya no están en este mun
El amor y la intriga luchaban dentro de él, y aunque no lo admitiera, Anaís era su debilidad. Pero había una pregunta que lo atormentaba: ¿Qué haría ella cuando supiera la verdad? Que él no era Ernesto Salinas, sino Ernesto Santos, el lobo Blanco que habita en la oscuridad. El hombre sin rostro conocido por tantos por su peligrosa forma de hacer negocios. Aquel que siempre ha estado obsesionado con su bella flor y que ahora era su prometido, bajo una identidad que no era suya.Ella era tan víctima como lo es él. Ambos habían perdido tanto por culpa de unos pocos, y ella había sacrificado tanto por esos malditos para que la pagaran de la manera tan brutal.Lo que hubiera dado de tan solo haber ocupado el lugar que Jorge ocupó en su corazón. Si tan solo hubiera llegado un poco antes… si tan solo…Pero ahora, él era un hombre diferente, con el poder en sus manos, y tenía su amor. Anaís era suya, no iba a perderla.Más tarde, Ernesto llegaba a la empresa de Anaís para buscarla, sin embarg
La imponente mansión Guerrero se alzaba como un emblema de poder y tradición en medio de jardines perfectamente cuidados. Lucrecia bajó de su coche con un porte impecable, pero su mente era un torbellino. Su vestimenta era meticulosamente elegante, diseñada para impresionar, pero en su interior bullía la frustración. No deseaba quedarse atrás, por lo que ha publicado a los medios su compromiso con Jorge, pese a que él no lo sabía. Jorge, últimamente distante, estaba obsesionado con esa maldita negociación con el enigmático señor Wes. Mientras tanto, su empresa tambaleaba al borde de la quiebra, y su necesidad de dinero se regresaba urgente. No perdería. No podría permitirse quedar sin poder.Empujó las pesadas puertas dobles de la mansión, sabiendo que encontraría a la abuela Matilde allí. Aunque despreciaba a la anciana, necesitaba obtener información y su aprobación, y si Jorge no aparecía pronto, se encargaría de sacar ventaja por otros medios.Al entrar, Matilde, sentada en un sil
La sala del lujoso departamento de la señora Estefanía Santos estaba impecable, decorada con un estilo clásico y refinado que reflejaba la riqueza y el estatus de su familia. Sobre la mesa de mármol descansaba un servicio de té de porcelana fina, mientras Estefanía levantaba su taza con movimientos calculados, proyectando una imagen de perfección que había perfeccionado a lo largo de los años. Frente a ella, Bianca, la joven hija de una de sus amigas más cercanas, se sentaba con la espalda perfectamente recta, su vestido blanco inmaculado y su expresión dulce como la de un ángel.Bianca era la encarnación de lo que Estefanía consideraba ideal para su hijo: joven, hermosa, educada y, sobre todo, moldeable. Sin embargo, detrás de esa fachada angelical, Estefanía sabía que el corazón de Bianca era oscuro. Pero, ¿acaso importaba? Un corazón negro era mucho más manejable que un espíritu rebelde como el de esa mujerzuela, Anaís Santana. Aunque Estefanía debía admitirlo a regañadientes, Anaís
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo con matices anaranjados y púrpuras cuando Anaís salía de la empresa. Ese día salía un poco más tarde y tenía la intención de tomar un taxi para ir a su apartamento. Fue un día lleno de emociones, sin embargo, cuando iba a cruzar la calle para llegar junto a la parada, escuchó el chillido de una llanta. Estaba a mitad de camino, cuando su cuerpo se paralizó ante la gigantesca camioneta 4x4 que se aproximaba a ella. Cerró sus ojos, esperando el impacto, rezándole a todos los santos que existía y despidiéndose mentalmente de las pocas personas que amaba.No obstante, de repente sintió que unos enormes brazos la estaban rodeando, y lo último que sintió fue como revotaba sobre el cuerpo fornido de alguien. Conocía ese perfume. Era él. ¿Estaba muerta? Nunca sintió el impacto.Levantó el rostro, aún temblorosa. La sangre resonaba con fuerza en sus oídos, y su respiración entrecortada era un eco constante de su reciente encuentro
Más tarde, salían de la clínica. La herida de Anaís había sido limpiada y vendada, y los médicos habían confirmado que Anaís no había sufrido daños mayores, aunque le recomendaron reposo, especialmente por el embarazo riesgoso que cargaba en este momento. Ernesto, sin embargo, mantenía una expresión severa, su rostro era un libro cerrado que nadie podía leer.A pesar de ello, no soltaba la mano de Anaís. Sus dedos entrelazados con los de ella eran el único gesto que revelaba su vulnerabilidad. Anaís lo observó de reojo mientras caminaban hacia el coche. Su comportamiento era extraño, incluso para alguien tan protector como él.—vProméteme que no harás nada — pidió ella de repente, rompiendo el silencio.Él la miró, y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.— No puedo prometer eso, mi flor — respondió con calma —. Esto no fue un accidente. Y lo voy a investigar, te guste o no.Ella soltó un suspiro, frustrada. Conocía esa obstinación en Ernesto; era una de
El lobo blanco era el nombre que se había ganado Ernesto Santos. Desde el momento en que su padre y el resto de su familia habían muertos y quedaron solo su madre y él, él se había encargado de trabajar constantemente sin una pizca de compasión hacia nadie para convertir el legado de su familia en la corporación más poderosa. Tuve recurrir a tratos sucios para hacerse de nombre, y hoy, nadie puede siquiera atreverse a acercarse. Ernesto Santos es el hombre más peligroso del continente, pero el lobo blanco es el apodo que se ganó por ser quien es, por esas decisiones oscuras que ha tomado a lo largo del camino para ganarse el respeto de quienes quisieron intimidarlo.El aire estaba tenso mientras Ernesto estacionaba el coche frente al edificio donde vivía Anaís. La noche era oscura, apenas iluminada por las farolas, y aunque el motor del auto ya estaba apagado, él seguía sosteniendo el volante con fuerza, como si le diera estabilidad. Anaís, sentada en el asiento del copiloto, lo miró c
Ernesto asintió, sus pensamientos ya maquinando los próximos pasos. El peligro acechaba, pero si algo estaba claro, era que no iba a permitir que nada ni nadie se interpusiera entre él y Anaís.— Vigila a Bianca y deshazte del hombre.***Anaís llegó al restaurante con unos minutos de antelación, su atuendo impecable y su porte elegante atrayendo algunas miradas curiosas. Había algo en ella que siempre irradiaba confianza y serenidad, aunque por dentro, la incertidumbre la carcomía. Había aceptado la invitación de Elena con gusto, pero no podía negar que había un ligero nerviosismo en su pecho. Después de todo, no todos los días una compartía un almuerzo con la familia del hombre al que amaba, y podía considerarla amiga. Nunca había tenido una.El lugar era uno de los más exclusivos de la ciudad, con una decoración sofisticada que combinaba mármol blanco, maderas nobles y enormes ventanales que dejaban entrar la luz natural. Elena la esperaba en una mesa cerca del ventanal, su sonrisa