La imponente mansión Guerrero se alzaba como un emblema de poder y tradición en medio de jardines perfectamente cuidados. Lucrecia bajó de su coche con un porte impecable, pero su mente era un torbellino. Su vestimenta era meticulosamente elegante, diseñada para impresionar, pero en su interior bullía la frustración. No deseaba quedarse atrás, por lo que ha publicado a los medios su compromiso con Jorge, pese a que él no lo sabía. Jorge, últimamente distante, estaba obsesionado con esa maldita negociación con el enigmático señor Wes. Mientras tanto, su empresa tambaleaba al borde de la quiebra, y su necesidad de dinero se regresaba urgente. No perdería. No podría permitirse quedar sin poder.Empujó las pesadas puertas dobles de la mansión, sabiendo que encontraría a la abuela Matilde allí. Aunque despreciaba a la anciana, necesitaba obtener información y su aprobación, y si Jorge no aparecía pronto, se encargaría de sacar ventaja por otros medios.Al entrar, Matilde, sentada en un sil
La sala del lujoso departamento de la señora Estefanía Santos estaba impecable, decorada con un estilo clásico y refinado que reflejaba la riqueza y el estatus de su familia. Sobre la mesa de mármol descansaba un servicio de té de porcelana fina, mientras Estefanía levantaba su taza con movimientos calculados, proyectando una imagen de perfección que había perfeccionado a lo largo de los años. Frente a ella, Bianca, la joven hija de una de sus amigas más cercanas, se sentaba con la espalda perfectamente recta, su vestido blanco inmaculado y su expresión dulce como la de un ángel.Bianca era la encarnación de lo que Estefanía consideraba ideal para su hijo: joven, hermosa, educada y, sobre todo, moldeable. Sin embargo, detrás de esa fachada angelical, Estefanía sabía que el corazón de Bianca era oscuro. Pero, ¿acaso importaba? Un corazón negro era mucho más manejable que un espíritu rebelde como el de esa mujerzuela, Anaís Santana. Aunque Estefanía debía admitirlo a regañadientes, Anaís
El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, tiñendo el cielo con matices anaranjados y púrpuras cuando Anaís salía de la empresa. Ese día salía un poco más tarde y tenía la intención de tomar un taxi para ir a su apartamento. Fue un día lleno de emociones, sin embargo, cuando iba a cruzar la calle para llegar junto a la parada, escuchó el chillido de una llanta. Estaba a mitad de camino, cuando su cuerpo se paralizó ante la gigantesca camioneta 4x4 que se aproximaba a ella. Cerró sus ojos, esperando el impacto, rezándole a todos los santos que existía y despidiéndose mentalmente de las pocas personas que amaba.No obstante, de repente sintió que unos enormes brazos la estaban rodeando, y lo último que sintió fue como revotaba sobre el cuerpo fornido de alguien. Conocía ese perfume. Era él. ¿Estaba muerta? Nunca sintió el impacto.Levantó el rostro, aún temblorosa. La sangre resonaba con fuerza en sus oídos, y su respiración entrecortada era un eco constante de su reciente encuentro
Más tarde, salían de la clínica. La herida de Anaís había sido limpiada y vendada, y los médicos habían confirmado que Anaís no había sufrido daños mayores, aunque le recomendaron reposo, especialmente por el embarazo riesgoso que cargaba en este momento. Ernesto, sin embargo, mantenía una expresión severa, su rostro era un libro cerrado que nadie podía leer.A pesar de ello, no soltaba la mano de Anaís. Sus dedos entrelazados con los de ella eran el único gesto que revelaba su vulnerabilidad. Anaís lo observó de reojo mientras caminaban hacia el coche. Su comportamiento era extraño, incluso para alguien tan protector como él.—vProméteme que no harás nada — pidió ella de repente, rompiendo el silencio.Él la miró, y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.— No puedo prometer eso, mi flor — respondió con calma —. Esto no fue un accidente. Y lo voy a investigar, te guste o no.Ella soltó un suspiro, frustrada. Conocía esa obstinación en Ernesto; era una de
El lobo blanco era el nombre que se había ganado Ernesto Santos. Desde el momento en que su padre y el resto de su familia habían muertos y quedaron solo su madre y él, él se había encargado de trabajar constantemente sin una pizca de compasión hacia nadie para convertir el legado de su familia en la corporación más poderosa. Tuve recurrir a tratos sucios para hacerse de nombre, y hoy, nadie puede siquiera atreverse a acercarse. Ernesto Santos es el hombre más peligroso del continente, pero el lobo blanco es el apodo que se ganó por ser quien es, por esas decisiones oscuras que ha tomado a lo largo del camino para ganarse el respeto de quienes quisieron intimidarlo.El aire estaba tenso mientras Ernesto estacionaba el coche frente al edificio donde vivía Anaís. La noche era oscura, apenas iluminada por las farolas, y aunque el motor del auto ya estaba apagado, él seguía sosteniendo el volante con fuerza, como si le diera estabilidad. Anaís, sentada en el asiento del copiloto, lo miró c
Ernesto asintió, sus pensamientos ya maquinando los próximos pasos. El peligro acechaba, pero si algo estaba claro, era que no iba a permitir que nada ni nadie se interpusiera entre él y Anaís.— Vigila a Bianca y deshazte del hombre.***Anaís llegó al restaurante con unos minutos de antelación, su atuendo impecable y su porte elegante atrayendo algunas miradas curiosas. Había algo en ella que siempre irradiaba confianza y serenidad, aunque por dentro, la incertidumbre la carcomía. Había aceptado la invitación de Elena con gusto, pero no podía negar que había un ligero nerviosismo en su pecho. Después de todo, no todos los días una compartía un almuerzo con la familia del hombre al que amaba, y podía considerarla amiga. Nunca había tenido una.El lugar era uno de los más exclusivos de la ciudad, con una decoración sofisticada que combinaba mármol blanco, maderas nobles y enormes ventanales que dejaban entrar la luz natural. Elena la esperaba en una mesa cerca del ventanal, su sonrisa
Anaís llegó a su edificio como un huracán contenido, con la mente dando vueltas y su corazón latiendo con fuerza. Apenas podía respirar, sintiendo que todo su mundo se desmoronaba después del encuentro con Estefanía y Bianca. Ernesto, el hombre que había logrado entrar en su corazón, resultaba estar comprometido, y todo su cuerpo vibraba con una mezcla de dolor, humillación y rabia.Cuando estaba a punto de entrar al vestíbulo, una voz familiar la detuvo.— ¡Anaís! — llamó Jorge, su exesposo, apareciendo de la nada.Ella se tensó al escucharlo y siguió caminando, fingiendo no haberlo oído. Pero Jorge no era alguien que se diera por vencido fácilmente. Dio unos pasos rápidos hasta alcanzarla, bloqueando su camino.— Anaís, por favor, no me ignores. Tenemos que hablar.— No ahora, Jorge. — Su voz era firme, pero al mismo tiempo cansada, intentando avanzar.— Anaís, debes escucharme. — Él la sostuvo del brazo, con una mezcla de insistencia y preocupación al ver su rostro, esquivando su m
Bianca acomodó su taza de té con delicadeza sobre el platillo, mientras una sonrisa maliciosa se dibujaba en su rostro. La charla con Estefanía había sido un deleite. Ambas disfrutaban del espectáculo que habían provocado, regodeándose en las posibles repercusiones.— Y crees que este pequeño acto funcione? — preguntó Bianca, su tono cargado de intriga, mientras observaba a su aliada con ojos astutos.Estefanía emocionada con una confianza aplastante, casi perezosa.— Por supuesto que funcionará. Ese Ernesto siempre ha sido una cabeza dura, pero yo sé cómo manipular sus emociones. Y esa mujercita... — Hizo una pausa, el desdén goteando en cada palabra —. Anaís, o como se llame, no es más que una vulgar que seguramente se lo ha creído todo.Bianca dejó escapar una risita satisfecha, tomando otro sorbo de su té.— Es impresionante cómo juegas tus cartas, Estefanía. Admito que verte en acción es todo un espectáculo.La madre de Ernesto ladeó la cabeza, dejando que una risa sutil pero ven