31 - Es el Lobo Blanco.

Más tarde, salían de la clínica. La herida de Anaís había sido limpiada y vendada, y los médicos habían confirmado que Anaís no había sufrido daños mayores, aunque le recomendaron reposo, especialmente por el embarazo riesgoso que cargaba en este momento. Ernesto, sin embargo, mantenía una expresión severa, su rostro era un libro cerrado que nadie podía leer.

A pesar de ello, no soltaba la mano de Anaís. Sus dedos entrelazados con los de ella eran el único gesto que revelaba su vulnerabilidad. Anaís lo observó de reojo mientras caminaban hacia el coche. Su comportamiento era extraño, incluso para alguien tan protector como él.

—vProméteme que no harás nada — pidió ella de repente, rompiendo el silencio.

Él la miró, y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.

— No puedo prometer eso, mi flor — respondió con calma —. Esto no fue un accidente. Y lo voy a investigar, te guste o no.

Ella soltó un suspiro, frustrada. Conocía esa obstinación en Ernesto; era una de
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