LXXVIII Una vida, un mundo

Lo primero en que reparó Irum fue en el atuendo casual de Alejandro. No llevaba traje, no hablarían de trabajo y sólo para eso ellos se reunían.

—Más vale que sea algo importante, no me sobra el tiempo.

Alejandro carraspeó y se acomodó las gafas.

—Ángel fue a hablar conmigo. Me lo contó todo.

Irum tomó asiento porque supuso que tardarían. Junto a la ventana y entre dos libreros había un sofá que olía al perfume de Libi. Ella iba allí a estudiar.

—Esa mujer sólo sabe causar problemas.

—¿Por qué no me contaste de su embarazo?

El doloroso reproche de su abogado era intolerable y m4ldijo a la nefasta mujer. ¿En qué momento le había parecido buena idea salir con ella para fastidiar a Alejandro? Qué desastroso era haciendo bromas.

—Consideré que era innecesario que lo supieras sin tener la certeza de la paternidad. Deberías agradecerme por querer ahorrarte un problema.

—Yo tenía derecho a saberlo. Le diste dinero a Ángel para que se fuera y le prohibiste que me hablara.

—Y la infeliz no
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