LXXXI Inversión de tiempo

—¿A dónde vas?

La pregunta de Irum y el tono enérgico que usó dejó a Libi estática a pasos de la puerta. No había ido a dormir a la habitación ni había desayunado con ella y se aparecía de repente y gritando.

—Quedé en ir a almorzar con Lucy, fui al despacho a decírtelo.

—No estaba en el despacho. ¿Irás a contarle todo lo que ocurrió? ¿Esa mujer alcahueta no tiene nada mejor que hacer que entrometerse en nuestros asuntos?

—Ni yo misma entiendo lo que está pasando, ¿qué podría contarle? Y no hables mal de ella.

—¿O qué? ¿Qué pasará si hablo mal de tu amiguita? ¿Vas a irte igual que Josefa?

—Yo no he hecho nada, no es justo que te desquites conmigo. Regresaré más tarde. Espero que se te haya pasado el enojo para entonces.

Libi se fue, sin tener la menor consideración con él. Y comería fuera, mientras él se había quedado sin Josefa para que le cocinara. Las mujeres eran bestias insensibles.

En el suelo, Canela, la incondicional, se frotaba contra su pierna. Irum se agachó y la cogió en
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