LXXXIV El sospechoso

K se bebió la última gota de café a las dos de la mañana. No era nada, a esa hora su noche apenas comenzaba.

—¿Libi se durmió?

Lucy, que llegaba con una cafetera recargada, asintió.

—Con ayuda de los somníferos más fuertes que encontré.

—¿No le harán daño?

—La conozco y más daño le haría estar despierta, carcomiéndose los sesos. Cuando tiene pensamientos negativos empiezan a crecer como una bola de nieve y luego ya no hay cómo pararlos. Su cabeza es su peor enemiga —reflexionó, volviendo a llenar el termo de K—. Corrijo, es peor quien está detrás de todo esto.

—Concuerdo. Gracias por el café.

—¿Por qué no me pasan estas cosas a mí? Yo doy mucho material para chantajes. He dejado a uno que otro hombre despechado y mujeres cornudas con ganas de sacarme los ojos. ¿Por qué le pasa a Libi que no le hace mal a nadie? Ella sólo quiere ser feliz y cuando parece que lo está logrando, le estalla todo en la cara. Tú que eres tan listo, K, dime por qué y no me salgas con eso de que Dios
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