Despertar y sentirse tan cansada como al dormirse era señal de que todo iba terriblemente mal y así estaba Libi. Irum no la había acompañado en la cama y no supo qué pensar al respecto. En el velador encontró de regreso sus ansiolíticos y unos somníferos diferentes a los suyos. Volvió a encontrarse con Irum en el comedor, la esperaba para desayunar.—¿Cómo te sientes hoy, Libi?—Confundida. Y hambrienta. ¿No dormiste conmigo?—Seguiré en la habitación del segundo piso hasta que vuelvas a sentirte cómoda con mi cercanía, no quiero transgredir tus límites. Cuando quieras que durmamos juntos, sólo dilo y allí estaré. Muy racional y amable de su parte. Casi hacía parecer que ella estaba allí por voluntad propia, pensó Libi. —Mas tarde podríamos hacer algo que te guste —ofreció Irum, dispuesto a hacer tiempo en su agenda para ella—. Ir a pasear con Canela al parque, comer fuera, nadar en la piscina. —No sé nadar.—Yo podría enseñarte. El nado es un excelente ejercicio de fortalecimient
—Mueve los pies, Libi. No dejes de moverlos. —No vayas a soltarme.Irum la sostuvo de las manos y Libi pataleó hacia él con el afán desesperado de mantenerse a flote y sobrevivir. Logró llegar hasta él y lo aferró con fuerza, tosiendo y escupiendo agua.—Nunca vi a nadie con tan mala coordinación.Ni flotar lograba. Cuando se quedaba quieta, se iba hasta el fondo. —No... no sobreviviré a tus clases de nado... Mejor sigo enseñándote a cocinar.Irum era un estudiante destacado, a diferencia de ella, que acabaría reprobando y muerta, sólo así flotaría. —No te rindas tan fácilmente. Debes evitar respirar cuando te sumerjas y no entrar en pánico. Hagámoslo juntos.Libi inhaló a su máxima capacidad y se sumergió junto con Irum. Quiso salirse del agua en cuanto ésta le cubrió la boca, pero aguantó, soltando aire como un globo que se desinflaba. Incluso se atrevió a abrir los ojos y vio que Irum no se había sumergido.—¡Eres un tramposo! —Eres tú la que necesita aprender a nadar, no yo, p
—¿Cambió tu opinión sobre el auto?Irum leía en la sala, junto a la chimenea. Libi se sentó en el sillón frente a él, a buena distancia. —El tapiz de los asientos está muy bonito y no hace ruidos raros... Gracias, Irum. —La próxima vez iremos juntos y escogerás uno a tu gusto, un todo terreno para que me lleves a pasear cuando salgamos de vacaciones, ya que te gusta tanto conducir. Libi asintió, sin dejar de mirarse las manos, que no dejaban de sudarle. Se las secó en el vestido y fue a sentarse junto a Irum. Cuanto antes se lo contara, mejor.—Irum, tenemos que hablar de algo muy importante. Él dejó a un lado su libro y le prestó atención. Los ojos de Libi, hinchados por el llanto, le indicaron que el momento de la verdad había llegado. —¿Vas a confesarme con cuántos amigos de Lucy follaste?La mueca de repulsión de Libi lo hizo reír. —No es gracioso bromear con eso, ¿cierto? Espero que no lo olvides, cariño, porque a mí tampoco me divierte que alardees con ser una promiscua y
Irum no había tenido una gran figura paterna. Lo único que agradecía de su padre era la fortuna que había amasado y que le permitió crecer rodeado de comodidades hasta que empezó a ganar dinero por su cuenta y prescindió de ella. Lujos, privilegios y la mejor educación, Irum había desarrollado habilidades que lo hacían ser brillante en su área, de ahí venía su éxito. Irum era muy inteligente, de eso no había dudas, pero con Libi se sentía como un completo estúpido. Por más que lo intentaba, no lograba desentrañar y comprender los enigmas de su aparentemente simple, pero intrincado razonamiento. —¡¿Qué?! —Lo que oíste... No voy a casarme contigo. No era por presumir, pero él estaba seguro de que había decenas de mujeres que matarían por estar en el lugar de Libi. Bastantes se le insinuaban en cuanto tenían oportunidad y él las rechazaba con cortesía. Era evidente que las atraía su poder económico y aunque Libi no estaba interesada en posesiones materiales, se suponía que lo amab
La mujer se sorprendió de ver al niño en su puerta. Irum Klosse, el hijito de papá, demasiado rico y engreído como para poner un pie por allí. Se decepcionó al mirar en todas direcciones y confirmar que estaba solo. —Él se fue y dudo que le importes. Nadie le importa realmente, salvo él mismo. Tú tampoco me importas, pero tu hijo sí —le dijo el niño. La mujer sonrió con burla y se llevó la botella de vino que cargaba a la boca. Tenía los labios teñidos de tanto beber. No eran ni siquiera las diez de la mañana. —¿Te importa? Si es así dale el dinero que su padre no le da. Es su derecho. —Estoy dispuesto a ocuparme de su educación y manutención para que nada le falte —aseguró el niño, que no debía tener más de trece años. Su seriedad y madurez lo hacían parecer mucho mayor, un viejo enano y precoz. —Entonces vamos soltando el billete. Por culpa de tu padre no he podido encontrar trabajo y lo que el crío consigue en la calle no alcanza para nada. Irum, que seguía de pie, le dio u
Libi pintaba en su taller, allí había estado desde que dejara la cama, a eso de las cinco de la mañana. Lo poco que dormía lo atribuía ella a la falta de cansancio, Irum no la dejaba hacer nada. Él llegó a darle los buenos días con un beso en el cuello y una caricia en el vientre.—Se me acabó la pintura negra, debo ir a comprar más.—María Concha te traerá lo que necesites.—Necesito respirar aire fresco, me gustaría llevar a Canela al parque.—Nuestro patio mide varias hectáreas, puedes pasearla ahí. Ella se deshizo de su abrazo y lo apartó de un empujón, fastidiada.—No lo entiendo, Irum. Al bebé no le pasó nada con el accidente, ¿por qué sigues siendo tan sobreprotector? ¡Me asfixias! ¡Me estresas y mi estrés sí es dañino para el bebé!—Pues tendrás que desestrezarte sin salir. No voy a arriesgarme a que les ocurra otro accidente.Ella lanzó sus pinceles sobre el mesón y se fue de allí. Irum no le había dicho nada sobre la intencionalidad del «accidente», la prefería enojada con
Irum llevaba un buen rato mirando a Libi desde el umbral de la puerta de la biblioteca. No quería hacer ningún ruido que la distrajera, eso sería una falta de respeto imperdonable, como irrumpir en su taller cuando pintaba.Sobre el sofá, Libi oía música con sus audífonos, uno lo tenía en el oído derecho y el otro sobre el vientre. Con los ojos cerrados, se dejó envolver en sensaciones y pensamientos que sólo eran para ella, pero que Irum codiciaba pudieran compartir. Aguantó en el umbral lo que más pudo.—Falta uno para mí —dijo cuando por fin entró.Libi lo invitó a compartir el que ella tenía. Irum se acurrucó a su lado y escuchó. —Si lo haces oír esta música, será un vago de cabello largo, harapiento y desaseado.—Qué prejuicioso, Irum.—Es un ruido infernal, ponle algo mejor o lo dejarás sordo.—Ya que sabes tanto de música, escoge algo tú.Irum cogió el teléfono de Libi y mpezó a oírse música clásica, piano, violines. Libi bostezó.—Con eso, el bebé será un aburrido. El tedio
Libi encontró el cargador de Irum en el primer cajón del escritorio. Había también un libro con cubierta de cuero que recordaba haber visto entre sus manos cuando leía junto a la chimenea. Interesada en saber qué tipo de lectura lo atraía, lo tomó.No encontró letras impresas entre sus páginas, estaba en blanco, pero no vacío. Casi a la mitad halló una fotografía. La joven mujer que allí aparecía retratada era pálida y delgada, con grandes ojos verdes que le recordaron a los suyos. El cabello rubio cobrizo las diferenciaba un poco, por lo demás, ella y aquella mujer podían ser hermanas.O madre e hija, confirmó al ver la fecha escrita en el reverso. ¿Qué mujer había en la vida de Irum además de ella y Pepa? ¿Quién sería tan importante y valiosa como para que su recuerdo lo acompañara de vez en cuando junto a la chimenea? «Hola», le dijo Libi a la primera y única imagen que había visto de su suegra. Obligando a sus lágrimas a mantenerse en su sitio, llevó la fotografía a su pecho y al