La mujer se sorprendió de ver al niño en su puerta. Irum Klosse, el hijito de papá, demasiado rico y engreído como para poner un pie por allí. Se decepcionó al mirar en todas direcciones y confirmar que estaba solo. —Él se fue y dudo que le importes. Nadie le importa realmente, salvo él mismo. Tú tampoco me importas, pero tu hijo sí —le dijo el niño. La mujer sonrió con burla y se llevó la botella de vino que cargaba a la boca. Tenía los labios teñidos de tanto beber. No eran ni siquiera las diez de la mañana. —¿Te importa? Si es así dale el dinero que su padre no le da. Es su derecho. —Estoy dispuesto a ocuparme de su educación y manutención para que nada le falte —aseguró el niño, que no debía tener más de trece años. Su seriedad y madurez lo hacían parecer mucho mayor, un viejo enano y precoz. —Entonces vamos soltando el billete. Por culpa de tu padre no he podido encontrar trabajo y lo que el crío consigue en la calle no alcanza para nada. Irum, que seguía de pie, le dio u
Libi pintaba en su taller, allí había estado desde que dejara la cama, a eso de las cinco de la mañana. Lo poco que dormía lo atribuía ella a la falta de cansancio, Irum no la dejaba hacer nada. Él llegó a darle los buenos días con un beso en el cuello y una caricia en el vientre.—Se me acabó la pintura negra, debo ir a comprar más.—María Concha te traerá lo que necesites.—Necesito respirar aire fresco, me gustaría llevar a Canela al parque.—Nuestro patio mide varias hectáreas, puedes pasearla ahí. Ella se deshizo de su abrazo y lo apartó de un empujón, fastidiada.—No lo entiendo, Irum. Al bebé no le pasó nada con el accidente, ¿por qué sigues siendo tan sobreprotector? ¡Me asfixias! ¡Me estresas y mi estrés sí es dañino para el bebé!—Pues tendrás que desestrezarte sin salir. No voy a arriesgarme a que les ocurra otro accidente.Ella lanzó sus pinceles sobre el mesón y se fue de allí. Irum no le había dicho nada sobre la intencionalidad del «accidente», la prefería enojada con
Irum llevaba un buen rato mirando a Libi desde el umbral de la puerta de la biblioteca. No quería hacer ningún ruido que la distrajera, eso sería una falta de respeto imperdonable, como irrumpir en su taller cuando pintaba.Sobre el sofá, Libi oía música con sus audífonos, uno lo tenía en el oído derecho y el otro sobre el vientre. Con los ojos cerrados, se dejó envolver en sensaciones y pensamientos que sólo eran para ella, pero que Irum codiciaba pudieran compartir. Aguantó en el umbral lo que más pudo.—Falta uno para mí —dijo cuando por fin entró.Libi lo invitó a compartir el que ella tenía. Irum se acurrucó a su lado y escuchó. —Si lo haces oír esta música, será un vago de cabello largo, harapiento y desaseado.—Qué prejuicioso, Irum.—Es un ruido infernal, ponle algo mejor o lo dejarás sordo.—Ya que sabes tanto de música, escoge algo tú.Irum cogió el teléfono de Libi y mpezó a oírse música clásica, piano, violines. Libi bostezó.—Con eso, el bebé será un aburrido. El tedio
Libi encontró el cargador de Irum en el primer cajón del escritorio. Había también un libro con cubierta de cuero que recordaba haber visto entre sus manos cuando leía junto a la chimenea. Interesada en saber qué tipo de lectura lo atraía, lo tomó.No encontró letras impresas entre sus páginas, estaba en blanco, pero no vacío. Casi a la mitad halló una fotografía. La joven mujer que allí aparecía retratada era pálida y delgada, con grandes ojos verdes que le recordaron a los suyos. El cabello rubio cobrizo las diferenciaba un poco, por lo demás, ella y aquella mujer podían ser hermanas.O madre e hija, confirmó al ver la fecha escrita en el reverso. ¿Qué mujer había en la vida de Irum además de ella y Pepa? ¿Quién sería tan importante y valiosa como para que su recuerdo lo acompañara de vez en cuando junto a la chimenea? «Hola», le dijo Libi a la primera y única imagen que había visto de su suegra. Obligando a sus lágrimas a mantenerse en su sitio, llevó la fotografía a su pecho y al
En su despacho, Irum caminaba impaciente de un lado a otro. La espalda y la pierna le ardían con cada movimiento, contribuyendo a su irritación. —Han pasado dos horas desde que Libi dejó la casa de Lucy, ¡¿dónde mierd4 está?! ¡¿Por qué no ha regresado?! La había empezado a telefonear en cuanto Alejandro le comentó las novedades sobre el maestro Luen, cuya fecha de muerte aparentemente lo eliminaba como sospechoso del choque. Alguien había usado su auto para inculparlo. Alguien lo había matado. Alguien sin escrúpulos que seguía suelto. —¡Nunca debí dejar que saliera! —La vamos a encontrar —intentó tranquilizarlo Alejandro, sentado tras el escritorio—. Localizaron su auto circulando en la autopista I27, en dirección sur. ¿Sabes a qué lugar pudo ir? —¿En las afueras? No tengo la menor idea, su vida social es muy limitada. Usualmente iba de la universidad a la casa y su única amiga es Lucy. Hacen cosas juntas, no tiene pasatiempos fuera de casa, no practica deportes y no tiene f
—¿Ustedes se conocen? —preguntó Pepa al ver el modo en que Libi y su novio se miraban. —Por supuesto, el mundo es muy pequeño —dijo él—. Libi y yo trabajamos juntos. Es muy buena haciendo que otros pierdan su trabajo. Libi, que no había alcanzado a sentarse en la sala, quiso devolverse hasta la entrada. Él se le interpuso. —¿Acabas de llegar y ya quieres irte? No seas maleducada. —Si ella quiere irse, no hay problema. Ya hablaremos en otra ocasión —Pepa iba a acompañarla a la puerta. La repentina palidez de Libi era indicio de lo mal que se había puesto. La pelirroja no decía palabra y miraba a su novio como si fuera un fantasma. Compañeros de trabajo, ¿dónde? ¿Cuándo? Ella le había hablado de Libi varias veces, pero él no le había dicho nada. ¡Ella le contaba todo! De un manotazo, su novio le arrebató a Libi el teléfono que tenía en las manos y con el que intentaba pedir ayuda. —Cariño, ¿qué haces? Desprovisto de cualquier atisbo de consideración, él derribó a Pepa de u
«¿Quién podría querer hacerlo daño a Libi?». Mientras Lucy lo pensaba, toda su historia juntas se proyectó frente a sus ojos. Aquel día en que lo perdió todo, la cálida mano de un policía cogió la suya en la calle, en el sitio donde habían atropellado a su madre. La llevó a varios lugares, donde le preguntaron una y otra vez por lo ocurrido. «¿Tienes más familia?, ¿padre?». El único familiar que Lucy tenía era su madre, hasta ese día. «Aquí cuidarán de ti», le dijo el policía cuando la dejó en el orfanato y un frío insoportable la invadió al soltarle la mano. Cada cama en la habitación a la que la guiaron estaba ocupada, así que se acurrucó en la orilla de la primera, sin llegar a tocar al pequeño bulto que allí dormía. El frío la acompañó hasta la mañana siguiente, el bulto se reveló como una niña de su edad, con el más impresionante color de cabello que ella hubiera visto. «Hola, me llamo Libi». Lucy se preguntaba si su cabello rojo olería a rosas. «Yo... soy la princes
Lo último que vio Libi, luego de caer inconsciente sofocada por el trapo con el que Iván le cubrió la nariz, fue a Pepa herida sobre la alfombra. Pensó en Pepa al despertarse, luego en Irum, Lucy y el bebé. En ella también, por supuesto, se sintió responsable por todo cuanto ocurría. Pareciera que en el mundo había personas nacidas para ser pisoteadas. En cuanto alzaban la voz o intentaban defenderse, eran pisoteados con mayor crueldad que antes. Si hubiera cedido a las insinuaciones de Iván por el bien del ambiente laboral, si Lucy hubiera ignorado las negligencias del maestro Luen, ella no estaría en aquella situación. El mundo seguiría siendo igual de injusto, pero estaría en casa, sin el miedo congelándole el corazón. —Ya sé que estás despierta. La visión de Libi seguía borrosa cuando se incorporó. Estaba en un pequeño cuarto, con cajas apiladas a su alrededor. Iván, parado a unos dos metros de ella, le pareció enorme. —¿Y Pepa? —fue lo primero que Libi preguntó. La única