XCVIII Comprometidos

Libi pintaba en su taller, allí había estado desde que dejara la cama, a eso de las cinco de la mañana. Lo poco que dormía lo atribuía ella a la falta de cansancio, Irum no la dejaba hacer nada.

Él llegó a darle los buenos días con un beso en el cuello y una caricia en el vientre.

—Se me acabó la pintura negra, debo ir a comprar más.

—María Concha te traerá lo que necesites.

—Necesito respirar aire fresco, me gustaría llevar a Canela al parque.

—Nuestro patio mide varias hectáreas, puedes pasearla ahí.

Ella se deshizo de su abrazo y lo apartó de un empujón, fastidiada.

—No lo entiendo, Irum. Al bebé no le pasó nada con el accidente, ¿por qué sigues siendo tan sobreprotector? ¡Me asfixias! ¡Me estresas y mi estrés sí es dañino para el bebé!

—Pues tendrás que desestrezarte sin salir. No voy a arriesgarme a que les ocurra otro accidente.

Ella lanzó sus pinceles sobre el mesón y se fue de allí. Irum no le había dicho nada sobre la intencionalidad del «accidente», la prefería enojada con
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