XCIX Nuestros sueños

Irum llevaba un buen rato mirando a Libi desde el umbral de la puerta de la biblioteca. No quería hacer ningún ruido que la distrajera, eso sería una falta de respeto imperdonable, como irrumpir en su taller cuando pintaba.

Sobre el sofá, Libi oía música con sus audífonos, uno lo tenía en el oído derecho y el otro sobre el vientre. Con los ojos cerrados, se dejó envolver en sensaciones y pensamientos que sólo eran para ella, pero que Irum codiciaba pudieran compartir.

Aguantó en el umbral lo que más pudo.

—Falta uno para mí —dijo cuando por fin entró.

Libi lo invitó a compartir el que ella tenía. Irum se acurrucó a su lado y escuchó.

—Si lo haces oír esta música, será un vago de cabello largo, harapiento y desaseado.

—Qué prejuicioso, Irum.

—Es un ruido infernal, ponle algo mejor o lo dejarás sordo.

—Ya que sabes tanto de música, escoge algo tú.

Irum cogió el teléfono de Libi y mpezó a oírse música clásica, piano, violines. Libi bostezó.

—Con eso, el bebé será un aburrido. El tedio
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