—¿Ustedes se conocen? —preguntó Pepa al ver el modo en que Libi y su novio se miraban. —Por supuesto, el mundo es muy pequeño —dijo él—. Libi y yo trabajamos juntos. Es muy buena haciendo que otros pierdan su trabajo. Libi, que no había alcanzado a sentarse en la sala, quiso devolverse hasta la entrada. Él se le interpuso. —¿Acabas de llegar y ya quieres irte? No seas maleducada. —Si ella quiere irse, no hay problema. Ya hablaremos en otra ocasión —Pepa iba a acompañarla a la puerta. La repentina palidez de Libi era indicio de lo mal que se había puesto. La pelirroja no decía palabra y miraba a su novio como si fuera un fantasma. Compañeros de trabajo, ¿dónde? ¿Cuándo? Ella le había hablado de Libi varias veces, pero él no le había dicho nada. ¡Ella le contaba todo! De un manotazo, su novio le arrebató a Libi el teléfono que tenía en las manos y con el que intentaba pedir ayuda. —Cariño, ¿qué haces? Desprovisto de cualquier atisbo de consideración, él derribó a Pepa de u
«¿Quién podría querer hacerlo daño a Libi?». Mientras Lucy lo pensaba, toda su historia juntas se proyectó frente a sus ojos. Aquel día en que lo perdió todo, la cálida mano de un policía cogió la suya en la calle, en el sitio donde habían atropellado a su madre. La llevó a varios lugares, donde le preguntaron una y otra vez por lo ocurrido. «¿Tienes más familia?, ¿padre?». El único familiar que Lucy tenía era su madre, hasta ese día. «Aquí cuidarán de ti», le dijo el policía cuando la dejó en el orfanato y un frío insoportable la invadió al soltarle la mano. Cada cama en la habitación a la que la guiaron estaba ocupada, así que se acurrucó en la orilla de la primera, sin llegar a tocar al pequeño bulto que allí dormía. El frío la acompañó hasta la mañana siguiente, el bulto se reveló como una niña de su edad, con el más impresionante color de cabello que ella hubiera visto. «Hola, me llamo Libi». Lucy se preguntaba si su cabello rojo olería a rosas. «Yo... soy la princes
Lo último que vio Libi, luego de caer inconsciente sofocada por el trapo con el que Iván le cubrió la nariz, fue a Pepa herida sobre la alfombra. Pensó en Pepa al despertarse, luego en Irum, Lucy y el bebé. En ella también, por supuesto, se sintió responsable por todo cuanto ocurría. Pareciera que en el mundo había personas nacidas para ser pisoteadas. En cuanto alzaban la voz o intentaban defenderse, eran pisoteados con mayor crueldad que antes. Si hubiera cedido a las insinuaciones de Iván por el bien del ambiente laboral, si Lucy hubiera ignorado las negligencias del maestro Luen, ella no estaría en aquella situación. El mundo seguiría siendo igual de injusto, pero estaría en casa, sin el miedo congelándole el corazón. —Ya sé que estás despierta. La visión de Libi seguía borrosa cuando se incorporó. Estaba en un pequeño cuarto, con cajas apiladas a su alrededor. Iván, parado a unos dos metros de ella, le pareció enorme. —¿Y Pepa? —fue lo primero que Libi preguntó. La única
Sangre. En los pocos instantes en que Libi recuperó la conciencia sólo vio sangre y, por unos segundos, mientras era transportada en camilla bajo una luz cegadora, sintió la acogedora calidez de la mano de Irum sobre la suya. Volvió a sentirla en un pequeño cuarto donde también le pareció ver a su obstetra. Todos deambulaban entre la niebla. Estaba demasiado aturdida y cansada, los analgésicos la tenían sumergida en un estado de semi inconsciencia donde era incapaz de enterarse de nada de lo que ocurría a su alrededor. —Lamento lo que ha pasado —dijo el médico, mientras preparaba los implementos para la ecografía.Lo acompañaba una enfermera. Fue ella quien levantó la bata de Libi. Irum apartó los ojos al ver los moretones que allí había. Temía no haber sido lo suficientemente rápido para encontrarla.Temía que ya fuera tarde, por eso insistió en que se hiciera la ecografía cuanto antes. Necesitaba saberlo, ver con sus propios ojos si su hijo seguía existiendo. La mano de Libi se e
Libi llevaba cinco minutos mirando su guardarropas tan bien provisto, sin hacer movimiento. —¿Ya hiciste tus maletas? —preguntó Irum, que iba y venía por todos lados. Su energía parecía inagotable. —No. No me has dicho a dónde vamos, no sé qué tipo de ropa llevar. —Lleva de todo un poco —respondió él y le dio un beso en la sien. —¿Para el fin de semana? —Una semana —corrigió Irum. —No podemos dejar a Canela sola durante una semana. Desde que volviera de la clínica, Libi no se separaba de Canela, hasta había vuelto a dormir con ella. La cargaba durante el día entero y la cachorra dormía sobre sus piernas cuando se sentaba a la mesa. —Irum, no podemos —dijo en tono suplicante. —Bien, la llevaremos. Termina pronto de empacar. Libi guardó de todo un poco y llamó a Lucy. «Intenta despejarte. Llámame en cuanto llegues». La llamaría pronto, pensó Libi hasta que vio que el auto que Braulio conducía llegaba al aeropuerto. —¡¿Vamos a viajar en avión?! ¡¿A dónde planeas ir?!
Los días que siguieron los utilizaron en visitar las restantes atracciones turísticas de Francia, ninguna que Libi lograra inmortalizar en su memoria, por mucho que lo intentaba. Ella era la peor compañera de viaje, pero Irum resultaba incansable, admirable en su entereza y no renunciaba a su afán de sacarla de su trance, aunque tuviera que ir jalándola por todo el país.Para el regreso necesitarían maletas extra, pues visitando las grandes casas de moda, con diseñadores de renombre mundial, Libi había multiplicado las prendas de su guardarropa. Ella simplemente asentía a lo que Irum ofrecía, así intentaba hacerlo feliz. Para el quinto día, las energías de Irum ya iban en retirada y se relajó en la tina antes de la cena. Por teléfono, Alejandro lo mantenía al tanto de lo que ocurría en casa.—Si todo sigue bien con el proyecto, se estima que finalizaremos seis meses antes de lo previsto.—Eso es estupendo, digno de tu eficiencia —lo felicitó Irum.—En la cárcel, Iván Salas se involu
Con toda la paciencia de su aletargada conciencia y lejos de querer provocar una confrontación en la que tenía todas las de perder, Libi fue a sentarse frente a Irum. Se esforzó en hacer contacto visual con él, conectar con sus sentimientos, que seguían teniendo eco en ella. Esperaba tenerlo en él también. —Irum, tener un hijo es una decisión que nos compete a ambos —explicó con calma, como si le enseñara a sumar uno más uno. —No —declaró Irum, enfático—. Tú no me preguntaste si quería ser padre y de un día para otro me enteré de que lo sería. Me hice a la idea de que habría un integrante más en nuestra familia, le hice un lugar en mi vida, en mis planes a futuro y no vas a dejarme a medias. —Pero Irum... No puedo, es muy pronto...—Es el momento perfecto, justo donde nos quedamos estancados. Te embarazaré y esta vez todo estará bien porque no voy a dejar que nadie te lastime.Para él no era un deseo, sino una certeza absoluta, eso vio Libi en sus ojos oscuros, la convicción de que
«Existe un lugar donde tú y yo todavía podemos ser felices. Está lejos del ruido y del caos. Es una casa pequeña, pero llena de luz y cerca del cielo. En la puerta tiene un candado, que es para proteger nuestro amor de la codicia del exterior. Aquí crecerán nuestros sueños, no los confundas con pesadillas».«Tal vez no puedas salir sola, pero yo estaré contigo en todo momento, seré tu protector, tu sombra». «Aquí nadie podrá quitarnos nada de lo que construyamos. Quizás te parezca una cárcel, pero simplemente es nuestro hogar para siempre». «¿Por qué querrías irte de aquí?...»—¿Por qué querrías irte de aquí, Libi? Aquella no era la pregunta en la que Libi pensaba. ¿Cómo irse de allí? Eso era lo correcto. ¿Cómo irse de allí si ni siquiera sabía dónde estaba? ¿Acaso seguían en Francia? ¿Habían regresado a casa? Sin perder la calma, que era todo lo que tenía, buscó entre sus pertenencias, ordenadas pulcramente en el armario. Sus ropas estaban allí, no así sus tacones. Tampoco esta