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CXXVII Una pausa de la vida

Alguien dijo una vez que nada se valora tanto como cuando se pierde. Encerrada en la oscuridad del pequeño cuarto, despojada de sus ropas, su dignidad y hasta de su humanidad, Libi pensaba en el mundo exterior.

Imaginaba que estaba sentada tras el volante de su auto, del primero, ese que compró ahorrando religiosamente todos los meses y cuya adquisición celebró con una buena borrachera en su departamento. Mataría por una cerveza bien fría y burbujeante.

Si salía con vida de ésta, se tomaría hasta el agua del florero.

En su fantasía estaba sentada tras el volante en medio de un atasco vehicular. Sacaba el brazo por la ventana y acariciaba el exterior de la puerta, cálido y suave, resplandeciente porque lo había encerado antes de salir y dejado como nuevo.

En otras circunstancias, la larga espera la habría desquiciado, pero no ahora, que en realidad no tenía ningún lugar a donde ir. Puso música, un rock suave que silenció el escándalo de bocinazos que provenía del exterior y la pu
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