Ya no quedaba energía para atasco vehicular, música, auto, cubierta de Van Gogh ni aromatizante de limón. La mente de Libi, agotada, también se había vuelto prisionera. Seguía moviendo los dedos de las manos, esos no podía dejar de sentirlos porque pintar era su vida y, si había una vida más allá de los muros que la enclaustraban, ella los necesitaría para pintar.Ella volvería a vivir, soñaba con aquel momento.El verdugo regresó un día y ella lloró de alegría. El estómago vacío comenzaba a devorarse a sí mismo y le ardía. En períodos prolongados de inanición, el cuerpo echaba mano a las reservas de grasa para obtener energía y, cuando se acababan, a las proteínas. Los músculos eran el siguiente platillo en el menú autofágico y los de Libi ya habían empezado a perder consistencia.En su febril debilidad, su mente la torturaba recordándole las abundantes comidas en casa de Irum. Podía haber sufrido a su lado, pero pasar hambre jamás. Al menos mientras vivió en su casa. Él siempre esta
La pausa de la vida de Libi por fin había terminado. Había sobrevivido a torturas indecibles en el sótano a manos de Damien, a quien había matado, y ahora debía juntar los pedazos que quedaban de sí misma y rearmarse. Nunca volvería a ser la misma de antes, pero aspiraba a ser un poco mejor.El mesero puso frente a ella un plato de huevos con tocino, Libi hizo una imperceptible mueca al sentir su aroma.—Hay un error, yo no como carne. Este es el desayuno de alguien más.El hombre se disculpó y su tarta llegó pronto. La comió mientras garabateaba en una libreta. Palabras, dibujos, líneas vagas que prometían ser una idea. Ella no paraba de trabajar ni al desayunar contemplando la campiña italiana.Tres años habían pasado desde que Lucy la rescatara del abismo y desde entonces no había parado de trabajar. En cuanto sus heridas físicas sanaron, regresó a la universidad y consiguió un nuevo trabajo. Sus magníficas calificaciones y el talento innato que la caracterizaba le permitieron postu
—¿Es su primera vez volando? —preguntó el hombre sentado en el avión junto a Libi.Las manos le temblaban. Por mucho que ella intentara disimular, él lo había notado.—No, sólo tengo… frío.Decirle que era él quien la hacía temblar y la forma en que, de vez en cuando, lo había atrapado viéndole las piernas era impensado. El vestido que usaba le llegaba unos cuantos centímetros sobre la rodilla y las medias oscuras ocultaban las marcas de los mordiscos de las ratas, nada que llamara la atención.Los recuerdos de aquellos días eran vagos, se iban borrando como las huellas en la arena y agradecía por eso. No recordaba haber puesto fin a la vida de Damien ni la mitad de las aberraciones a las que la sometió. Recordaba el miedo, el hambre y los aromas nauseabundos. Recordaba ahogarse en las esencias mortuorias del cuerpo del verdugo en descomposición.Tampoco recordaba en qué momento las ratas habían empezado a devorarla a ella también, pero allí estaban las marcas y cuando un hombre le mi
—Si aceptas, empezaremos los trámites de adopción de inmediato. Es un proceso largo y tedioso, pero con ayuda de mis abogados lo haremos lo más expedito posible —aseguró Lucy.Libi le sonrió nerviosamente mientras avanzaban por el pasillo.—Su madre es una drogadicta. La maltrataba, ni siquiera la alimentaba apropiadamente. La dejó con unos vecinos y nunca regresó por ella. Los infelices también le hicieron daño. Sólo apareció una vez y fue para pedirles dinero para drogas. Mujeres así no merecen ser madres.Entraron a una sala hermosamente decorada con motivos infantiles. Había muchos juguetes repartidos en mesitas pequeñas. En una de ellas estaba la niña, acompañada de una mujer. Su hermoso y pálido rostro destacaba bajo un fino y delicado cabello rojo. Parecía una muñequita de porcelana. En casa de Lucy había algunas, eran de la abuela que nunca conoció. —Tiene tres años —le dijo Lucy. Esa era la edad que tendría el bebé de Libi e Irum si no lo hubieran perdido. Ya no podía culpa
—Amor, no es lo que parece... Esas fueron las palabras que pronunció Damien, el novio de Libi desde hacía un año y medio, irguiéndose sobre la mujer que segundos antes embestía con frenesí en aquella noche tormentosa. Libi lo observaba desde la puerta de la habitación, consternada. Todo su mundo se le vino encima. Ella había dicho que no iría a la fiesta. ¿Para qué ir si su novio estaría fuera de la ciudad? Pero fue, e intentó divertirse. Incluso lo defendió de las mujeres que, con malicia, lo acusaban de engañarla. «Tú estás aquí bebiendo sola, como una tonta, mientras tu novio goza como nunca». «¡Eso no es cierto! Él está de viaje». «Por supuesto, dentro del coño de una puta». Libi, dudando todavía de la realidad de la horrorosa escena, se talló los ojos. Luego hizo acopio de su fuerza y corrió como lo hacía en sus peores pesadillas. Tropezó varias veces, abriéndose paso con desesperación entre la gente. Emergió a la noche húmeda, que lloraba como ella e inhaló su aliento g
Un agudo dolor acompañó el despertar de Libi y supo que seguía viva. En la camilla de la clínica se iba haciendo consciente de su cuerpo a medida que más dolores aparecían. No le faltaba nada, le dolía todo. —Disminuimos los analgésicos para que despertaras —dijo el médico. Su rostro difuso flotaba sobre el campo visual de Libi. El collarín no la dejaba mover la cabeza y tampoco tenía ganas de hacerlo. Creía que se le caería. «Vuelva a dormirme, no quiero estar despierta en esta pesadilla». Creyó que lo había dicho, pero sólo fueron sus pensamientos. El médico comprobó su estado, le iluminó los ojos, le hizo preguntas, que ella respondió con balbuceos y quejidos. Le dieron más analgésicos. En la solitaria habitación, se sumergió en un neblinoso estado entre el sueño y la vigilia. Soñó con Damien y su boda, perfecta en cada detalle hasta que le levantaban el velo a la novia y resultaba ser una mujer sin rostro, la mujer de la fiesta que gemía entre los brazos de su novio. A veces s
—Fui a ver a Irum a la clínica, qué espanto. No podrá volver a la empresa en un buen tiempo, si es que vuelve —dijo Amaro Villablanca, abogado y director comercial de empresas Klosse, recorriendo con sus dedos el escritorio.Una excelente pieza de roble caoba, firme y distinguida como una reina. —Ya convoqué a una reunión de emergencia de la junta directiva. Debemos decidir quién estará a cargo en su ausencia —convino Paul Estes, director de operaciones. —Yo me postulo como candidato —Amaro abrió un cajón y miró dentro—. Sé que Irum lo habría querido así, hay que concederle su última voluntad —del minibar a un costado de su escritorio (del escritorio de Irum) sacó una botella de champagne. La descorchó y le sirvió una copa también a Paul—. Por Irum —brindó.—Por Irum —lo secundó Paul.—Para que nunca vuelva y descanse en paz, si es que puede. —Y para que se lleve su mala fama consigo —agregó Paul entre risas. —Lo primero que haré como nuevo CEO será tirar esa fea pintura. Qué mal
Tres meses pasaron desde el accidente y, contra todo pronóstico, Irum Klosse despertó y sin secuelas neurológicas. La primera persona a quien pidió dar aviso fue a Alejandro Hutt, su prestigioso abogado. Tres meses de su vida le habían sido arrebatados, sin mencionar que estaba prostrado, atrapado en un cuerpo inútil, impotente ante lo ocurrido. Él, que era un hombre tan activo. Cada segundo que pasaba en esa camilla iba llenándose de ira. —¿Cuántos años de prisión le dieron a quien me hizo esto? ¿Cuántas cadenas perpetuas? Porque una no iba a bastar. Alejandro se acomodó la corbata. Conocía a Irum desde la universidad. Muy probablemente lo conocía mejor que nadie, en los triunfos y en el escarnio del juicio público, con sus luces y sus sombras. Sobre todo con las sombras. Abrió la ventana por algo de aire fresco. —No le dieron ninguno. —¡¿Cómo?! Auch... Ni gritar podía sin sentir un tirón en los músculos agarrotados. Jamás se sintió tan impotente. —Estabas en medio de la ca