CXXVIII El tiempo de Libi
Seguía siendo de día en el atasco, Libi estaba tendida en el asiento, medio dormida, y la música era apenas audible. La energía no alcanzaba para los bocinazos, sólo su auto estaba en la calle vacía y blanca, detenido en el tiempo.

El verdugo también le había dado una pausa al no ir a visitarla. Libi se arrastró hasta el lavabo, giró el grifo con la boca y bebió del chorro. Movía los dedos de sus manos apresadas para despertarlos y obligó a sus piernas a mantenerse firmes y llevarla hasta la puerta. Pegó el oído a la vieja madera. Durante todo el tiempo que aguantó estar de pie sólo oyó silencio absoluto.

Regresó a la cama y allí se tumbó. Bajo el parche del vientre la piel le picaba. Una herida abierta, eso sospechaba. Puñaladas tal vez. Sentía la humedad del pus retorciéndose entre su carne corrupta y moribunda. Empezaba a oler.

Tenía fiebre. El calor le abrasaba las sienes mientras sus piernas se congelaban.

El verdugo siguió sin ir a visitarla, pero no estaba sola. Una rata l
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