Alguien dijo una vez que nada se valora tanto como cuando se pierde. Encerrada en la oscuridad del pequeño cuarto, despojada de sus ropas, su dignidad y hasta de su humanidad, Libi pensaba en el mundo exterior. Imaginaba que estaba sentada tras el volante de su auto, del primero, ese que compró ahorrando religiosamente todos los meses y cuya adquisición celebró con una buena borrachera en su departamento. Mataría por una cerveza bien fría y burbujeante. Si salía con vida de ésta, se tomaría hasta el agua del florero. En su fantasía estaba sentada tras el volante en medio de un atasco vehicular. Sacaba el brazo por la ventana y acariciaba el exterior de la puerta, cálido y suave, resplandeciente porque lo había encerado antes de salir y dejado como nuevo. En otras circunstancias, la larga espera la habría desquiciado, pero no ahora, que en realidad no tenía ningún lugar a donde ir. Puso música, un rock suave que silenció el escándalo de bocinazos que provenía del exterior y la pu
Seguía siendo de día en el atasco, Libi estaba tendida en el asiento, medio dormida, y la música era apenas audible. La energía no alcanzaba para los bocinazos, sólo su auto estaba en la calle vacía y blanca, detenido en el tiempo. El verdugo también le había dado una pausa al no ir a visitarla. Libi se arrastró hasta el lavabo, giró el grifo con la boca y bebió del chorro. Movía los dedos de sus manos apresadas para despertarlos y obligó a sus piernas a mantenerse firmes y llevarla hasta la puerta. Pegó el oído a la vieja madera. Durante todo el tiempo que aguantó estar de pie sólo oyó silencio absoluto. Regresó a la cama y allí se tumbó. Bajo el parche del vientre la piel le picaba. Una herida abierta, eso sospechaba. Puñaladas tal vez. Sentía la humedad del pus retorciéndose entre su carne corrupta y moribunda. Empezaba a oler. Tenía fiebre. El calor le abrasaba las sienes mientras sus piernas se congelaban. El verdugo siguió sin ir a visitarla, pero no estaba sola. Una rata l
Ya no quedaba energía para atasco vehicular, música, auto, cubierta de Van Gogh ni aromatizante de limón. La mente de Libi, agotada, también se había vuelto prisionera. Seguía moviendo los dedos de las manos, esos no podía dejar de sentirlos porque pintar era su vida y, si había una vida más allá de los muros que la enclaustraban, ella los necesitaría para pintar.Ella volvería a vivir, soñaba con aquel momento.El verdugo regresó un día y ella lloró de alegría. El estómago vacío comenzaba a devorarse a sí mismo y le ardía. En períodos prolongados de inanición, el cuerpo echaba mano a las reservas de grasa para obtener energía y, cuando se acababan, a las proteínas. Los músculos eran el siguiente platillo en el menú autofágico y los de Libi ya habían empezado a perder consistencia.En su febril debilidad, su mente la torturaba recordándole las abundantes comidas en casa de Irum. Podía haber sufrido a su lado, pero pasar hambre jamás. Al menos mientras vivió en su casa. Él siempre esta
La pausa de la vida de Libi por fin había terminado. Había sobrevivido a torturas indecibles en el sótano a manos de Damien, a quien había matado, y ahora debía juntar los pedazos que quedaban de sí misma y rearmarse. Nunca volvería a ser la misma de antes, pero aspiraba a ser un poco mejor.El mesero puso frente a ella un plato de huevos con tocino, Libi hizo una imperceptible mueca al sentir su aroma.—Hay un error, yo no como carne. Este es el desayuno de alguien más.El hombre se disculpó y su tarta llegó pronto. La comió mientras garabateaba en una libreta. Palabras, dibujos, líneas vagas que prometían ser una idea. Ella no paraba de trabajar ni al desayunar contemplando la campiña italiana.Tres años habían pasado desde que Lucy la rescatara del abismo y desde entonces no había parado de trabajar. En cuanto sus heridas físicas sanaron, regresó a la universidad y consiguió un nuevo trabajo. Sus magníficas calificaciones y el talento innato que la caracterizaba le permitieron postu
—¿Es su primera vez volando? —preguntó el hombre sentado en el avión junto a Libi.Las manos le temblaban. Por mucho que ella intentara disimular, él lo había notado.—No, sólo tengo… frío.Decirle que era él quien la hacía temblar y la forma en que, de vez en cuando, lo había atrapado viéndole las piernas era impensado. El vestido que usaba le llegaba unos cuantos centímetros sobre la rodilla y las medias oscuras ocultaban las marcas de los mordiscos de las ratas, nada que llamara la atención.Los recuerdos de aquellos días eran vagos, se iban borrando como las huellas en la arena y agradecía por eso. No recordaba haber puesto fin a la vida de Damien ni la mitad de las aberraciones a las que la sometió. Recordaba el miedo, el hambre y los aromas nauseabundos. Recordaba ahogarse en las esencias mortuorias del cuerpo del verdugo en descomposición.Tampoco recordaba en qué momento las ratas habían empezado a devorarla a ella también, pero allí estaban las marcas y cuando un hombre le mi
—Si aceptas, empezaremos los trámites de adopción de inmediato. Es un proceso largo y tedioso, pero con ayuda de mis abogados lo haremos lo más expedito posible —aseguró Lucy.Libi le sonrió nerviosamente mientras avanzaban por el pasillo.—Su madre es una drogadicta. La maltrataba, ni siquiera la alimentaba apropiadamente. La dejó con unos vecinos y nunca regresó por ella. Los infelices también le hicieron daño. Sólo apareció una vez y fue para pedirles dinero para drogas. Mujeres así no merecen ser madres.Entraron a una sala hermosamente decorada con motivos infantiles. Había muchos juguetes repartidos en mesitas pequeñas. En una de ellas estaba la niña, acompañada de una mujer. Su hermoso y pálido rostro destacaba bajo un fino y delicado cabello rojo. Parecía una muñequita de porcelana. En casa de Lucy había algunas, eran de la abuela que nunca conoció. —Tiene tres años —le dijo Lucy. Esa era la edad que tendría el bebé de Libi e Irum si no lo hubieran perdido. Ya no podía culpa
Con las manos en la cintura, Libi dio una vuelta sobre su eje. —¿Me veo bien? Espi asintió y eso era más que suficiente. Revisó el contenido de la mochila: yogur, cereal, una muda de ropa, pijama, un cuaderno de dibujos y el estuche. —¿Vas a llevar algo más, Sofi? Ella cogió su conejito de peluche y subieron al auto. Lucy les dio la bienvenida en su casa. Libi le entregó la mochila. —Gracias por cuidarla. —Ni hablar, nos la pasaremos genial en nuestra pijamada —estiró la mano y con Espi chocaron palmas—. Pasa, cariño. En la sala hay galletas que Doris hizo especialmente para ti. Espi se despidió de Libi con un abrazo y fue a sentarse a la sala. —Te ves preciosa, espero que te diviertas. —No voy a una fiesta, Lucy, es una cena de negocios. Ojalá algún día pueda contratar a alguien que haga esas cosas en mi lugar. —Relájate, estos eventos pueden ser divertidos. Sonríele a todo el mundo, eso ya te hará ganar unos puntos. Libi hizo una mueca que parecía una sonrisa. —Sé que
—En el fondo siempre quisiste ser el jefe, admítelo.Sentado tras el escritorio principal de la oficina, Alejandro tecleaba con la vista en la pantalla de su portátil.—Claro que no, la primera línea no es lo mío, prefiero trabajar desde las sombras —aseguró el abogado. Frente a la ventana, mirando cómo la estación invernal se cernía sobre la ciudad, Irum no le creyó.—Lo has hecho muy bien todos estos años siendo el jefe. Armaste un imperio desde las cenizas y te aplaudo por eso.—Sólo hice lo que pensé que tú querrías que hiciera. Seguí tus órdenes, espero no haberme equivocado.—Lo hiciste, pero ya no importa —murmuró Irum.—¿Cómo dices?—¿Crees que vaya a nevar? —No lo sé, no he tenido tiempo de ver el reporte del... tiempo.Qué más daba. Si Irum quería nieve podía viajar a alguna ciudad o país donde la hubiera, podía recorrer el mundo entero persiguiendo el invierno si le daba la gana. No necesitaba esperar que la nieve llegara a él, él podía ir hacia ella. —No ha nevado desde