CXXVI Nuevo plan

Lo primero que sintió Libi al despertar fue un terrible dolor de cabeza. Palpó dos grandes chichones y ya no quiso tocar más. Lo siguiente, más allá de los dolores que se repartían por distintas partes de su cuerpo, fueron los aromas. Olía a sangre y vómito, humedad y polvo. El vientre se le apretó y tuvo unas arcadas que sólo le arrancaron lágrimas.

No oía nada más allá de los sonidos que hacía su propio cuerpo.

De a poco se le fue aclarando la vista. Las paredes del pequeño cuarto eran grises, sin pintar. Una diminuta apertura en lo alto, probablemente una rendija de ventilación, dejaba entrar la tenue luz que le permitía ver. Estaba a unos tres metros de altura, inalcanzable.

Había una cama y nada más. Una puerta a pocos pasos, que de seguro estaría cerrada y a la que no sería capaz de llegar, un baño al costado, sin puerta, y una silueta oscura en el rincón a la izquierda de la entrada; una sombra con la consistencia de un cuerpo, un cuerpo de hombre, un hombre que ella conocía y
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