—Vamos a tener una conversación de madre a hija —le dijo Libi a Espi cuando la llamó a la sala. La niña se sentó junto a ella, abrazando a su conejito, y la miró con atención. Se había quedado con Lucy mientras su madre salía y ahora regresaba con los ojos rojos y el cabello despeinado. Quiso ordenárselo con los dedos, pero no se atrevió. —Yo confío en ti porque eres una niña muy buena y quiero que me digas la verdad, no voy a enojarme. Espi asintió. Con su teléfono, Libi le mostró una foto de Irum. La claridad cristalina de los ojos de Espi se oscureció con el dilatar de sus pupilas. —¿Lo conoces?La niña miró a Libi con su cara de póker, que no daba una respuesta negativa ni afirmativa. Era una mueca de incomprensión, como si le estuvieran hablando en otro idioma. —Quiero la verdad, Espi. ¿Lo habías visto antes?—En la cafetería —recordó ella.—¿Y después de eso? ¿Con Miranda, tal vez?Espi negó. Tanto había deseado Libi que llegara el día en que su hija dijera sus primeras pal
—¿Por qué mi hija te llama padre? ¿Desde cuándo tú y ella se conocen?Con esas preguntas, que tras el sosegado tono de voz de Libi guardaban una furia incontenible, comenzó ella el titánico propósito de desenredar la madeja que los indescifrables motivos de Irum habían enmarañado. La cordialidad, en la medida en que le fuera posible manifestarla, sería su primera línea de defensa. —La conocí al poco tiempo de que la trajeras a vivir contigo. Cuando la vi, sentí de inmediato una conexión especial.Tal y como le había pasado a ella. Sus destinos, conectados por un hilo invisible, habían terminado entrelazados, por doloroso que resultara. Era una trampa de la que no había podido escapar, Irum se las arreglaba para llevar Lituania a donde fuera. —Ella se parece tanto a ti y creo que también se parece un poco a mí, esa cara que pone cuando está concentrada dibujando es como la mía cuando reviso documentos en el trabajo.Libi ahogó un chillido del llanto que se le desbordaba. Claro que
Lucy regresó a casa de Libi por la tarde, en parte para enterarse de lo que había ocurrido y también para mantener en pie el fin de semana de chicas. No obtuvo mucha información. Después de darse un baño, Libi se tomó dos píldoras para dormir y ya estaba en el quinto sueño. Recibió al hombre que llegó a arreglar la puerta y lo estuvo vigilando mientras trabajaba. Usaba él un overall azul, con un logo que decía «Nexus». —¿Cuánto es? —le preguntó ella cuando el arreglo estuvo terminado. —Es un trabajo interno, todo está pagado. —¿A qué se refiere? —A que me envió aquí mi jefe —dijo mientras guardaba sus herramientas en una maleta. —¿Y quién es su jefe? —Daniel Rodríguez. Qué tenga una buena noche, señorita. —Usted también. Conduzca con cuidado, esta nevazón parece que se pondrá peor. —Sí, este fue mi último trabajo, ya me iré a casa. El hombre se fue y Lucy revisó la puerta. Habría que pintar el nuevo marco, pero había quedado muy bien. —¿Conoces a ese Daniel Rodríguez, en
Acostadas sobre la alfombra de la sala, Libi, Lucy y Espi jugaban a las cartas en su noche de chicas. Hacían pares y quien se quedara con el par de la carta que tenían escondida debajo de un cojín, tendría que hacer una penitencia. A Libi le había tocado cantar una canción en chino y Espi había tenido que bailar rock and roll. Lucy seguía invicta. Hasta que perdió y fue Espi quien propuso la penitencia. Lucy se levantó y en pijama y pantuflas salió a la calle porque no era ninguna cobarde y gritó a todo pulmón:«¡Tengo piojitos!»Libi y Espi lloraban de la risa, retorciéndose sobre la alfombra. Después de días tan cargados a la desdicha, qué bien se sentía pasar tiempo de calidad en familia. Las risas duraron hasta que Lucy regresó. No venía sola. El grito que Espi dio al ver al visitante les puso la piel de gallina. Fue un grito de emoción y sorpresa.—¡Papi! —corrió hacia Irum, que la cogió en sus brazos. Libi se puso de pie de un salto con intenciones de brincarles encima y sep
—¿Está todo listo para la reunión con los inversionistas? —preguntó Alejandro.—Todo listo. El señor Klosse lo espera en su oficina con una señorita —le contó Ana. Había cosas en la vida que era mejor mantener alejadas. Por separado funcionaban de maravillas, pero cuando se juntaban eran un verdadero desastre y así ocurría con Irum y las mujeres. Qué mal gusto tenía su hermano para emparejarse. A medida que subía en el ascensor, aumentaba el temor de que la señorita que lo acompañaba pudiera tratarse de Libertad, su pesadilla habitual. Al llegar a la oficina ya había pensado en tres planes de contingencia para enfrentar la situación, cada uno más desesperado y radical que el anterior, pero necesarios para proteger a su hermano. No permitiría que volvieran a herirlo, menos ahora, que la melancolía y el ensimismamiento lo dejaban tan expuesto y vulnerable. Al abrir la puerta, la eficiente máquina cerebral de Alejandro detuvo su marcha y se quedó con la mente en blanco. Tres planes no
En la mesa de centro de la sala de Libi, junto a un plato de galletas, estaba la credencial de Espi, el lápiz con el logo de empresas HK y la corbata de Irum, que Libi tiraría en cuanto tuviera oportunidad; en cuanto Espi dejara de hablar de ellos y de su día en el trabajo, firmando documentos y de su tío Alejandro y sus risas. ¿Desde cuándo ese robot se reía?Apenas una hora había pasado con Irum en su empresa y había hablado de ello durante tres. «A mi papi le gustan mucho tus cuadros, mami. Están por todos lados». Un obsesivo, eso era Irum, un manipulador incorregible, pero no ganaría la batalla por el corazón de Espi. Él jamás se pasaría una tarde entera viendo caricaturas con ella. —Qué leoncito más bonito, mami. ¿Puedo tener un leoncito?—Mañara iremos al centro comercial y te compraré uno. —¿Los venden allí? ¿Los de verdad y que hacen Grrrrrrauw?—No vas a tener uno de verdad, te compraré uno de peluche.—Buuuu, yo quería uno de verdad. —Los leones se comen a los conejitos
Una semana había pasado desde que Libi se enterara de que su hija era hija de Irum también. La frustración y la rabia que seguía sintiendo por aquello se las guardaba en el bolsillo porque debía seguir adelante. Era una adulta profesional y con una hija que dependía de ella. Espi seguía yendo a «trabajar» a la empresa de Irum y ya tenía tres corbatas y su propio escritorio en la oficina de Alejandro. Su primera gestión, en su ilustre cargo de la hija del jefe, había sido sugerir nuevos postres para el menú que se servía en el casino y una ración de las galletas de Doris. Irum tendría que ver si lograba una licitación con la mujer. Él no había vuelto a aparecer por la casa y Libi apenas lo veía cuando le regresaba a Espi, unos diez o quince segundos por día. Ella tampoco había vuelto a oír otros sonidos extraños, pero a ratos, cuando estaba sola en su oficina, se hallaba frotándose el mentón, como si sobre él siguiera presente el cosquilleante toque de Irum. —Espero que esta vez no
Si Libi no aceptaba la proposición de Irum, él jamás se bajaría de su auto, así que aceptó a regañadientes. Actuaba bajo coerción, eso se decía ella mientras conducía, con curiosidad creciente. No nevaba, pero la noche estaba muy fría y las calles moteadas de nieve.Se detuvo afuera de un bar.—De acuerdo —dijo ella—. Baja, haz lo que tengas que hacer y luego te llevaré a tu casa.—No quiero estar en un bar, no es un lugar que el yo adolescente visitaría. ¿Por quién me tomas? —se había ofendido.¿Qué carajos sabía ella sobre los gustos del Irum adolescente? —¿Qué hay de ti, Libi? Si hubieras podido salir del orfanato, ¿a qué lugar habrías ido? Libi miró su reloj, eran las once de la noche y los párpados le pesaban. —A mi casa. Me hubiera gustado tener una e ir a ella. A Irum le pareció un deseo muy dulce, seguramente porque, en aquella época, lo único que él quería era escapar de la suya y sus fantasmas. —¿A dónde más?—A un museo de arte, pero ya he visitado todos los de la ciud