Acostadas sobre la alfombra de la sala, Libi, Lucy y Espi jugaban a las cartas en su noche de chicas. Hacían pares y quien se quedara con el par de la carta que tenían escondida debajo de un cojín, tendría que hacer una penitencia. A Libi le había tocado cantar una canción en chino y Espi había tenido que bailar rock and roll. Lucy seguía invicta. Hasta que perdió y fue Espi quien propuso la penitencia. Lucy se levantó y en pijama y pantuflas salió a la calle porque no era ninguna cobarde y gritó a todo pulmón:«¡Tengo piojitos!»Libi y Espi lloraban de la risa, retorciéndose sobre la alfombra. Después de días tan cargados a la desdicha, qué bien se sentía pasar tiempo de calidad en familia. Las risas duraron hasta que Lucy regresó. No venía sola. El grito que Espi dio al ver al visitante les puso la piel de gallina. Fue un grito de emoción y sorpresa.—¡Papi! —corrió hacia Irum, que la cogió en sus brazos. Libi se puso de pie de un salto con intenciones de brincarles encima y sep
—¿Está todo listo para la reunión con los inversionistas? —preguntó Alejandro.—Todo listo. El señor Klosse lo espera en su oficina con una señorita —le contó Ana. Había cosas en la vida que era mejor mantener alejadas. Por separado funcionaban de maravillas, pero cuando se juntaban eran un verdadero desastre y así ocurría con Irum y las mujeres. Qué mal gusto tenía su hermano para emparejarse. A medida que subía en el ascensor, aumentaba el temor de que la señorita que lo acompañaba pudiera tratarse de Libertad, su pesadilla habitual. Al llegar a la oficina ya había pensado en tres planes de contingencia para enfrentar la situación, cada uno más desesperado y radical que el anterior, pero necesarios para proteger a su hermano. No permitiría que volvieran a herirlo, menos ahora, que la melancolía y el ensimismamiento lo dejaban tan expuesto y vulnerable. Al abrir la puerta, la eficiente máquina cerebral de Alejandro detuvo su marcha y se quedó con la mente en blanco. Tres planes no
En la mesa de centro de la sala de Libi, junto a un plato de galletas, estaba la credencial de Espi, el lápiz con el logo de empresas HK y la corbata de Irum, que Libi tiraría en cuanto tuviera oportunidad; en cuanto Espi dejara de hablar de ellos y de su día en el trabajo, firmando documentos y de su tío Alejandro y sus risas. ¿Desde cuándo ese robot se reía?Apenas una hora había pasado con Irum en su empresa y había hablado de ello durante tres. «A mi papi le gustan mucho tus cuadros, mami. Están por todos lados». Un obsesivo, eso era Irum, un manipulador incorregible, pero no ganaría la batalla por el corazón de Espi. Él jamás se pasaría una tarde entera viendo caricaturas con ella. —Qué leoncito más bonito, mami. ¿Puedo tener un leoncito?—Mañara iremos al centro comercial y te compraré uno. —¿Los venden allí? ¿Los de verdad y que hacen Grrrrrrauw?—No vas a tener uno de verdad, te compraré uno de peluche.—Buuuu, yo quería uno de verdad. —Los leones se comen a los conejitos
Una semana había pasado desde que Libi se enterara de que su hija era hija de Irum también. La frustración y la rabia que seguía sintiendo por aquello se las guardaba en el bolsillo porque debía seguir adelante. Era una adulta profesional y con una hija que dependía de ella. Espi seguía yendo a «trabajar» a la empresa de Irum y ya tenía tres corbatas y su propio escritorio en la oficina de Alejandro. Su primera gestión, en su ilustre cargo de la hija del jefe, había sido sugerir nuevos postres para el menú que se servía en el casino y una ración de las galletas de Doris. Irum tendría que ver si lograba una licitación con la mujer. Él no había vuelto a aparecer por la casa y Libi apenas lo veía cuando le regresaba a Espi, unos diez o quince segundos por día. Ella tampoco había vuelto a oír otros sonidos extraños, pero a ratos, cuando estaba sola en su oficina, se hallaba frotándose el mentón, como si sobre él siguiera presente el cosquilleante toque de Irum. —Espero que esta vez no
Si Libi no aceptaba la proposición de Irum, él jamás se bajaría de su auto, así que aceptó a regañadientes. Actuaba bajo coerción, eso se decía ella mientras conducía, con curiosidad creciente. No nevaba, pero la noche estaba muy fría y las calles moteadas de nieve.Se detuvo afuera de un bar.—De acuerdo —dijo ella—. Baja, haz lo que tengas que hacer y luego te llevaré a tu casa.—No quiero estar en un bar, no es un lugar que el yo adolescente visitaría. ¿Por quién me tomas? —se había ofendido.¿Qué carajos sabía ella sobre los gustos del Irum adolescente? —¿Qué hay de ti, Libi? Si hubieras podido salir del orfanato, ¿a qué lugar habrías ido? Libi miró su reloj, eran las once de la noche y los párpados le pesaban. —A mi casa. Me hubiera gustado tener una e ir a ella. A Irum le pareció un deseo muy dulce, seguramente porque, en aquella época, lo único que él quería era escapar de la suya y sus fantasmas. —¿A dónde más?—A un museo de arte, pero ya he visitado todos los de la ciud
—¿Dónde está mi papi?Espi esperaba junto a la puerta por su llegada, con su credencial de la empresa, su corbata y un maletín de cuero que le había dado Irum. Dentro guardaba el conejito, una colación y sus materiales de trabajo. —Tal vez se retrasó. Lo esperaremos cinco minutoas más y nos iremos, yo también tengo que trabajar. —Llámalo para que venga —pidió Espi, con angustia.Lo que menos quería Libi era que él se la llevara, así que si se ausentaba, mejor para ella. —Lo intenté, pero no contesta. Debe estar ocupado, él trabaja mucho —aseguró. Detestaba mentirle a su hija, pero era por una buena causa. —Por eso, él necesita mi ayuda. Tiene muchos documentos para firmar. —Pero tú querías ser actriz, ¿o ya se te olvidó?Espi la miró como si acabara de recordar la que era la vocación de su vida. —Voy a ser actriz los lunes, los martes voy a trabajar con mi papi. —Pues hoy es miércoles y ya pasaron los cinco minutos, así que trabajarás conmigo en el taller. En el taller, Espi
Irum reapareció en casa de Libi una mañana de viernes, sin aviso, pero tocando el timbre. —Vine porque contestar todos los mensajes que me enviaste me habría tomado mucho tiempo. Libi rodó los ojos, ella sólo estaba preocupada como lo estaría por cualquiera. Hizo énfasis en la palabra «cualquiera». Pero Irum no era cualquiera y él lo sabía. Con la autoridad que le confería el sentirse apreciado nuevamente por ella, acortó la distancia y le dio un beso. Medio beso, en realidad, la otra mitad se lo dio ella. ¿En qué había quedado eso de no cometer los errores del pasado? Libi lo seguía teniendo presente, pero cada vez le parecía menos erróneo dejarse seducir por Irum. Además, ésta vez sería diferente. Se besaron como si no hubiera un mañana y las manos de Irum se reencontraron con aquel cuerpo, fragmentado en sus memorias, pero que conocía a la perfección. Lo revivió con sus caricias, lo hizo vibrar con cada toque porque del fuego que los había consumido no quedaban sólo las ceniz
Sábado. Irum había invitado a Libi y a Espi a almorzar con él en el pent-house y ellas habían aceptado. Les sirvió la comida una sirvienta que no era Conchita. —¿Qué pasó con ella?—Terminó cambiándose de bando y se fue a trabajar para Jack y Josefa. No la culpo, ¿quién querría trabajar en una casa vacía? Yo ya no regresé. —¿Y Braulio?—Se jubiló, ahora se dedica a sus pasatiempos y a su nieta. Eran buenas personas, atadas todas por un pasado espantoso. Poco a poco ese nudo se estaba soltando y ellos ya se habían liberado. Cada minuto que pasaba junto a Irum, Libi estaba menos convencida de ser capaz de lograrlo ella también.Después de comer, Espi se fue a jugar a su habitación, que Libi encontró preciosa, y ellos se fueron a la terraza, aprovechando que no estaba tan frío. Y si lo hubiera estado, el calor que brotaba del roce de sus cuerpos era capaz de derretir hasta el hielo, no habría importado. —Quédate conmigo esta noche. —Vas muy rápido, Irum.—Hemos invertido cuatro años