—¿Dónde está mi papi?Espi esperaba junto a la puerta por su llegada, con su credencial de la empresa, su corbata y un maletín de cuero que le había dado Irum. Dentro guardaba el conejito, una colación y sus materiales de trabajo. —Tal vez se retrasó. Lo esperaremos cinco minutoas más y nos iremos, yo también tengo que trabajar. —Llámalo para que venga —pidió Espi, con angustia.Lo que menos quería Libi era que él se la llevara, así que si se ausentaba, mejor para ella. —Lo intenté, pero no contesta. Debe estar ocupado, él trabaja mucho —aseguró. Detestaba mentirle a su hija, pero era por una buena causa. —Por eso, él necesita mi ayuda. Tiene muchos documentos para firmar. —Pero tú querías ser actriz, ¿o ya se te olvidó?Espi la miró como si acabara de recordar la que era la vocación de su vida. —Voy a ser actriz los lunes, los martes voy a trabajar con mi papi. —Pues hoy es miércoles y ya pasaron los cinco minutos, así que trabajarás conmigo en el taller. En el taller, Espi
Irum reapareció en casa de Libi una mañana de viernes, sin aviso, pero tocando el timbre. —Vine porque contestar todos los mensajes que me enviaste me habría tomado mucho tiempo. Libi rodó los ojos, ella sólo estaba preocupada como lo estaría por cualquiera. Hizo énfasis en la palabra «cualquiera». Pero Irum no era cualquiera y él lo sabía. Con la autoridad que le confería el sentirse apreciado nuevamente por ella, acortó la distancia y le dio un beso. Medio beso, en realidad, la otra mitad se lo dio ella. ¿En qué había quedado eso de no cometer los errores del pasado? Libi lo seguía teniendo presente, pero cada vez le parecía menos erróneo dejarse seducir por Irum. Además, ésta vez sería diferente. Se besaron como si no hubiera un mañana y las manos de Irum se reencontraron con aquel cuerpo, fragmentado en sus memorias, pero que conocía a la perfección. Lo revivió con sus caricias, lo hizo vibrar con cada toque porque del fuego que los había consumido no quedaban sólo las ceniz
Sábado. Irum había invitado a Libi y a Espi a almorzar con él en el pent-house y ellas habían aceptado. Les sirvió la comida una sirvienta que no era Conchita. —¿Qué pasó con ella? —Terminó cambiándose de bando y se fue a trabajar para Jack y Josefa. No la culpo, ¿quién querría trabajar en una casa vacía? Yo ya no regresé. —¿Y Braulio? —Se jubiló, ahora se dedica a sus pasatiempos y a su nieta. Eran buenas personas, atadas todas por un pasado espantoso. Poco a poco ese nudo se estaba soltando y ellos ya se habían liberado. Cada minuto que pasaba junto a Irum, Libi estaba menos convencida de ser capaz de lograrlo ella también. Después de comer, Espi se fue a jugar a su habitación, que Libi encontró preciosa, y ellos se fueron a la terraza, aprovechando que no estaba tan frío. Y si lo hubiera estado, el calor que brotaba del roce de sus cuerpos era capaz de derretir hasta el hielo, no habría importado. —Quédate conmigo esta noche. —Vas muy rápido, Irum. —Hemos invertido cua
—No sé si Irum es un psicópata, porque se ve bastante funcional, pero su fijación contigo traspasa las barreras de la obsesión. ¡Es delirante! —exclamaba Lucy. Había llegado bien temprano a animar a Libi luego de haber destruido la brillante burbuja en la que Irum la había metido con tanta facilidad. —Nexus fue de nuestros primero clientes, ¡en Francia! Hasta allá llegó Irum, nunca me dejó en paz. —Los locos no deberían tener dinero, deberían cobrarles un impuesto a la locura y dejarlos pelados. —Y yo que estaba tan feliz porque aceptaron exponer mis cuadros en la galería. ¡Cómo no iban a hacerlo si era de él! —Hay que reconocer que el lugar le quedó bastante bonito, antes había allí un terreno baldío que era foco de delincuencia. —¡Tal vez y hasta compró mis cuadros! Espi ha visto algunos míos en su empresa y los de ahora se vendieron todos en una noche. Todo mi éxito, toda mi fama no es más que una ilusión, una mentira que él creo. —No es tan así, Libi, tu talento e
Libertad, en la cúspide de las desventuras de su cataclísmica vida, volvió a acercarse a los barrotes que desafiaban a su nombre. Ella iba a pedir ayuda a Lucy en cuanto le dieran su llamada, pero Irum, como un dios omnipresente que todo lo sabía, llegaba primero.—¿Cómo está mi hija? —preguntó ella.«¡Tiene una hija!», exclamaron con sorpresa las mujeres a su espalda.—Asustada. Un hombre golpeó a su madre y luego ella lo golpeó de vuelta, y al guardia, y a dos policías. ¿Por qué llevabas un martillo en tu bolso?«¡Un martillo!». Sus compañeras de celda eran el coro en la tragedia griega que era su vida.—Por ti —susurró ella. Y porque la pistola se le había quedado en casa.—¿Sabes cuál es la pena por agredir a un policía?Libi negó, apoyando con cansancio la cabeza contra los barrotes.—Deja en paz a la chica, niño bonito. No se ha tomado sus medicinas —la defendió Marla. Era en los peores momentos cuando afloraban las amistades verdaderas. —¿Por qué te enojaste conmigo? —quiso s
Libi partió el día en que todo sería mejor llevando a Espi de regreso al jardín. Su hija sabía defenderse de otros niños, eso había quedado claro y necesitaba continuar con su proceso de educación y socialización. Ella quiso ir con su corbata y maletín. Libi pasó luego a la consulta de su psiquiatra porque su actual estado psicoemocional no era algo de lo que pudiera hacerse cargo por su cuenta, sobre todo con el desbordado enojo que sentía, luego fue con el abogado. El patán de Irum tenía razón, realmente necesitaba uno porque el panorama no pintaba demasiado bien, pero tenía tiempo para prepararse, la audiencia de formalización sería en tres días. No fue al taller, pero el taller fue a ella, representado por Marcelo. —Es una situación complicada. —Estoy hasta el cuello. Todo estaba tan bien, pero se está derrumbando poco a poco y siento que no puedo hacer nada para evitarlo. —¿Sabes qué necesitas? Un abrazo de Marcelo. Ella se dejó envolver por los cálidos brazos de Marcelo.
Libi puso unas monedas en la máquina expendedora de la sala de espera y compró unos chocolates. —En el trabajo de mi papi hay de éstas. Marcelo llevaba dos horas siendo atendido en el hospital luego de la caída. ¿Cuántas horas había durado la tranquilidad que ella buscaba? Ya mejor se rendía y se quedaba en casa encerrada. —Mi papi. —Sí, hija, ya te oí. —¡Mi papi! Libi miró hacia donde Espi señalaba y deseó mejor no haberlo hecho. Irum se acercaba por el pasillo y recibió a Espi en sus brazos. —¡Papi, un ladrón apareció y empujó al tío Marcelo y él se cayó y sangraba, fue horrible! Desconcertado, Irum le acarició la cabeza y ella se acomodó sobre su hombro. Podían estar muy lejos de la ciudad, pero Espi ya se sentía como en casa. —¿Ustedes están bien? —Yo sí porque mi papi ya está conmigo —dijo la niña y sonrió con felicidad infinita. Libi, desplomada sobre una silla, apretaba su chocolate, contando hasta un millón. No gritaría frente a su hija, suficiente habían tenido
—Nunca sentí un dolor tan intenso, lo máximo que me había quebrado antes habían sido un par de uñas. Pasado el mediodía, Libi por fin pudo ver a Marcelo y saber de su estado. Él sonreía, pese a la horrorosa situación que lo había llevado hasta allí. —Lo lamento, Marcelo —le decía Libi, con los ojos llorosos y sin soltarle la mano. —¿Por qué, bella? ¿Qué podrías haber hecho? Tu deber era proteger a la bambina. —Sí, pero... —Nos hizo falta tu martillo. Incluso herido como estaba él tenía energías para bromear. Si ella hubiera tenido su martillo, tal vez el ladrón ahora estaría muerto. Y Espi la habría visto matándolo. —¿Y la bambina? —No dejan entrar niños, está afuera... con Irum. —Ya veo. ¿Tú lo llamaste? Libi negó y se acercó más a Marcelo. Empezó a susurrar, mirando de vez en cuando hacia la puerta. —Él llegó solo y nos encontró aquí en el hospital. Dijo que rastreó mi teléfono. —Eso es un tanto... excéntrico. ¿Está molesto porque saliste conmigo? —No me ha reclamad