En un mundo donde Alaric Kaiser, un magnate temido y respetado por su frialdad y control absoluto, tiene una vida aparentemente perfecta, todo cambia tras la trágica muerte de su mejor amigo, lo que lo obliga a regresar a Alemania. Su plan inicial es volver a Nueva York de inmediato, pero decide hacerse cargo de Aisling Renn, la hija de quince años de su difunto amigo, quien ha quedado sola y desprotegida. Alaric lleva a Aisling a su mansión, proporcionándole hogar y educación, aunque se ausenta por años debido a sus constantes viajes de negocios. Cuando Alaric regresa a Alemania, Aisling ha crecido y se ha transformado en una hermosa joven de diecinueve años, pero todavía tiembla ante su voz grave, recordando el temor de su infancia. Alaric, que la ve como la pequeña a la que debe cuidar, comienza a experimentar un oscuro deseo hacia ella tras un incidente inesperado en su habitación. Lo que inicialmente era una obligación por la memoria de su amigo se convierte en una obsesión peligrosa y enfermiza. Mientras Aisling empieza a desarrollar sentimientos por Alaric, él regresa de un viaje con otra mujer, su prometida, con quien planea casarse. La tensión entre el deseo y el deber se intensifica, generando una tormenta de emociones que amenaza con destruir la relación que han construido. .
Leer más|Dorothea Weber|¿Tal vez fue él? Pero no tendría por qué hacerlo, ¿no? Ni siquiera le tocó un puto cabello a Lukas cuando era mi novio. Si Artem de verdad fue quien le puso una mano encima a Alonso, sería un niñato infantil con serios problemas en la cabeza. El tipo tiene más aire que cerebro, pero no tanto como para armar este show. Entonces solo queda Alaric. Claro, el gran Alaric Kaiser, siempre tan metido en todo, tan dueño del mundo. Él sí tendría motivos, después de encontrar a Alonso en la habitación de Aisling. Seguro que se revolvió en celos como un crío al que le quitan su juguete favorito. Está claro: él sería capaz. Más loco que Artem y con más gusto por el drama.Miro hacia la camilla. Alonso está ahí, inconsciente y dopado hasta el alma con analgésicos. Me da pena. Un chico tan inocente, tan… dulcecito. Y míralo ahora, jodido hasta el fondo. Si Artem tuvo algo que ver con esto, le corto las bolas, y lo digo en serio. No me importa si tengo que hacerlo yo misma con una t
El estado de Alonso es desolador. Quedo petrificada al verlo en esa camilla, cubierto de golpes. Un brazo está vendado junto al pecho; su hermoso rostro, marcado por moretones verdes y morados. Uno de sus ojos está hinchado y desfigurado, y le cuesta hablar por lo mal que ha quedado.El doctor dice que tiene una costilla rota y la muñeca torcida. Un poco más y lo habrían matado.—¿No viste la cara de esos tipos? —pregunta Thea, nerviosa, paseándose de un lado a otro—. ¿Algo que los identifique? Un tatuaje, el color de su cabello, cualquier cosa...—Thea, basta —le pido en voz baja, tomando la mano de Alonso con delicadeza—. Ahora no puede hablar mucho.—Pero esto tiene que ser reportado a la policía; tenemos que encontrar a los culpables —insiste, deteniéndose para mirarnos con angustia—. ¿Por favor? Solo un pequeño esfuerzo...—El doctor dijo que...—No, está bien —Alonso me interrumpe, dejando escapar un suspiro entrecortado—. Puedo hablar un poco...—No te esfuerces. Apenas ayer te
|Aisling Renn| Han pasado dos días desde el incidente en la cena. He hecho todo lo posible por evitar a Alaric y a su prometida. No he tenido ánimo de salir de la mansión, aunque he mantenido contacto con Marcus, quien ha querido venir a verme, pero lo he disuadido por Alaric. Primero necesito que su enojo se disipe.Thea, por su parte, sigue actuando extraña desde la última vez que regresó echando chispas tras ver a su ahora exnovio. No sé qué le pasa ni qué planea, pero se ha mostrado tranquila conmigo en la mansión.Sin embargo, hay un silencio en particular que me inquieta: Margaret. No ha venido a enfrentarme como esperaba después de aquella cena, donde Alaric explotó de nuevo por mi culpa y a ella la hicieron a un lado. Según Kate, Margaret ha estado ocupada y feliz, concentrada en los preparativos de su boda. El lugar, su vestido, las decoraciones… se ha encargado de todo con verdadero entusiasmo.En una ocasión la encontré en la cocina, y me saludó con una sonrisa como si nad
Su agarre se hace más firme alrededor de mi cuerpo, y cuando sus sollozos suaves resuenan en mi espalda, siento cómo mi pecho se contrae. Me doy la vuelta de inmediato y la veo. Está llorando.Retrocede un par de pasos, bajando la mirada como si quisiera esconder las lágrimas que resbalan por sus mejillas. Se ve frágil, asustada, temblorosa.—Por favor, detente ya...—susurra, con la voz rota—. Te estás lastimando.—Y tú también lo haces—respondo con amargura.—Tú lo hiciste primero—replica, con el mismo tono herido.—Entonces no deberías llorar—murmuro mientras acorto la distancia que nos separa. Sin sus brazos rodeándome, siento un vacío que me devora—. Deberías estar feliz. Lo has logrado, ¿no? Si querías devolverme el mismo dolor, lo has conseguido.No responde. No, ella no está feliz. En sus ojos no hay rastro de satisfacción, porque en el fondo sigue siendo tan blanda, tan llena de bondad que ni siquiera este juego cruel la libera. Está herida, y cree que lastimándome a mí puede
|Alaric Kaiser|¿Debería matarlo? Artem lo haría sin pensarlo dos veces. Para él, hacer desaparecer a un mocoso no sería más complicado que aplastar a una cucaracha. Podría arreglarlo todo para que pareciera un maldito “accidente”. Y así, adiós problema.Pienso en las mil formas de deshacerme de ese imbécil mientras entro a mi habitación, sintiendo cómo la rabia me carcome hasta los huesos. Los muebles nuevos no tienen la culpa, pero los destruyo igual. Las astillas de madera y los vidrios rotos vuelan alrededor, reflejando fragmentos de mi furia.Aplasto el espejo de la cómoda con mis puños, y el dolor ni siquiera se compara con el infierno que llevo dentro. Mi mente no para de repetir esa escena: el beso de esos dos, las manos de él en su cintura, su risa tonta, el maldito rubor en sus mejillas, sus manos tocándose, y lo radiante y hermosa que se veía para él... solo para él. Todo eso, todo lo que era mío, en manos de otro. ¡A la mierda! ¡Eso no se lo voy a permitir!.—¡Señor! —Gerd
Me separo de los labios de Marcus lentamente, agitada, y abro la puerta completamente con las mejillas encendidas. Los padres de Marcus me lanzan una mirada cómplice antes de entrar, observando la mansión con asombro y entusiasmo.Al darme la vuelta, siento que el mundo gira vertiginosamente a mi alrededor. Él está ahí, mirándonos. Marcus, sin perder la calma, toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, como si de verdad fuera mi novio.—Oh, señor Kaiser —saludan los padres de Marcus con cortesía—. Un placer conocerlo.—Lo lamento, pero… no sé qué está pasando aquí, ni quiénes son ustedes, ni por qué están en mi mansión esta noche —suelta Alaric, con frialdad.Está furioso; puedo verlo en sus ojos, en la tensión de su mandíbula. Es como si tuviera el mismo infierno ardiendo dentro.Los señores Glenn, a pesar de la evidente incomodidad, mantienen una sonrisa.—Déjame que te lo explique —digo, acercándome a ellos con una valentía que no siento—. Quería que fuera una sorpresa, por e
|Dorothea Weber|—¿Ya no puedes seguir, anciano? —le pregunto con una sonrisa burlona.Artem, debajo de mí, frunce el ceño y me taladra con la mirada. Sujeta mis caderas y me da la vuelta en la cama, su cuerpo grande ubicándose sobre mí.Sin poder pestañear siquiera, siento cómo entra en mí con violencia. Su erección, todavía lista para otro combate, se abre paso entre mis pliegues, los ensancha y me toma como suya, mientras mis manos se aferran a ambos lados de las sábanas de seda negra, tan suaves y con su aroma impregnado.Comienza a embestirme como una bestia. Yo le sonrío desde abajo, y eso lo irrita aún más. Amasa mis pechos, los pellizca, los aprieta con rabia, mientras sus caderas chocan con mi débil pelvis. Me está destrozando por dentro, y eso me encanta. Su fuerza, su energía, su placer, su voluntad, son todas mías.Rodeo su cintura con mis piernas y lo mantengo prisionero. Artem me mira con rabia y deseo; se inclina hasta mis labios y los funde en un beso tan rencoroso com
|Dorothea Weber|Ese tipo está completamente loco. Apenas puse un pie fuera de la mansión, el mismo auto de la última vez apareció frente a mí como un espectro al acecho. Sentí un frío en la columna; y por un instante pensé que era algún secuestrador. Pero no, era el tipo de la cicatriz.Me subí al auto, y el trayecto se extendió por largos minutos hasta que finalmente llegamos. Y ahora aquí estoy otra vez, en la misma residencia donde casi mato a ese maldito.El hombre de la cicatriz me observa de pies a cabeza, meticuloso, asegurándose de que no lleve armas. Todos aún tienen presente el día en que casi le vuelo la cabeza a su jefe, y ahora no se arriesgan.Una vez satisfecho, me hace entrar. Cruzo la entrada y, sin saber muy bien cómo, un calor me recorre el cuerpo y aterriza en el área de mis muslos. Estoy realmente aquí para follarme a ese tipo. Casado o no, eso me importa un carajo ahora. Él fue quien me buscó, quien insistió en tenerme. Si realmente amara a su esposa, no estaría
—Eres una desvergonzada —me escupe Margaret, como si tuviera el derecho de meter su hocico en todo esto—. ¿Traes a un tipo a la mansión y lo metes en tu habitación?.—Por eso a los sapos metidos los encuentran con la boca llena de moscas, por metiches —le responde Thea, a mi lado, con veneno—. ¿No tienes algo mejor que hacer, como poner esos estúpidos ramos en agua? ¿O es que vas a mandar a Lin a la habitación de invitados a hacer lo que no puedes? Solo estás lanzando patadas de ahogada.—¿¡Cómo te atreves!? —se ofende Margaret y entra a la habitación—. ¡No voy a aguantar ni un insulto más de tu parte, mocosa!.—Entonces, lárgate, porque esto no te incumbe. Nadie te ha pedido tu opinión.—¡Dorothea! —la reprende Alaric.Y aunque no apoyo la actitud de Thea, en este momento tiene razón. Margaret no tiene vela en este entierro ni el derecho de abrir la boca después de todo lo que me hizo.—Saca a tu mujer de aquí —escupo con desprecio hacia Alaric—. Y tú también, que no necesito sus ser