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UNA FIGURA INCONFUNDIBLE

**ÚRSULA**

Intenté sonreír, pero sabía que mi expresión no era tan convincente como quería. Mientras Mirella seguía hablando, con su voz llenando el espacio, mi mente ya estaba en otro lugar, pensando en el siguiente movimiento, en cómo salir de este momento sin dejar rastro de mi plan.

Abrí la puerta lo suficiente para seguir observando el rostro de Mirella mientras ella seguía escudriñando cada uno de mis movimientos. Yo intentaba mantener la calma, aunque por dentro mi corazón latía como si quisiera delatarme. Ella continuaba hablando, sus palabras cargadas de esa mezcla de dulzura fingida y un tono inquisitivo que hacía que cada segundo de esa conversación se sintiera eterno.

—¿Seguro que todo está bien? —preguntó, inclinándose un poco hacia el interior de mi habitación, como si estuviera intentando descubrir algo detrás de mí. —Porque parece que estabas… no sé, haciendo algo importante.

—No, en serio, estoy bien, Mirella. —respondí, tratando de sonar despreocupada, pero noté que mi voz no era tan firme como esperaba. —Solamente estaba ordenando un poco. Ya sabes, despejando mi mente.

Ella arqueó una ceja, ese gesto suyo que parecía una advertencia, como si hubiera detectado alguna grieta en mi fachada. Pero antes de que pudiera insistir, di un paso hacia delante, bloqueando más su vista del interior de mi habitación.

—¿Qué necesitabas? —pregunté, intentando desviar su atención. —¿Hay algo que pueda hacer para ti?

Mirella frunció los labios por un breve momento, su mirada todavía fija en mí, como si estuviera decidiendo si aceptar mi respuesta o seguir escarbando. Finalmente, soltó un suspiro y dio un paso atrás.

—Nada importante, únicamente quería saber si querías bajar a cenar conmigo. Pero si estás ocupada… —dejó la frase colgando en el aire, como si esperara que yo mordiera el anzuelo.

—Tal vez más tarde, —respondí rápidamente. —Gracias por preguntar.

Con una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos, Mirella asintió y finalmente se alejó por el pasillo. Sus pasos resonaron hasta que el silencio volvió a llenar el espacio. Cerré la puerta con cuidado, apoyándome contra ella mientras intentaba recuperar el aliento. Mi cuerpo estaba tenso, los nervios todavía hacían que mis manos temblaran, pero, al menos por ahora, había superado esa pequeña prueba.

Caminé de regreso a la cama y observé la mochila, aún cubierta por la chaqueta. La ansiedad todavía burbujeaba en mi pecho, pero también sentía algo más: determinación. Mirella casi me había descubierto; no obstante, no podía dejar que eso me detuviera. El momento había llegado, y no importaba cuánto intentaran detenerme, estaba lista para dar este paso.

Ajusté la mochila sobre mis hombros, asegurándome de que estuviera bien cerrada. Respiré profundamente, dejando que esa mezcla de miedo y emoción me impulsara a lo que viniera. El tiempo corría, y con cada segundo que pasaba, estaba más cerca de mi libertad. A media noche me recogería. 

La casa estaba en completo silencio, apenas roto por el eco de mis pasos mientras avanzaba por el pasillo, la mochila sobre mis hombros y mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Cada paso que daba me acercaba más a la libertad, al escape que tanto había deseado. Mi mente estaba fija en el objetivo, en salir de ahí antes de que alguien notara mi ausencia. Pero justo cuando pasaba frente a la habitación de mi padre, algo me detuvo en seco.

La puerta estaba entreabierta, y desde dentro podía escuchar su voz grave, hablando con alguien. Me acerqué sin hacer ruido, mi curiosidad venciendo momentáneamente a mi determinación de salir. Asomé la mirada apenas un poco y lo vi. Ahí estaba, sentado en su sillón favorito, con Mirella a su lado. Su postura era relajada, pero su tono era firme, cargado de esa autoridad que siempre usaba para decidir sobre mi vida sin siquiera consultarme.

—La voy a casar pronto, —dijo mi padre, con esa seguridad que tanto me irritaba, como si mi futuro fuera un contrato más que necesitaba cerrar.

La voz chillante de Mirella resonó en la habitación, dejando claro que ella estaba tan involucrada como él en esta decisión. —Eso, tío. Búscale un buen marido. Alguien que pueda manejarla y ponerla en su lugar.

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba, mis puños apretándose con tal fuerza que las uñas se clavaron en mis palmas. El calor subió a mi rostro, y por un instante, quise irrumpir en la habitación, gritarles que no tenían derecho a decidir sobre mi vida, que no era un objeto que pudieran intercambiar. Pero en lugar de eso, di un paso atrás, dejando que las sombras me cubrieran.

Esa conversación era la última gota. Si alguna vez había tenido dudas sobre huir, ahora estaban completamente disipadas. No había nada más que me atara a esta casa, a esta vida de decisiones impuestas y control constante. Si se salían con la suya, si permitía que siguieran manejando mi vida a su antojo, entonces nunca sería libre.

Con más determinación que nunca, me giré y caminé hacia la puerta principal, mi mente enfocada en el plan que Klaus y yo habíamos trazado. Cada paso que daba me alejaba de esa prisión que llamaban hogar, acercándome a un futuro que, aunque incierto, sería mío. Apreté la correa de la mochila sobre mis hombros y exhalé lentamente, dejando que esa última conversación quedara atrás.

El momento había llegado. Ya no había vuelta atrás. Y esta vez, no iba a dejar que nadie, ni siquiera mi propio padre, detuviera mi decisión. Escapar no era solo una opción; era una necesidad. Y mientras la oscuridad de la noche me envolvía, supe que estaba lista para lo que viniera después.

El sonido de mis pasos resonaba en el pavimento mientras corría, cada golpe contra el suelo alimentando la adrenalina que me impulsaba a no detenerme, a no mirar atrás. Mi respiración era pesada, pero ni el cansancio ni los nervios podían detenerme. Solo tenía un objetivo en mente: llegar a Klaus. A cada paso que daba, el peso de los recuerdos, de los regaños y de las imposiciones, se quedaba atrás, desvaneciéndose con el viento que acariciaba mi rostro.

Y entonces lo vi. El auto de Klaus estaba ahí, estacionado justo donde habíamos acordado. Su figura era inconfundible, recostada en el capó, con la serenidad de quien sabía que todo estaba yendo según lo planeado. Sus brazos cruzados, su postura relajada… parecía que me estaba esperando como quien espera la llegada con seguridad.

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