CAPÍTULO 63.

Lina entró en la cabaña sin tocar la puerta. Estaba entreabierta, y el crujido de la madera al empujarla pareció despertar un silencio denso, cargado de cosas no dichas.

Clara estaba de espaldas, sentada frente al fuego. Sus ojos entrecerrados reflejaban el vaivén de las llamas, como si esperara algo... o a alguien.

—Pasa, Lina —dijo, antes de que su hermana pudiera pronunciar palabra.

Clara no se giró. Tenía el cabello recogido en una trenza suelta y el cuello mostraba restos de antiguas heridas. Pero ya no sangraban.

Las cicatrices se estaban cerrando, al igual que las de sus brazos y su espalda.

Estaba más erguida, más fuerte. Como si poco a poco la energía volviera a habitarla.

Lina se quedó quieta en el umbral por un segundo. Aún no entendía cómo Clara sabía que era ella, cómo siempre parecía saberlo todo antes de que ocurriera. Entró, cerrando la puerta con suavidad.

—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó, dando un paso.

—Porque lo sentí. Como siento el viento antes de que sople, o
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