CAPÍTULO 8.

El aullido rompió la calma en la Reserva, esparciéndose como un eco entre los árboles. Un lobo de la manada de Valragh había dado el aviso. En lo profundo del bosque, un grupo de hombres se agrupaba, sus rostros tensos bajo la sombra de los árboles. Las armas estaban listas, el acero frío en sus manos, mientras sus corazones latían con fuerza, anticipando lo que estaba por venir.

Al escuchar el aullido, se erizaron. Un escalofrío recorrió sus espinas dorsales, y sus corazones comenzaron a latir con fuerza.

—¿Qué fue eso? —preguntó uno de ellos, su voz tensa, tratando de esconder su nerviosismo.

—Un lobo… —murmuró otro, su rostro pálido bajo la luz de la linterna—. Es uno de ellos.

El líder de los cazadores apretó los dientes y levantó la vista, los ojos ardientes de rabia.

—Es solo un lamento, nada más —gruñó, intentando reprimir el miedo que empezaba a apoderarse del grupo—. ¡Vamos! —Pero, a pesar de sus palabras, los cazadores no pudieron evitar mirar con nerviosismo a su alrededor.
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