—¿Piensas quedarte ahí parado o vas a entrar, Kael?La voz de Thor suena rasposa, con ese tono grave que siempre tiene, aunque esta vez viene acompañada de una tos leve. Kael avanza y empuja la puerta de madera que ya estaba entreabierta. El interior huele a hierbas secas, madera quemada y algo más… sangre reciente, aunque disimulada.—¿Cómo estás? —pregunta, cerrando la puerta tras él. Sus ojos recorren a Thor de pies a cabeza. El anciano lobo está sentado frente al fuego, envuelto en una manta de lana gruesa. Aunque su cuerpo sigue siendo fuerte, hay señales del último enfrentamiento que no puede ocultar: un vendaje en el abdomen, moretones en los brazos y una ligera rigidez al moverse.—Mejor de lo que esperabas, seguro —responde Thor con una sonrisa torcida—. A los viejos nos cuesta caer.Kael se acerca y se sienta en el sillón frente a él. El crepitar del fuego llena el silencio que se instala por un momento.—Deberías estar descansando, no gruñendo.—Y tú deberías estar menos te
“Entonces prepárala. Enséñale lo que significa caminar entre nosotros. Porque si Lina va a estar en la manada… no puede ser solo por amor. Tendrá que ganárselo también”. Las palabras de Thor no se desvanecieron con el viento. Se hundieron en Kael como raíces profundas, recordándole que el amor no bastaba. Que Lina debía caminar entre ellos… con dignidad, no solo con el corazón. La manada no se sostenía con sentimientos, sino con vínculos forjados en la verdad, el sacrificio y la lealtad.Mientras pensaba en esas palabras, sus pasos lo llevaron hasta ella, como si su aroma fuera un faro que lo llamara sin querer. El aire se llenó de su esencia, un rastro que lo arrastraba con la misma fuerza que su corazón latía por ella. No necesitaba verla para saber dónde estaba; su presencia, su perfume… todo en ella lo guiaba. Lina estaba sentada en el césped, dejando que Emma diera pasitos a su alrededor. La niña reía cada vez se tropezaba con una hoja crujiente.—¡Eso, pequeñita! —decía Lina e
Un lobo entró en la cabaña arrastrando consigo el olor del bosque y la tensión de una noticia que no podía esperar.—Estuve en el pueblo —gruñó, sacudiéndose la lluvia del lomo al tomar forma humana—. Está casi vacío. Muchos se han ido… tienen miedo.Dorian, sentado junto al fuego, no levantó la mirada de inmediato. Jugaba con una daga entre los dedos, su expresión ausente, pero su oído atento. Al escuchar aquellas palabras, una mueca de fastidio le cruzó el rostro. La mandíbula se le tensó y apretó los dientes, conteniendo una furia que no necesitaba estallar aún.—Cobardes —masculló entre dientes.Luego se puso de pie lentamente. Caminó hacia la ventana y miró el horizonte con los ojos encendidos, como si pudiera ver más allá de los árboles, hasta el mismo corazón del pueblo que ahora lo eludía.—Quería matarlos a todos… uno por uno —dijo, con una calma escalofriante—. Hacerlos gritar. Que supieran lo que era el miedo real.El silencio se volvió espeso, como si el aire mismo temiera
Lina entró en la cabaña sin tocar la puerta. Estaba entreabierta, y el crujido de la madera al empujarla pareció despertar un silencio denso, cargado de cosas no dichas.Clara estaba de espaldas, sentada frente al fuego. Sus ojos entrecerrados reflejaban el vaivén de las llamas, como si esperara algo... o a alguien.—Pasa, Lina —dijo, antes de que su hermana pudiera pronunciar palabra.Clara no se giró. Tenía el cabello recogido en una trenza suelta y el cuello mostraba restos de antiguas heridas. Pero ya no sangraban.Las cicatrices se estaban cerrando, al igual que las de sus brazos y su espalda.Estaba más erguida, más fuerte. Como si poco a poco la energía volviera a habitarla.Lina se quedó quieta en el umbral por un segundo. Aún no entendía cómo Clara sabía que era ella, cómo siempre parecía saberlo todo antes de que ocurriera. Entró, cerrando la puerta con suavidad.—¿Cómo sabías que era yo? —preguntó, dando un paso.—Porque lo sentí. Como siento el viento antes de que sople, o
El hotel de la Roca Sombra crujía con cada ráfaga de viento. La madera envejecida, el polvo en los rincones, y el silencio profundo que lo rodeaba lo hacían parecer más un mausoleo que un refugio. Arthur había vuelto solo, con la excusa de recoger provisiones. Pero la verdad era otra.Se dirigió directo hacia la vieja caja de hierro que mantenía oculta bajo el suelo de su habitación. Sacó con esfuerzo la tabla suelta y metió la mano. La caja estaba fría, como si el tiempo mismo no hubiera logrado tocarla. La colocó sobre la mesa y la abrió con cuidado.Allí, envuelto en un pañuelo de lino raído, estaba el objeto. Un escudo metálico, con un símbolo grabado: un árbol partido por un rayo, con raíces que se extendían hacia lo profundo. Era más que un símbolo. Era un amuleto. Una prisión. Arthur lo sostuvo entre los dedos, y por un instante, el peso del recuerdo lo arrastró hacia atrás, hacia aquel día en que Elián Winters se lo entregó.Esa noche la niebla se deslizaba entre los árboles
Luzbria ya no dormía tranquila.Todo comenzó con susurros. Ecos lejanos en la niebla que bajaban del bosque, demasiado espesa, demasiado fría para ser natural.Los perros del pueblo, que antes ladraban por cualquier cosa, ahora callaban. Solo se oían sus gemidos agudos, escondidos bajo los porches.Una mujer desapareció la primera noche. Luego, un niño.Un granjero juró ver a una criatura enorme de ojos plateados caminar en dos patas cerca del molino. Al día siguiente, sus gallinas aparecieron degolladas.Un humo oscuro comenzó a filtrarse por las grietas de las casas más antiguas.En la taberna, alguien gritó que había visto a los hombres bestia, que uno le habló con voz humana desde el tejado. Había huellas de garras en las paredes de piedra.Los aldeanos comenzaron a esconderse antes del anochecer. Nadie salía. Nadie confiaba.Los policías intentaron controlar el caos, pero varios de ellos desaparecieron también. Uno fue encontrado sin vida en mitad de la plaza, una bestia lo habí
—¡No permitan que crucen esta línea! —rugió Kael con la voz rota por la furia, mientras sus ojos ardían como antorchas—. ¡Cada paso que den hacia el pueblo será sobre nuestros cadáveres! ¡Protéjanlos! ¡Cada niño, cada anciano, cada vida inocentes sagrada.Sus palabras retumbaron como un trueno entre la manada. Kael se giró con los colmillos apretados, clavando la mirada en sus hermanos.—¡No estamos aquí para sobrevivir, estamos aquí para resistir! ¡Para demostrar que aún queda honor entre nosotros! ¡Somos Valragh! ¡Y esta noche, si el enemigo quiere fuego… entonces lo tendrá! ¡Pero no tocarán Luzbria mientras sigamos respirando!Un aullido desgarrador emergió de su pecho, arrastrando tras de sí el eco de toda su manada. Una fuerza imparable de colmillos y lealtad descendía como una sombra feroz sobre los invasores… por todos aquellos que, tras sus puertas cerradas, esperaban un milagro en medio de la oscuridad.El caos se había apoderado de Luzbria, cubriéndola como un manto oscuro b
Algo no le cuadraba. Sentía un extraño retorcer de su ser, como si las corrientes de magia que la rodeaban estuvieran distorsionadas, pero no podía comprender por qué.Una energía familiar, pero inconfundiblemente ajena, vibraba en el aire. Algo había cambiado, algo que le hablaba directamente a su alma. La presencia de algo poderoso estaba cerca.Sin embargo, Maerthys no pudo identificar qué era. Solo sentía que el peligro se intensificaba, que la atmósfera estaba cargada de una inquietud profunda. Se giró, mirando hacia el centro de Valragh, donde los Dreknar seguían invadiendo y destruyendo, y un pensamiento inquietante cruzaba su mente.En el interior de la cabaña, Lina, Clara y Emma se encontraban refugiadas, aterradas por el caos que se desataba afuera. La puerta se tambaleaba con el ruido de los golpes y la guerra, pero nada las había preparado para lo que estaba por ocurrir.El sonido de unos pasos firmes y fuertes reverberó en el umbral, seguido de un crujir de madera.Igvar