CAPÍTULO 59.

Lina emergió del agua con una calma hipnótica, como si el tiempo mismo se rindiera a su andar. Cada paso que daba, el lago parecía inclinarse ante ella, rendido, como si las gotas que resbalaban por su piel quisieran aferrarse un poco más. Su cuerpo, bañado por el reflejo plateado de la luna, se contorneaba con una gracia casi irreal.

Kael la observó, inmóvil, con el pulso desbocado. El aire pareció densificarse entre ellos cuando su mirada descendió por su figura. El agua corría por sus curvas con una devoción envidiable, delineando su cintura, resaltando sus pechos tensos bajo un corpiño de encaje sencillo que apenas dejaba algo a la imaginación. Eran como una provocación sutil, húmedos, firmes, palpitantes.

Sus ojos siguieron bajando, atrapados por el vaivén de sus caderas, por la forma en que su piel brillaba por la luz del atardecer.

Kael tragó saliva. El mundo se redujo a ella, a cada curva que su mirada devoraba, a la promesa que había en cada paso. Sus ojos se detuvieron en l
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