La alarma del móvil sonó a las 7 a.m., cortando el silencio de la habitación con su tono insistente. Lina despertó sobresaltada, entrecerrando los ojos mientras estiraba una mano hacia la mesita de noche para apagar el dispositivo. Se sentó en la cama unos segundos, tratando de despejar su mente, pero la verdad era que no había dormido bien.
Llevó ambas manos a su rostro, intentando contener el torbellino de emociones que la invadía. Todo lo que había vivido en la reserva desfilaba por su mente como un torrente incontrolable. Cerró los ojos con fuerza, deseando que todo aquello fuera sólo una pesadilla, algo de lo que pudiera despertar. Pero no, sabía que había sucedido realmente. Cada imagen, cada sensación estaba grabada en su memoria con una nitidez dolorosa. Sus manos temblaban al bajar lentamente, mientras un suspiro cargado de resignación escapaba de sus labios.
Después de salir del baño, se vistió con rapidez. Eligió un pantalón ajustado que resaltaba su figura, una camisa de cuadros y unas botas resistentes, ideales para el terreno irregular. Para protegerse del frío matutino, añadió una chaqueta gruesa que le daba un toque práctico y elegante.
Con el cabello todavía húmedo cayendo sobre sus hombros, se agachó junto a su valija y rebuscó en su interior hasta encontrar los documentos que debía presentar en el hospital. Los revisó con cuidado, asegurándose de que todo estuviera en orden. Era el primer paso para comenzar su nuevo trabajo, y no podía permitirse errores.
Tomó un desayuno ligero en el comedor del hotel. Un café caliente y una tostada fueron suficientes para calmar el hambre y despejar su mente.
Mientras recorría las calles del pueblo, su mente no dejaba de divagar. Su hermana había estado aquí, había caminado por estas mismas calles. ¿Podría ser posible que las bestias que vio la noche anterior tuvieran algo que ver con la desaparición de Clara? La idea le erizó la piel. Era una posibilidad que ya no podía descartar.
De pronto, el rugido de un motor la sacó de sus pensamientos. Miró por el retrovisor y vio a dos hombres en una moto acercándose. Ambos llevaban cascos oscuros que ocultaban completamente sus rostros.
Cuando el semáforo cambió a rojo, Lina se detuvo. La moto también se detuvo a su lado. El hombre que iba como pasajero giró lentamente la cabeza hacia ella, y Lina sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Intentó distinguir algo a través del visor del casco, pero era imposible. Lo único que podía ver era su propio reflejo, y eso le hizo sentir aún más vulnerable.
El semáforo cambió a verde y, aunque intentó acelerar, los hombres no tardaron en alcanzarla nuevamente. Se mantuvieron siguiéndola de cerca.
Cuando finalmente llegó al hospital, entró en el estacionamiento. Miró por el retrovisor y vio que la moto pasaba lentamente por la entrada, pero no se detuvo. Los hombres siguieron su camino.
Bajó del vehículo con el corazón latiéndole con fuerza. ¿Había sido solo una coincidencia o realmente la habían estado siguiendo?
Lina se dirigió directamente a la parte del hospital donde estaba la dirección para presentarse y comenzar a ejercer. Había llegado temprano, dispuesta a iniciar su jornada con toda la profesionalidad que un médico debía tener al comenzar en un nuevo centro. Después de preguntar a un par de personas sobre la ubicación de la oficina del director, encontró la puerta que buscaba.
Se acercó y, tras un momento de duda, tocó la puerta con suavidad. Desde el otro lado, una voz profunda y autoritaria respondió:
—Pase.
Lina giró la manija y abrió la puerta con determinación. Al entrar, vio a un hombre de espaldas, de pie frente a la ventana, con las manos cruzadas detrás de su espalda. Parecía estar absorto en sus pensamientos, observando la vista sin decir palabra.
—Buenos días.
El hombre se giró lentamente, y en cuanto sus ojos se encontraron con los de ella, un shock silencioso pareció atravesarlo.
Lina sintió cómo los papeles que traía en la mano se le resbalaban y caían al suelo, sorprendida por el inesperado encuentro.
—Oh…—exclamó sorprendida.
El hombre, con los ojos abiertos de par en par y visiblemente sorprendido, se quedó inmóvil por unos segundos.
Lina, atónita, trató de recoger los papeles del suelo, pero no podía dejar de mirarlo, como si la situación no fuera real.
—¿Tú...? —Su voz se quebró, y las palabras apenas lograron salir de sus labios mientras sus ojos se clavaban en él, intentando procesar lo imposible.
Frente a ella estaba el director del hospital, impecable con su bata blanca. Ahora, viéndolo aquí, tan diferente al hombre que había visto la noche anterior, sintió un nudo en la garganta. Su corazón latía con fuerza, su pecho subía y bajaba con un ritmo acelerado.
—No puede ser... —murmuró, dando un paso hacia atrás, como si la realidad la abrumara.
Él arqueó una ceja, sus labios esbozaron una ligera sonrisa.
—¿Sucede algo? —preguntó, su tono tranquilo, había un brillo en sus ojos que delataba que él también recordaba.
Ella no podía apartar la mirada de él, incapaz de comprender cómo alguien tan sofisticado y humano podía ser la misma persona peligrosa y fascinante que había visto en la reserva. Cada detalle coincidía: la intensidad de sus ojos, la forma en que su presencia parecía dominar el espacio, el magnetismo que le hacía imposible ignorarlo.
Su piel se erizó al recordar lo que había sentido en su cercanía: un deseo crudo, casi animal, que nunca había experimentado con nadie más. Ese recuerdo volvió a encenderla, a la vez que la llenaba de preguntas.
—Eres... tú... —balbuceó finalmente, sus ojos brillaban con incredulidad y algo más, algo que ni siquiera quería admitir.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él.
—Estoy buscando al director, —respondió ella con voz calmada. En ese momento, su mirada se posó en un objeto sobre el escritorio: una placa que llevaba grabado el nombre Kael Darkwood. Director. Intrigada, lo miró fijamente y repitió el nombre en voz alta, como si tratara de confirmar que era real.
El hombre sonrió con cierta diversión y, con una inclinación ligera de cabeza, respondió: —Soy yo—. Luego, continuó con tono seguro: —Tú debes ser la doctora...
—Lina W. Harrison, —lo interrumpió ella rápidamente, adelantándose a completar la presentación. Sus ojos permanecían fijos en él, como intentando descifrarlo.
—Mucho gusto en conocerla, doctora W. Harrison —dijo mientras extendía su mano en un gesto formal de presentación. Lina lo miró por un instante antes de corresponderle el saludo, estrechando su mano con firmeza.
—Igualmente, es…un placer.
Antes de que pudieran continuar la conversación, una enfermera llegó apresurada, irrumpiendo en la oficina. Su respiración agitada delataba la urgencia.
—Doctor, acaba de ingresar un paciente con múltiples mordeduras y desgarros. Está grave, —informó rápidamente, mirando al director con ansiedad.
Kael reaccionó de inmediato, su rostro se tensó mientras se dirigía hacia la puerta. Antes de salir, se giró hacia Lina y, con una mezcla de seriedad y determinación, dijo: —Bienvenida al trabajo, doctora. Sígame.
Sin dudar, Lina dejó los documentos que tenía en las manos sobre el escritorio y salió tras él, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a recorrer su cuerpo.
Ambos corrieron hacia la sala de emergencias, moviéndose con rapidez a través de los pasillos iluminados por la fría luz fluorescente. Al llegar, la escena que los recibió era caótica: un hombre yacía en la camilla, desangrándose rápidamente. Las heridas profundas en su cuerpo parecían el resultado de un ataque brutal, como si hubiera sido presa de algún animal salvaje.
Lina se quedó helada por un instante al observar las laceraciones. Una imagen fugaz de las bestias que había visto la noche anterior cruzó por su mente, enviando un escalofrío por su espalda. Instintivamente, giró hacia Kael. Sus ojos se encontraron, y él, con un leve movimiento de cabeza, confirmó en silencio lo que ella temía: esas bestias eran las responsables.
El momento apenas duró un segundo antes de que ambos se sumergieran en la urgencia de salvar al hombre herido.
Después de luchar incansablemente para salvar la vida de aquel hombre, Lina y Kael se dieron cuenta de que todos sus esfuerzos habían sido en vano. Pese a su dedicación, el paciente no sobrevivió.
Lina salió del quirófano con el estómago revuelto y los nervios al límite. Se dirigió al baño, donde apenas alcanzó a sostenerse antes de vomitar. Exhausta y conmocionada, se apoyó contra la pared, respirando con dificultad. Nunca había visto algo tan brutal en toda su carrera.
Cuando salió, Kael ya no estaba. No volvió a verlo después de ese instante, y una extraña sensación de vacío la invadió. Buscando calmarse, se dejó caer en una de las sillas del pasillo, intentando procesar lo que acababa de ocurrir.
Un rato después, una enfermera se acercó, sosteniendo una carpeta.
—Doctora, su consultorio está listo. Está en el ala oeste del edificio. El director me pidió que le dijera que cualquier cosa que necesite, no dude en pedirlo, —le informó con una voz tranquila.
Lina asintió en silencio, sin fuerzas para responder más allá de un gesto, mientras sentía que su mente no podía poner en orden sus pensamientos.
—Eres un inutil —gritaba el líder de la manada Shadowfang, Dorian Howlstone. Su voz resonaba en el aire mientras, con un movimiento rápido y preciso, desató un latigazo sobre uno de sus hombres. El sonido del látigo cortando el aire fue seguido por un fuerte crack cuando impactó contra la piel del hombre, que apenas pudo reaccionar antes de que otro latigazo lo alcanzara.Uno de los lobos de su manada había atacado a un humano, pero, a pesar de la brutalidad del ataque, lo había dejado gravemente herido, apenas aferrándose a la vida. El humano fue rescatado y llevado al hospital, pero para Dorian, el simple hecho de que hubiera sobrevivido era una violación de las estrictas normas de su manada. Según su código, no podían dejar a ningún humano vivo, quienes siempre eran presas para ellos.Dorian, líder de su propia facción de licántropos, era conocido por su naturaleza cruel y despiadada. No había compasión en su corazón, ni remordimientos por sus actos sangrientos. Para él, los humano
Nyssa se había alejado hacia una parte remota de la reserva, donde la vegetación era más espesa y el aire tenía un aroma salvaje y terroso. Su cuerpo aún ardía de energía por el momento que había compartido con Dorian, pero la conexión con él también había desatado un hambre voraz, una necesidad primaria que no podía ignorar.Sus patas comenzaron a hundirse ligeramente en el suelo húmedo mientras avanzaba, con los sentidos alerta. La noche avanzaba, un movimiento llamó su atención. Entre los árboles, un ciervo joven se deslizaba con cautela, ajeno a la presencia del depredador. Nyssa se ocultó, sus ojos dorados centellearon bajo la luz de la luna y, a los pocos segundos, en un salto rápido y letal, lo alcanzó, derribándolo al suelo. Sus colmillos se hundieron en la carne del animal, y el sabor metálico de la sangre llenó su boca. Permanecía agazapada sobre su presa, devorando los restos del ciervo con ansia, sus colmillos desgarraban carne mientras la sangre tibia manchaba su hocico
El aullido rompió la calma en la Reserva, esparciéndose como un eco entre los árboles. Un lobo de la manada de Valragh había dado el aviso. En lo profundo del bosque, un grupo de hombres se agrupaba, sus rostros tensos bajo la sombra de los árboles. Las armas estaban listas, el acero frío en sus manos, mientras sus corazones latían con fuerza, anticipando lo que estaba por venir.Al escuchar el aullido, se erizaron. Un escalofrío recorrió sus espinas dorsales, y sus corazones comenzaron a latir con fuerza.—¿Qué fue eso? —preguntó uno de ellos, su voz tensa, tratando de esconder su nerviosismo.—Un lobo… —murmuró otro, su rostro pálido bajo la luz de la linterna—. Es uno de ellos.El líder de los cazadores apretó los dientes y levantó la vista, los ojos ardientes de rabia.—Es solo un lamento, nada más —gruñó, intentando reprimir el miedo que empezaba a apoderarse del grupo—. ¡Vamos! —Pero, a pesar de sus palabras, los cazadores no pudieron evitar mirar con nerviosismo a su alrededor.
Ese viento rozó la piel del alfa, pero un calor que empezó a arder en su interior no tenía nada que ver con el clima. Sus ojos seguían fijos en el punto donde Ragnar y su compañera habían desaparecido, entrelazados en un vínculo irrompible.Un anhelo primitivo lo golpeó con fuerza. Un deseo profundo y feroz, imposible de ignorar. Su mate.Solo pensar en ella encendió cada fibra de su cuerpo. Un escalofrío placentero recorrió su espalda, seguido de un calor abrasador que le tensó los músculos. Sus garras querían liberarse, como respuesta a la urgencia que lo dominaba. Sus sentidos se agudizaron. El viento cambió de dirección, y entonces lo sintió. Su aroma. Dulce, inconfundible, una mezcla de flores silvestres y algo más, algo que lo volvía loco. Su rastro se alejaba del bosque y se perdía entre las calles del pueblo. Kael entrecerró los ojos. Ya sabía dónde encontrarla.El latido en su pecho se aceleró. Cerró los ojos y la imaginó: sus labios entreabiertos, su piel tibia bajo sus ma
Lina llevaba una semana en Luzbria y, aunque se sentía cómoda en el Roca Sombra, sabía que eventualmente necesitaría un lugar propio. No había vuelto a ver al director del hospital desde aquel primer día de trabajo.Una noche, antes de dormir, revisaba las cartas que su hermana le enviaba. Una en especial llamaba su atención cada vez que volvía a leerla. Ella mencionaba lo mucho que le gustaba la tranquilidad de su hogar: “Aquí en mi pequeña cabaña, el silencio es un bálsamo. Sólo el viento y los árboles me acompañan. A veces siento que no estoy sola, pero no de una manera aterradora…sino como si este lugar me acogiera.” “Calle Brumas No. 12.” Leyó la dirección en la parte superior de la carta. No estaba en el centro del pueblo, sino más cerca del límite de la Reserva. ¿Por qué su hermana había elegido vivir en un lugar tan apartado?Se frotó los ojos mientras miraba el reloj de su teléfono: 09:37 p.m. Era tarde y, estaba cansada. Dudó por un momento, sopesando los pros y los contra
Dorian no respondió de inmediato. La había imaginado diferente. No tan… atractiva. Su belleza lo sorprendió, pero su odio era más fuerte que cualquier admiración.—Una dama, aquí, a estas horas… —musitó, como si hablara para sí mismo. Luego, sonrió de lado, una sonrisa que no traía nada bueno—. ¿Sabes que este bosque no es seguro para alguien como tú?Lina sintió una punzada de advertencia en el pecho y quiso retroceder, pero él ya se movía hacia ella con una rapidez inquietante.—No se acerque —dijo con firmeza.Dorian inclinó la cabeza con burla.—¿Y si… eso es lo que quiero?En un parpadeo, la tenía acorralada contra la cabaña. Sus manos atraparon sus muñecas, presionándolas con fuerza contra la pared.Lina forcejeó, pero su agarre era inhumano.—¡Suéltame! —gritó, su corazón golpeando con furia contra su pecho.Dorian la miró fijamente, sentirla tan cerca fue como recibir un golpe en la oscuridad. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, una fuerza salvaje y antigua despertó en él,
Lina conducía su Jeep con la vista fija en el camino, avanzando con prisa hacia el hospital. Pero no esperaba encontrarse con una multitud bloqueando la calle principal. A medida que se acercaba, distinguió la agitación en los rostros de las personas y el sonido de gritos furiosos resonando en el aire. Sujetaban palos, hachas, cualquier cosa que pudieran usar como arma. Protestaban frente a la comisaría del pueblo, exigiendo respuestas.Lina apretó los labios. No necesitaba preguntar de qué se trataba. La muerte en la Reserva de Blackwood había encendido la ira de la gente. Exigían justicia, una solución inmediata.—¡Vaya!.. qué oportuno—murmuró, buscando dónde estacionar el Jeep.Encontró un sitio seguro y, sin otra opción, se adentró en la multitud. El bullicio era ensordecedor. Gritos, insultos, el eco de golpes contra las puertas de la comisaría. Algunos agitaban sus hachas en el aire, mientras los policías apostados en la entrada intentaban contener la situación.De repente, sint
—Maldito hipócrita —Dorian se movía entre las sombras del bosque, sus ojos dorados fijos en el automóvil estacionado en el claro. Minutos antes, un lobo de su manada lo había alertado de la presencia del auto.Sus garras se hundían en la tierra húmeda mientras observaba con una mezcla de furia y resentimiento. Dentro del auto, Kael y la humana se habían entregado el uno al otro sin reservas.La respiración de Dorian se volvió pesada. Su mandíbula se apretó al ver a Kael tomar lo que él nunca pudo tener. La imagen de aquella mujer del pasado apareció en su mente y, al instante, sus ojos ardieron de odio y deseo de venganza.—Infame traidor —gruñó entre dientes, sintiendo cómo la rabia lo consumía. Kael, el alfa que se creyó con derecho a decidir por todos, ahora se revolcaba con una simple humana. Dorian no quiso interferir… más bien, observó la escena con un deseo oscuro, casi primitivo. Sus ojos brillaron con una intensidad feroz mientras los miraba, una intensidad que despertó en