CAPÍTULO 5.

La alarma del móvil sonó a las 7 a.m., cortando el silencio de la habitación con su tono insistente. Lina despertó sobresaltada, entrecerrando los ojos mientras estiraba una mano hacia la mesita de noche para apagar el dispositivo. Se sentó en la cama unos segundos, tratando de despejar su mente, pero la verdad era que no había dormido bien. 

Llevó ambas manos  a su  rostro, intentando contener el torbellino de emociones que la invadía. Todo lo que había vivido en la reserva desfilaba por su mente como un torrente incontrolable. Cerró los ojos con fuerza, deseando que todo aquello fuera sólo una pesadilla, algo de lo que pudiera despertar. Pero no, sabía que había sucedido realmente. Cada imagen, cada sensación estaba grabada en su memoria con una nitidez dolorosa. Sus manos temblaban al bajar lentamente, mientras un suspiro cargado de resignación escapaba de sus labios.

Después de salir del baño, se vistió con rapidez. Eligió un pantalón ajustado que resaltaba su figura, una camisa de cuadros y unas botas resistentes, ideales para el terreno irregular. Para protegerse del frío matutino, añadió una chaqueta gruesa que le daba un toque práctico y elegante.

Con el cabello todavía húmedo cayendo sobre sus hombros, se agachó junto a su valija y rebuscó en su interior hasta encontrar los documentos que debía presentar en el hospital. Los revisó con cuidado, asegurándose de que todo estuviera en orden. Era el primer paso para comenzar su nuevo trabajo, y no podía permitirse errores.

Tomó un desayuno ligero en el comedor del hotel. Un café caliente y una tostada fueron suficientes para calmar el hambre y despejar su mente.

Mientras recorría las calles del pueblo, su mente no dejaba de divagar. Su hermana había estado aquí, había caminado por estas mismas calles. ¿Podría ser posible que las bestias que vio la noche anterior tuvieran algo que ver con la desaparición de Clara? La idea le erizó la piel. Era una posibilidad que ya no podía descartar.

De pronto, el rugido de un motor la sacó de sus pensamientos. Miró por el retrovisor y vio a dos hombres en una moto acercándose. Ambos llevaban cascos oscuros que ocultaban completamente sus rostros. 

Cuando el semáforo cambió a rojo, Lina se detuvo. La moto también se detuvo a su lado. El hombre que iba como pasajero giró lentamente la cabeza hacia ella, y Lina sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Intentó distinguir algo a través del visor del casco, pero era imposible. Lo único que podía ver era su propio reflejo, y eso le hizo sentir aún más vulnerable.

El semáforo cambió a verde y, aunque intentó acelerar, los hombres no tardaron en alcanzarla nuevamente. Se mantuvieron siguiéndola de cerca.

Cuando finalmente llegó al hospital, entró en el estacionamiento. Miró por el retrovisor y vio que la moto pasaba lentamente por la entrada, pero no se detuvo. Los hombres siguieron su camino.

Bajó del vehículo con el corazón latiéndole con fuerza. ¿Había sido solo una coincidencia o realmente la habían estado siguiendo? 

Lina se dirigió directamente a la parte del hospital donde estaba la dirección para presentarse y comenzar a ejercer. Había llegado temprano, dispuesta a iniciar su jornada con toda la profesionalidad que un médico debía tener al comenzar en un nuevo centro. Después de preguntar a un par de personas sobre la ubicación de la oficina del director, encontró la puerta que buscaba.

Se acercó y, tras un momento de duda, tocó la puerta con suavidad. Desde el otro lado, una voz profunda y autoritaria respondió:

—Pase.

Lina giró la manija y abrió la puerta con determinación. Al entrar, vio a un hombre de espaldas, de pie frente a la ventana, con las manos cruzadas detrás de su espalda. Parecía estar absorto en sus pensamientos, observando la vista sin decir palabra.

—Buenos días.

El hombre se giró lentamente, y en cuanto sus ojos se encontraron con los de ella, un shock silencioso pareció atravesarlo. 

Lina sintió cómo los papeles que traía en la mano se le resbalaban y caían al suelo, sorprendida por el inesperado encuentro.

—Oh…—exclamó sorprendida.

El hombre, con los ojos abiertos de par en par y visiblemente sorprendido, se quedó inmóvil por unos segundos.

Lina, atónita, trató de recoger los papeles del suelo, pero no podía dejar de mirarlo, como si la situación no fuera real.

—¿Tú...? —Su voz se quebró, y las palabras apenas lograron salir de sus labios mientras sus ojos se clavaban en él, intentando procesar lo imposible.

Frente a ella estaba el director del hospital, impecable con su bata blanca. Ahora, viéndolo aquí, tan diferente al hombre que había visto la noche anterior, sintió un nudo en la garganta. Su corazón latía con fuerza, su pecho subía y bajaba con un ritmo acelerado.

—No puede ser... —murmuró, dando un paso hacia atrás, como si la realidad la abrumara.

Él arqueó una ceja, sus labios esbozaron una ligera sonrisa.

—¿Sucede algo? —preguntó, su tono tranquilo, había un brillo en sus ojos que delataba que él también recordaba.

Ella no podía apartar la mirada de él, incapaz de comprender cómo alguien tan sofisticado y humano podía ser la misma persona peligrosa y fascinante que había visto en la reserva. Cada detalle coincidía: la intensidad de sus ojos, la forma en que su presencia parecía dominar el espacio, el magnetismo que le hacía imposible ignorarlo.

Su piel se erizó al recordar lo que había sentido en su cercanía: un deseo crudo, casi animal, que nunca había experimentado con nadie más. Ese recuerdo volvió a encenderla, a la vez que la llenaba de preguntas.

—Eres... tú... —balbuceó finalmente, sus ojos brillaban con incredulidad y algo más, algo que ni siquiera quería admitir.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él.

—Estoy buscando al director, —respondió ella con voz calmada. En ese momento, su mirada se posó en un objeto sobre el escritorio: una placa que llevaba grabado el nombre Kael Darkwood. Director. Intrigada, lo miró fijamente y repitió el nombre en voz alta, como si tratara de confirmar que era real.

El hombre sonrió con cierta diversión y, con una inclinación ligera de cabeza, respondió: —Soy yo—. Luego, continuó con tono seguro: —Tú debes ser la doctora...

—Lina W. Harrison, —lo interrumpió ella rápidamente, adelantándose a completar la presentación. Sus ojos permanecían fijos en él, como intentando descifrarlo.

—Mucho gusto en conocerla, doctora W. Harrison —dijo mientras extendía su mano en un gesto formal de presentación. Lina lo miró por un instante antes de corresponderle el saludo, estrechando su mano con firmeza.

—Igualmente, es…un placer.

Antes de que pudieran continuar la conversación, una enfermera llegó apresurada, irrumpiendo en la oficina. Su respiración agitada delataba la urgencia.

—Doctor, acaba de ingresar un paciente con múltiples mordeduras y desgarros. Está grave, —informó rápidamente, mirando al director con ansiedad.

Kael reaccionó de inmediato, su rostro se tensó mientras se dirigía hacia la puerta. Antes de salir, se giró hacia Lina y, con una mezcla de seriedad y determinación, dijo: —Bienvenida al trabajo, doctora. Sígame.

Sin dudar, Lina dejó los documentos que tenía en las manos sobre el escritorio y salió tras él, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a recorrer su cuerpo.

Ambos corrieron hacia la sala de emergencias, moviéndose con rapidez a través de los pasillos iluminados por la fría luz fluorescente. Al llegar, la escena que los recibió era caótica: un hombre yacía en la camilla, desangrándose rápidamente. Las heridas profundas en su cuerpo parecían el resultado de un ataque brutal, como si hubiera sido presa de algún animal salvaje.

Lina se quedó helada por un instante al observar las laceraciones. Una imagen fugaz de las bestias que había visto la noche anterior cruzó por su mente, enviando un escalofrío por su espalda. Instintivamente, giró hacia Kael. Sus ojos se encontraron, y él, con un leve movimiento de cabeza, confirmó en silencio lo que ella temía: esas bestias eran las responsables.

El momento apenas duró un segundo antes de que ambos se sumergieran en la urgencia de salvar al hombre herido.

Después de luchar incansablemente para salvar la vida de aquel hombre, Lina y Kael se dieron cuenta de que todos sus esfuerzos habían sido en vano. Pese a su dedicación, el paciente no sobrevivió.

Lina salió del quirófano con el estómago revuelto y los nervios al límite. Se dirigió al baño, donde apenas alcanzó a sostenerse antes de vomitar. Exhausta y conmocionada, se apoyó contra la pared, respirando con dificultad. Nunca había visto algo tan brutal en toda su carrera.

Cuando salió, Kael ya no estaba. No volvió a verlo después de ese instante, y una extraña sensación de vacío la invadió. Buscando calmarse, se dejó caer en una de las sillas del pasillo, intentando procesar lo que acababa de ocurrir.

Un rato después, una enfermera se acercó, sosteniendo una carpeta. 

—Doctora, su consultorio está listo. Está en el ala oeste del edificio. El director me pidió que le dijera que cualquier cosa que necesite, no dude en pedirlo, —le informó con una voz tranquila.

Lina asintió en silencio, sin fuerzas para responder más allá de un gesto, mientras sentía que su mente no podía poner en orden sus pensamientos.

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