Lina condujo de regreso al pueblo de Luzbria, ubicado a ocho kilómetros de la Reserva de Blackwood. La carretera serpenteaba entre densos árboles que parecían cerrar el paso, envolviéndola en una penumbra inquietante. Su mente era un torbellino de pensamientos que iban y venían a una velocidad vertiginosa.
Todavía podía sentir esa sensación extraña que aquel hombre le había provocado. Había algo en él, en su voz grave y en su mirada intensa, que la había dejado desorientada, como si hubiera sido tocada por una energía desconocida. Pero esa sensación se mezclaba ahora con el miedo que la había invadido momentos antes. Recordaba cómo su corazón había latido con fuerza, convencida de que sería devorada por aquellos animales salvajes. Incluso ahora, su respiración se volvía errática al recordar esos ojos brillando en la oscuridad, esas sombras que parecían moverse con una inteligencia aterradora.
Sin embargo, hubo un pensamiento que le erizó la piel por completo. Clara. La posibilidad de que su hermana hubiera encontrado un destino tan horrendo le atenazaba el corazón. La idea de que ella también hubiera enfrentado esas criaturas, sola y vulnerable, le hizo apretar con fuerza el volante. Un escalofrío le recorrió la espalda, y sintió cómo la desesperación se apoderaba de ella.
“No, no puede ser”, se dijo, pero la duda persistía, plantando semillas de terror en su mente. Si Clara realmente había sido víctima de esas bestias, entonces ¿qué esperanzas quedaban de encontrarla viva? Apretó los labios, intentando controlar las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
El camino a Luzbria se extendía frente a ella, recto y solitario, pero sentía como si estuviera avanzando hacia un abismo de incertidumbre. Necesitaba respuestas, y pronto. Su corazón, golpeado por el miedo y la confusión, también se aferraba a una pequeña chispa de esperanza.
Después de recorrer las angostas calles adoquinadas, finalmente llegó al Hotel de la Roca Sombra. Un edificio antiguo, de estructura rústica pero acogedora, que parecía haber existido durante generaciones. La puerta de madera crujió cuando entró, y un aire frío, pero no incómodo, la envolvió.
Se acercó al mostrador que estaba vacío. No había nadie a la vista, solo una campanilla dorada resplandeciendo tenuemente bajo la luz débil de una lámpara. Decidió tocar el timbre.
El sonido resonó en la quietud, pero no recibió respuesta inmediata. Esperó unos segundos, mirando los viejos relojes de pared y los cuadros que adornaban las paredes, todos retratos de paisajes que parecían desvanecerse en el tiempo. Finalmente, un suave crujido llegó desde la esquina más oscura del hotel, seguido de unos pasos lentos, casi arrastrándose.
Un anciano apareció en el umbral de una puerta lateral. Tenía la espalda encorvada, como si los años hubieran acumulado peso sobre él, y sus movimientos eran lentos, casi ceremoniosos. Su rostro estaba profundamente surcado por arrugas, y su piel parecía tan fina y quebradiza como el papel. Llevaba un sombrero de ala ancha que parecía haberse quedado en la moda de tiempos pasados, y un chaleco de lana gruesa que le cubría casi hasta los codos. Su mirada era fría pero curiosa, con unos ojos grises que reflejaban una intensidad extraña, como si hubiera visto demasiado a lo largo de los años.
—Buenas noches, señorita. ¿En qué puedo ayudarla? —dijo con voz grave, como si llevara mucho tiempo sin hablar a nadie.
—Buenas noches, soy Lina Harrison, necesito una habitación por unos días —dijo con tono firme, casi desafiando el silencio que reinaba en el lugar. Había decidido presentarse con su segundo apellido, Harrison, para evitar cualquier relación con Winters —. ¿Tiene alguna disponible?
—Sí, tengo —dijo el anciano mientras buscaba entre las llaves en su mostrador. Tras un momento, sacó una llave con un número en ella y se la entregó a Lina—. Esta es para la habitación 4 . Al subir las escaleras, está al final del pasillo.
—Muchas gracias, sr…
—Arthur, Arthur Graves. Bienvenida.
Lina tomó la llave, pero antes de que pudiera dar un paso hacia la escalera, el anciano la detuvo con una pregunta que la hizo detenerse en seco.
—¿Y qué la trae a Luzbria? —preguntó, sus ojos fijos en ella, como si esperara una respuesta que no era tan simple como parecía.
Lina esbozó una sonrisa breve, casi profesional, como si hubiera anticipado la pregunta.
—Soy médico. Voy a trabajar en el hospital del pueblo por un par de años —respondió, con un tono que buscaba sonar casual, pero que no dejaba de tener un matiz de determinación.
Arthur arqueó una ceja, intrigado.
—¿Te enviaron aquí? Parece un destino un poco... remoto.
Lina mantuvo la compostura, aunque sus ojos evitaron el contacto directo por un breve instante.
—Sí, digamos que fue una asignación inesperada. —Hizo una pausa, jugando con una hebra suelta de su cabello antes de continuar—. Supongo que no había muchos voluntarios para venir a Luzbria, pero a mí no me molestó. Es un reto profesional y, además, estoy contenta de escapar por un tiempo, de la vida agitada de las ciudades.
—Permítame darle entonces la bienvenida. Estaré a la orden para usted.
—Muchas gracias —sonrió ella mientras pensaba rápidamente si debía agregar algo más—. Eh…también quisiera conocer la Reserva, espero tener la oportunidad y el tiempo para hacerlo.
Lina observó al anciano con atención mientras él comenzaba a regresar a su silla detrás del mostrador. Al mencionar la Reserva, observó cómo el rostro del anciano cambiaba sutilmente. Por un instante, sus ojos se agrandaron, y algo en su expresión se volvió completamente serio, como si esas palabras le hubieran golpeado con fuerza. En un parpadeo, algo se le cayó de la mano, un pequeño objeto metálico, que hizo un ruido suave al impactar contra el suelo de piedra.
El anciano, ahora visiblemente alterado, se agachó lentamente para recoger el objeto, pero sus manos temblaban levemente, algo que Lina no había notado antes. Se levantó y, mientras guardaba el objeto en su bolsillo con un gesto apresurado, la atmósfera en el hotel cambió. La sensación de quietud se hizo más pesada, y Lina sintió que algo no estaba bien.
Cuando el anciano volvió a mirarla, su rostro se había endurecido, como si una sombra hubiera cruzado sus ojos.
—La Reserva... —murmuró con voz más baja, como si hablara para sí mismo, antes de mirar a Lina con una expresión que parecía advertirle—. No es un lugar que deba explorar tan fácilmente, joven. Hay historias... historias que se cuentan en susurros. Y no todas son de criaturas amistosas.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar esas palabras, un estremecimiento que comenzó en su nuca y bajó lentamente por su espina dorsal, como si algo frío se deslizara por su piel. Un nudo se formó en su estómago y, aunque quería preguntar sobre esas historias, no quería parecer demasiado interesada y tampoco tenía la fuerza para contar lo que le había sucedido hace pocas horas. Así que, forzando una sonrisa, dio las gracias con un tono cortés, casi distante, tratando de ocultar la confusión que se estaba acumulando en su mente.
Se instaló en la habitación que le había asignado, cerró la puerta detrás de ella y dejó la llave sobre una mesa. El cuarto era sencillo, pero acogedor. Los muebles de madera gastada y las paredes de piedra creaban una atmósfera cálida. Decidió tomar un baño para relajarse y despejar su mente.
El sonido del agua llenó el pequeño espacio, y cuando el vapor comenzó a envolverla; comenzó a desvestirse y luego soltó el broche del corpiño, dejándolo caer sin prisa, antes de despojarse de su diminuta tanga que bajó con un movimiento sutil, y se metió bajo el chorro caliente.
Cerró los ojos, dejando que el agua recorriera su piel y relajara sus músculos. Pero a medida que el calor se extendía por su cuerpo, los recuerdos vividos comenzaron a regresar, nítidos y casi tangibles. Imágenes fugaces, el roce de una caricia, la intensidad de una mirada...
Sin poder evitarlo, sensaciones placenteras se despertaron en su interior, como si su cuerpo aún respondiera a un estímulo invisible. Trató de ignorarlo, de apartar esos pensamientos, pero era inútil. Una parte de ella no quería revivirlo, pero otra, más profunda y oculta, lo deseaba. Y eso la aterraba. Una oleada de calor se extendió desde su pecho hasta su vientre, y por más que intentó convencerse de lo contrario, sabía exactamente lo que estaba sintiendo.
—No... —susurró, apoyando la frente contra las frías baldosas de la pared.
Se mordió el labio, avergonzada. No podía ser. No quería admitirlo. Pero su cuerpo no mentía. Estaba excitada, y ese simple hecho la llenaba de confusión.
Respiró hondo, tratando de calmarse, y dejó que el agua continuara cayendo, como si pudiera lavar no solo su cuerpo, sino también los pensamientos que la asaltaban. Pero la sensación persistía, como un eco en su mente y su piel, recordándole que nada volvería a ser igual.
Tomó el jabón entre sus manos y lo deslizó bajo el agua tibia, creando una espuma ligera y perfumada. Con movimientos pausados, comenzó a enjabonarse, recorriendo cada rincón de su piel. Sus manos se detuvieron en sus senos, redondos y firmes, de un tamaño armonioso que resaltaba su feminidad pero sin exagerar. Continuó bajando, notando la estrechez de su cintura, un contraste natural que acentuaba la curva suave y femenina de sus caderas, redondeadas y proporcionadas.
Mientras deslizaba el jabón por su piel suave como la seda, un leve estremecimiento la recorrió. Su cuerpo reaccionaba al contacto, como si respondiera al roce de sus propios dedos. La fragancia del jabón llenó el aire mientras ella continuaba.
Sus movimientos eran lentos, casi reverenciales, como si estuviera descubriendo cada centímetro de su piel por primera vez. Se permitió detenerse en sus hombros, masajeando con delicadeza los músculos tensos. Mientras continuaba, sus dedos rozaron su cuello, aquel punto donde la tensión parecía acumularse, y al presionar ligeramente, dejó escapar un suspiro, aliviando la presión acumulada.
El jabón se deslizó por su pecho, y sus manos se detuvieron nuevamente en sus senos. La calidez del agua y el roce suave despertaron en ella un cosquilleo que intentó ignorar. Pero mientras sus dedos recorrían la curva perfecta, la sensación se intensificaba. Sus pezones, endurecidos por la mezcla de calor y emoción contenida, parecían responder con vida propia, enviando pequeñas corrientes de placer que la recorrían.
Se mordió el labio mientras bajaba lentamente hacia su abdomen, su vientre plano y firme, marcado sutilmente por la línea de sus músculos. Allí, justo en el centro de su cuerpo, parecía acumularse un calor que era imposible ignorar. Su respiración se aceleró, pero no se detuvo.
Lina cerró los ojos, permitiéndose por un momento perderse en la sensación. Pero los recuerdos regresaron con fuerza, como una marea imparable. La intensidad de la mirada que había sentido sobre ella en el bosque. El roce de unas manos que no eran las suyas. Esa conexión inexplicable que había traspasado los límites de lo racional.
—Esto no está bien... —susurró de nuevo, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerse.
Pero no era solo su mente la que luchaba. Su cuerpo la traicionaba, respondiendo a cada estímulo, cada caricia, como si tuviera memoria propia. Una memoria que no podía negar, por más que lo intentara.
Cuando finalmente salió de la ducha, envolvió su cuerpo en una toalla suave y miró su reflejo en el espejo empañado. Sus ojos brillaban, su pecho subía y bajaba con rapidez, y sus labios temblaban ligeramente. La imagen frente a ella era la de alguien distinto. Alguien que estaba comenzando a descubrir una parte de sí misma que se había mantenido oculta.
Sin embargo, las preguntas persistían en su mente: “¿Qué significaba todo esto? ¿Por qué ese desconocido había despertado esas sensaciones en ella? ¿Quién era ese hombre?”
Se apartó del espejo y comenzó a vestirse, intentando borrar las sensaciones que aún latían en su interior. Pero sabía que aquello no desaparecería tan fácilmente.
La alarma del móvil sonó a las 7 a.m., cortando el silencio de la habitación con su tono insistente. Lina despertó sobresaltada, entrecerrando los ojos mientras estiraba una mano hacia la mesita de noche para apagar el dispositivo. Se sentó en la cama unos segundos, tratando de despejar su mente, pero la verdad era que no había dormido bien. Llevó ambas manos a su rostro, intentando contener el torbellino de emociones que la invadía. Todo lo que había vivido en la reserva desfilaba por su mente como un torrente incontrolable. Cerró los ojos con fuerza, deseando que todo aquello fuera sólo una pesadilla, algo de lo que pudiera despertar. Pero no, sabía que había sucedido realmente. Cada imagen, cada sensación estaba grabada en su memoria con una nitidez dolorosa. Sus manos temblaban al bajar lentamente, mientras un suspiro cargado de resignación escapaba de sus labios.Después de salir del baño, se vistió con rapidez. Eligió un pantalón ajustado que resaltaba su figura, una camisa d
—Eres un inutil —gritaba el líder de la manada Shadowfang, Dorian Howlstone. Su voz resonaba en el aire mientras, con un movimiento rápido y preciso, desató un latigazo sobre uno de sus hombres. El sonido del látigo cortando el aire fue seguido por un fuerte crack cuando impactó contra la piel del hombre, que apenas pudo reaccionar antes de que otro latigazo lo alcanzara.Uno de los lobos de su manada había atacado a un humano, pero, a pesar de la brutalidad del ataque, lo había dejado gravemente herido, apenas aferrándose a la vida. El humano fue rescatado y llevado al hospital, pero para Dorian, el simple hecho de que hubiera sobrevivido era una violación de las estrictas normas de su manada. Según su código, no podían dejar a ningún humano vivo, quienes siempre eran presas para ellos.Dorian, líder de su propia facción de licántropos, era conocido por su naturaleza cruel y despiadada. No había compasión en su corazón, ni remordimientos por sus actos sangrientos. Para él, los humano
Nyssa se había alejado hacia una parte remota de la reserva, donde la vegetación era más espesa y el aire tenía un aroma salvaje y terroso. Su cuerpo aún ardía de energía por el momento que había compartido con Dorian, pero la conexión con él también había desatado un hambre voraz, una necesidad primaria que no podía ignorar.Sus patas comenzaron a hundirse ligeramente en el suelo húmedo mientras avanzaba, con los sentidos alerta. La noche avanzaba, un movimiento llamó su atención. Entre los árboles, un ciervo joven se deslizaba con cautela, ajeno a la presencia del depredador. Nyssa se ocultó, sus ojos dorados centellearon bajo la luz de la luna y, a los pocos segundos, en un salto rápido y letal, lo alcanzó, derribándolo al suelo. Sus colmillos se hundieron en la carne del animal, y el sabor metálico de la sangre llenó su boca. Permanecía agazapada sobre su presa, devorando los restos del ciervo con ansia, sus colmillos desgarraban carne mientras la sangre tibia manchaba su hocico
El aullido rompió la calma en la Reserva, esparciéndose como un eco entre los árboles. Un lobo de la manada de Valragh había dado el aviso. En lo profundo del bosque, un grupo de hombres se agrupaba, sus rostros tensos bajo la sombra de los árboles. Las armas estaban listas, el acero frío en sus manos, mientras sus corazones latían con fuerza, anticipando lo que estaba por venir.Al escuchar el aullido, se erizaron. Un escalofrío recorrió sus espinas dorsales, y sus corazones comenzaron a latir con fuerza.—¿Qué fue eso? —preguntó uno de ellos, su voz tensa, tratando de esconder su nerviosismo.—Un lobo… —murmuró otro, su rostro pálido bajo la luz de la linterna—. Es uno de ellos.El líder de los cazadores apretó los dientes y levantó la vista, los ojos ardientes de rabia.—Es solo un lamento, nada más —gruñó, intentando reprimir el miedo que empezaba a apoderarse del grupo—. ¡Vamos! —Pero, a pesar de sus palabras, los cazadores no pudieron evitar mirar con nerviosismo a su alrededor.
Ese viento rozó la piel del alfa, pero un calor que empezó a arder en su interior no tenía nada que ver con el clima. Sus ojos seguían fijos en el punto donde Ragnar y su compañera habían desaparecido, entrelazados en un vínculo irrompible.Un anhelo primitivo lo golpeó con fuerza. Un deseo profundo y feroz, imposible de ignorar. Su mate.Solo pensar en ella encendió cada fibra de su cuerpo. Un escalofrío placentero recorrió su espalda, seguido de un calor abrasador que le tensó los músculos. Sus garras querían liberarse, como respuesta a la urgencia que lo dominaba. Sus sentidos se agudizaron. El viento cambió de dirección, y entonces lo sintió. Su aroma. Dulce, inconfundible, una mezcla de flores silvestres y algo más, algo que lo volvía loco. Su rastro se alejaba del bosque y se perdía entre las calles del pueblo. Kael entrecerró los ojos. Ya sabía dónde encontrarla.El latido en su pecho se aceleró. Cerró los ojos y la imaginó: sus labios entreabiertos, su piel tibia bajo sus ma
Lina llevaba una semana en Luzbria y, aunque se sentía cómoda en el Roca Sombra, sabía que eventualmente necesitaría un lugar propio. No había vuelto a ver al director del hospital desde aquel primer día de trabajo.Una noche, antes de dormir, revisaba las cartas que su hermana le enviaba. Una en especial llamaba su atención cada vez que volvía a leerla. Ella mencionaba lo mucho que le gustaba la tranquilidad de su hogar: “Aquí en mi pequeña cabaña, el silencio es un bálsamo. Sólo el viento y los árboles me acompañan. A veces siento que no estoy sola, pero no de una manera aterradora…sino como si este lugar me acogiera.” “Calle Brumas No. 12.” Leyó la dirección en la parte superior de la carta. No estaba en el centro del pueblo, sino más cerca del límite de la Reserva. ¿Por qué su hermana había elegido vivir en un lugar tan apartado?Se frotó los ojos mientras miraba el reloj de su teléfono: 09:37 p.m. Era tarde y, estaba cansada. Dudó por un momento, sopesando los pros y los contra
Dorian no respondió de inmediato. La había imaginado diferente. No tan… atractiva. Su belleza lo sorprendió, pero su odio era más fuerte que cualquier admiración.—Una dama, aquí, a estas horas… —musitó, como si hablara para sí mismo. Luego, sonrió de lado, una sonrisa que no traía nada bueno—. ¿Sabes que este bosque no es seguro para alguien como tú?Lina sintió una punzada de advertencia en el pecho y quiso retroceder, pero él ya se movía hacia ella con una rapidez inquietante.—No se acerque —dijo con firmeza.Dorian inclinó la cabeza con burla.—¿Y si… eso es lo que quiero?En un parpadeo, la tenía acorralada contra la cabaña. Sus manos atraparon sus muñecas, presionándolas con fuerza contra la pared.Lina forcejeó, pero su agarre era inhumano.—¡Suéltame! —gritó, su corazón golpeando con furia contra su pecho.Dorian la miró fijamente, sentirla tan cerca fue como recibir un golpe en la oscuridad. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, una fuerza salvaje y antigua despertó en él,
Lina conducía su Jeep con la vista fija en el camino, avanzando con prisa hacia el hospital. Pero no esperaba encontrarse con una multitud bloqueando la calle principal. A medida que se acercaba, distinguió la agitación en los rostros de las personas y el sonido de gritos furiosos resonando en el aire. Sujetaban palos, hachas, cualquier cosa que pudieran usar como arma. Protestaban frente a la comisaría del pueblo, exigiendo respuestas.Lina apretó los labios. No necesitaba preguntar de qué se trataba. La muerte en la Reserva de Blackwood había encendido la ira de la gente. Exigían justicia, una solución inmediata.—¡Vaya!.. qué oportuno—murmuró, buscando dónde estacionar el Jeep.Encontró un sitio seguro y, sin otra opción, se adentró en la multitud. El bullicio era ensordecedor. Gritos, insultos, el eco de golpes contra las puertas de la comisaría. Algunos agitaban sus hachas en el aire, mientras los policías apostados en la entrada intentaban contener la situación.De repente, sint