CAPÍTULO 3

—¡Bienvenidas! —dijo Estrella, abriendo la puerta de un departamento del que ni siquiera recordaba bien cómo se había ido—. Aquí viviremos juntas por un tiempo, espero puedan sentirse cómodas.

Roberta y Rebeca no dijeron nada, simplemente miraron a todas partes, y al no percibir el ruido de muchas personas que tanto las inquietaba en el albergue, ambas pudieron respirar un poco de paz, quizá por eso relajaron sus manitas, cosa que no pasó desapercibida para Estrella Bianco, quien no pudo evitar sonreír. 

 » Vamos —pidió la joven, volviendo a caminar para adentrarse un poco más en su nuevo hogar—, arriba están las habitaciones.

Subieron juntas, tomadas de la mano, lo que era un poco incómodo y hasta medio peligroso, pero las niñas estaban temerosas, así que Estrella decidió continuar con el contacto físico un poco más, siendo en extremo cuidadosa al pisar esas escaleras de las que tanto ella, como su hermano y su mamá se habían caído alguna vez. 

» Esta es mi habitación —informó la mayor, abriendo la primera de cuatro puertas—, pueden venir cuando quieran y —dijo ella alargando el sonido mientras caminaban hacia la segunda puerta—, esta es la de ustedes... ¿Les gusta?

La habitación era preciosa, con ese color rosa en las paredes que ella misma había elegido aquella vez que, junto a su mamá, decidieron redecorar la habitación, incluso conservaba en el techo las estrellas luminiscentes y detrás de la puerta una enorme pegatina de princesas.

La tercera y última habitación de ese lado del pasillo había sido de su hermano Chase, así que estaba decorada para un bebé y, debido al poco tiempo que Estrella tuvo para prepararlo todo, continuaba exactamente igual a cómo se quedó cuando ellos se fueron; igual que la habitación frente a la de su hermano, esa que su padre utilizó durante todo el tiempo que vivieron en ese lugar.

Lo único que hizo fue amueblar con dos camas esa habitación que ella amó tanto, pues consideró que tal vez ellas no se sentirían seguras estando separadas, y el resto del departamento con todo lo necesario para estar cómodas por el tiempo que vivieran en ese lugar. 

La habitación era muy linda, incluso estaba llena de juguetes que alegrarían a cualquier niño y, aunque Roberta y Rebeca no sonrieron, en ambas se notaba un poco de curiosidad en sus ojos.

» Es un regalo para ustedes —informó la mayor, soltándolas al fin para poder bajar las dos mochilas que traía colgando en los brazos y que pertenecían a ese par de preciosas niñas—, los compraron mis papás para ustedes, así que pueden explorar todo en lo que acomodo sus cosas en el closet.

Las bellas gemelas hicieron lo que la única adulta en esa habitación les pidió, y caminaron hasta sus nuevas camas para tomar las lindas muñecas de trapo que estaban en ellas, esas que, aunque Estrella no lo sabía, habían sido compradas por Chase para sus temporales sobrinas postizas.

Estrella terminó de guardar todas las cosas de las niñas, cosas que, en realidad, no era muchas, y les mostró a las niñas su baño, pidiéndoles que lavaran sus manos para poder ir a comer juntas algo que habían comprado de camino a casa y que la joven había dejado sobre una mesa de la sala cuando llegaron a su nuevo hogar.

Cocinar no era algo que Estrella disfrutara hacer, es más, probablemente ni siquiera supiera hacerlo bien, así que decidió contratar a alguien para ello pues, definitivamente, ella no quería tener que estresarse por algo que podía evitarse; lo mismo fue con el aseo de la casa; es decir, si tenía las posibilidades económicas para ahorrárselo, definitivamente se lo ahorraría.

Sin embargo, eso sería a partir del día lunes, ese fin de semana, ellas sobrevivirían de comida de restaurantes, comida rápida y lo que sus padres les invitaran el domingo que fueran a pasar el día con ellos.

Tal como Estrella le había dicho a Alice, sus padres le apoyaron con la decisión que había tomado al punto de comprar cosas para ese par de niñas de las que no sabían mucho, en realidad.

La investigación de sus antecedentes continuaba activa, pero parecía que esa pequeña familia había salido de la nada, por eso no había resultados que pudieran ubicar a las pequeñas con alguien de su familia, como usualmente ocurría en dichos casos. 

El estado, procurando siempre el bienestar de los niños, los ponía donde mejor podían estar, era por eso que no siempre los niños estaban con sus familias, y también era por eso que a veces les buscaban hogares temporales y definitivos, pues la vida en un albergue podía ser dura para algunos de ellos, caso que parecía ser el de Roberta y Rebeca Glez, según las identificaciones de la que parecía ser su madre, pues del hombre que murió en el accidente no encontraron identificación alguna.

Estrella ayudó a las niñas a lavar sus manos y las ayudó también a bajar a la cocina, donde sirvió esa comida que las niñas comieron con gusto, al parecer, esto mientras la mayor las miraba con esa ternura y algo de pena que ellas despertaban en su corazón. 

Era muy triste saber que, siendo tan pequeñas, lo habían perdido todo; eso seguro era doloroso y les provocaba miedo, tal vez por eso ellas no decían ni media palabra, a pesar de que su comunicación no verbal demostraba que entendían bien lo que les indicaban y pedían. 

De todas formas, por recomendación de la psicóloga que las había estado atendiendo en el albergue infantil, y que la seguiría viendo una vez a la semana en su consultorio personal, Estrella continuó hablando para ellas, preguntándoles cosas y sonriéndoles demasiado para asegurarles de esa manera que todo estaba bien.

Y así pasaron dos días, en un silencio que solo era roto por la voz de Estrella o por la televisión, esa en que las niñas no estaban demasiado interesadas, pero el abrumador silencio las ponía nerviosas, igual que a su tutora temporal, por eso de pronto Estrella la encendía, para tampoco verla, mientras observaba como las niñas jugaban juntas sin decirse nada.

Viéndolas compartir juguetes sin decir ni media palabra, Estrella se preguntó si eso que presenciaba era la tan famosa conexión entre gemelos, esa que no necesitaba palabras para comunicarse; sin embargo, al recibir un teléfono de juguete y fingir hablar por teléfono, aun sin que ellas dijeran nada, la rubia pensó que tal vez era simple comunicación adecuada debido a que convivían mucho tiempo.

**

—Vamos a ir a casa de mis papás —informó Estrella al par de niñas que la observaban mientras ella les escogía la ropa que usarían ese día del abundante guardarropa que junto a su madre había comprado días atrás—, ellos son muy buenos, y también estará mi hermano Chase, él es un poco tonto, pero es muy divertido, creo que les va a gustar.

Las gemelas se miraron entre sí, entonces se dejaron cambiar el pijama por esos hermosos vestidos que su cuidadora eligió para ellas y, antes de salir de su habitación, Roberta y Rebeca abrazaron las muñecas que solían cargar consigo todo el tiempo, entonces bajaron a desayunar cereal, pues el almuerzo lo tomarían en la casa Bianco.

Conocer un nuevo espacio fue toda una conmoción, no solo para las pequeñas, que al ver a tres adultos desconocidos se aterraron un poco, pero al paso del tiempo, y al ver el enorme jardín que rodeaba esa enorme casa, las niñas se relajaron mucho, sobre todo cuando Chase les presentó a Bolo, su perro, uno enorme, peludo y juguetón con el que las niñas rieron por primera vez en sabrá el cielo cuanto tiempo.

Cuando Estrella las vio correr divertidas, riendo a carcajadas luego de todo el silencio que soportó por dos días enteros, sintió un nudo en la garganta dejarla sin aire, por eso casi lloró cuando su mamá le sonrió, pues Rebecca podía leer el corazón de su nena y entendió su sentir.

Rebecca tomó la mano de su ya nada pequeña Estrella, y la acarició con suavidad, entonces le dijo que esas eran las pequeñas cosas que harían que valiera la pena.

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