CAPÍTULO 37

—Insiste en que es estéril —respondió Estrella a la pregunta de su madre de cómo le había ido hablando con Leobardo Alarcón—, incluso me preguntó si mi hijo es de Benjamín, ¿puedes creer tal descaro?

—No lo sé —respondió la madre de una joven que, como si fuera una leona enjaulada, iba y venía en un espacio de, si acaso, dos metros de largo—, yo no lo conozco mucho, ¿tú se lo crees?

—¡No lo engañé, mamá! —explicó la rubia casi molesta, pues su madre no parecía estar enojada aun cuando le explicaba que Leobardo le había acusado de ser infiel.

—Sé que no lo hiciste —aseguró la mayor—, te conozco bien, amor, solo digo que tal vez él cree en serio que no puede tener hijos, pero el cuerpo humano es tan impredecible y maravilloso que pudo haber cambiado sin que él se diera cuenta.

—¿De qué estás hablando? —preguntó la rubia, caminando hasta su madre y tomando asiento a su lado—. ¿Qué tiene que ver el maravilloso cuerpo humano con lo que pasa conmigo y con Leobardo?

—Bueno —habló Rebecca—, y
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