CAPÍTULO 7

—No fue la manera correcta de hacerlo —declaró Alessandro al joven hombre que le acompañaba en la mesa a la que, después de una llamada que no terminó como él lo esperaba, se integraba—, pudiste simplemente acercarte a Estrella y preguntar.

—No podía acercarme a ella, que no me conoce, a preguntar si sus hijas son mis sobrinas —explicó Benjamín, que, por supuesto que compartía la idea de que su forma de abordar la situación había sido incorrecta y, hasta cierto punto, sospechosa—, además, una parte de mí asegura que no pueden ser ellas, porque su hija no parece ser la mujer que mi hermano me describió cuando se enamoró, ni la que lo siguió por años recorriendo el mundo a pie.

—¿A pie? —preguntó Chase, intrigado por esa parte mucho más que por el resto de lo que el hombre frente a él había mencionado.

—Desde que no logré contactar con mi hermano lo he estado buscando, pero no parece haber volado y no hay vehículos a su nombre, sin contar con que no tiene un empleo formal, así que supuse que él recorría el mundo a pie, cargando a una gemela mientras su esposa cargaba a la otra y caminaba a su lado —informó el joven Anguiano y Chase alzó las cejas.

Definitivamente, Estrella no era esa mujer, ni podría haberlo sido, porque esa joven que recorría en tacones altos tanto su casa como la oficina no ponía un tacón en la calle, ni aunque le pagaran, lloraría si algo inesperado se los arruinara.

—Habla con ella —indicó Alessandro, dejando la mesa, pues, aunque se reunieron en un restaurante, él no había ido ahí con la intención de compartir cena con ese hombre—, de frente.

Benjamín no dijo nada, que ese hombre no le negara en la cara que esas niñas fueran sus sobrinas le hacía pensar que posiblemente era así, y Chase, por su parte, se mordió la lengua para no reclamarle a su padre que no negara rotundamente que las niñas fueran parientes de ese hombre, pues eso, a su ver, sonaba a que, tal como su madre, no apoyaría a Estrella en quedarse con esas niñas que seguro ya eran suyas en su corazón.

**

—¿Le dirás a Estrella? —preguntó Chase a su padre una vez que ambos estuvieran en el auto del mayor—... Si Benjamín Anguiano le soltará tremenda bomba, ella debería estar preparada para recibirla, ¿no crees?

—¿No le dijiste tú? —preguntó el mayor de los dos de apellido Bianco—. Pensé que la habías llamado cuando dejaste la mesa.

Chase respiró profundo mientras cerraba los ojos y levantaba el rostro al techo del auto; él no le había mencionado la llamada a su padre para que no se pusiera del lado de su madre, pero al parecer eso era inevitable.

—Me respondió mamá —explicó el joven—, dijo que no debía empujar a Tella a tomar decisiones precipitadas al respecto de las niñas.

—¿Por qué te dijo eso? —cuestionó Alessandro Bianco, medio perdido por falta de información—. ¿Pues qué le dijiste?

—No sabía que ella respondió —declaró el cuestionado—, le dije a Tella que debía acelerar el proceso de adopción porque el tío de las niñas venía por ellas y se las iba a quitar.

Alessandro miró a su hijo por medio segundo, luego devolvió la mirada al camino por el que conducía y terminó por respirar profundo también.

—Supongo que es lo correcto —soltó Alessandro y Chase estuvo seguro entonces de que nadie estaba del lado de su hermana, porque, aunque él quería que ella se quedara con las niñas, él no iría en contra de sus padres—. Si ese hombre las está buscando con buenas intenciones, lo correcto es que él las tenga.

—Eso dijo mamá —dijo Chase y Alessandro asintió, tragándose ese mal sabor de boca que le daba el no poder ayudar a su pequeña Estrella.

**

—¿Me llamó Chase? —preguntó Estrella a su madre, que esperaba en la sala a que ella bajara de hacer dormir a las niñas—. ¿Le respondiste? ¿Qué quería?

Rebecca lo pensó un poco más, porque desde que le pidió a Chase que no se metiera en lo que seguía no había dejado de pensar en las intenciones de su hijo ni en lo que ella le dijo; y, aunque sentía que tenía razón en lo que dijo, podía entender perfectamente el sentir de su hijo, por eso dudaba en lo que debía decirle a su hija.

Al final, pensando en lo que lo mejor para las niñas podría ser estar con un familiar, pero lo mejor para su hija era que ella se preparara para lo que pudiera ocurrir, Rebecca decidió hablar con la verdad, aunque no por eso aceptaría que ella hiciera las cosas de la manera incorrecta que su impulsivo y un poco tonto hermano menor le sugeriría si ella se lo permitiera.

—Ven, amor, siéntate aquí conmigo —pidió Rebecca, dando palmadas lentas y suaves en el espacio a su lado en ese sofá.

Estrella hizo lo que su madre le dijo, preocupándose por su silencio y su misticismo, por eso le preguntó si algo malo ocurría y respiró medio aliviada cuando su madre negó con la cabeza, pero la expresión en el rostro de la mujer que le miraba preocupada no le permitía tranquilizarse del todo.

—Ya dime qué está pasando —pidió Estrella, sintiendo como si una fuerza enorme la presionara hombros abajo—, por favor, mamá, me vas a volver loca.

—¿Conociste al nuevo socio de tu papá? —preguntó la mayor y la joven respondió que aún no tenía el placer, y le preguntó a su madre por qué mencionaba a ese hombre de la nada—, bueno, él tampoco te conoce, pero parece que sí a Beca y Beta.

—¿Qué? —preguntó la más joven, sintiendo que el peso de sus hombros comenzaba a presionar su pecho y estómago al punto de dejarla sin aire—. ¿De qué hablas?

—Chase llamó para informarte que el tío de las niñas las está buscando —respondió Rebecca y el cuerpo de Estrella perdió toda la fuerza que la mantenía erguida, por eso terminó con la espalda pegada al respaldo del sillón—. Les mostró una foto de dos niñas y, parece ser, que son iguales a las niñas.

—¡Tengo que hablar con Kenya! —soltó Estrella, poniéndose en pie con rapidez para poder ir por su teléfono, pues, en su mente, ella no tenía tiempo para perder, pero su madre la detuvo de una mano y no le permitió dejar la sala.

—¿Para qué necesitas llamar a Kenya? —preguntó la madre de la rubia, y la rubia le miró con confusión, como si no entendiera que su madre no imaginara lo que ella estaba a punto de hacer—. Amor, si él es el tío de esas niñas, lo justo es que él tome la custodia.

—Pero mamá —comenzó a hablar la joven, sintiendo que el corazón pretendía abandonar su cuerpo por la boca y lo tenía atorado en la garganta justo en ese momento—... ellas son mis...

Ni siquiera se atrevió a decirlo, porque lo cierto era que no eran sus hijas de verdad, ni siquiera legalmente, solo en su corazón, y eso no ayudaba a que se quedaran con ella.

—Amor, sé que es difícil —aseguró la buena madre de Estrella—, pero te digo esto por si acaso, porque podría ser que solo sean niñas que se parezcan, que no sean sus sobrinas de verdad, pero, si sí es su familia y él tiene buenas intenciones para ellas, tú tienes que dejarlas ir.

Estrella dejó caer su trasero en el sofá que un par de minutos antes dejó, y se cubrió el rostro con las manos para sabrá el cielo lograr qué, pues, justo en ese momento, ni siquiera sabía bien lo que estaba sintiendo, mucho menos podría saber lo que quería hacer.

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